La búsqueda

Por Álvaro Frías

Marzo, 2021

 

“Quizá la posibilidad de que cambie esta situación es que la  sociedad civil colombiana intervenga. El primer paso es salir de la aparente apatía en que se encuentra. Moverse, conmoverse. El día  que la tierra colombiana empiece a vomitar sus muertos, esto quizá  pueda cambiar. No los vomitará materialmente, claro, sino en el sentido de que los muertos cuenten. Que vomiten sus muertos para que los vivos no hagan cuenta de que no está pasando nada.”

José Saramago. Entrevista con El Tiempo. 8 de julio de 2007.

 

 

 

Las escenas de exhumaciones en cementerios y la entrega de los restos a sus familiares se están convirtiendo en una imagen cotidiana del panorama de la sociedad colombiana. Cuando observo estas noticias, que me confrontan en el silencio de la cotidianidad, donde me pregunto: ¿Cómo sería si estuviera buscando a un familiar?,¿A mi hermana, mi madre o mi hijo?, ¿Cómo viviría mis jornadas? La desaparición forzada de un familiar abre un episodio traumático y determinante en el destino de quienes las sufren, marca un antes y un después para quienes continúan y deja cicatrices en sus vidas para los que asumen la tarea de la búsqueda de sus seres queridos.

 

 

¡Que Colombia es una fosa común gigante es algo que se grita casi como una consigna al unísono! pero esta afirmación sin reflexión nos puede inducir a conclusiones equivocadas frente a las personas desaparecidas. El país, con sus ciclos de violencia, ha atravesado diversos episodios de  guerras civiles que han dejado miles de muertos y desaparecidos. La guerra de los mil días generó cerca de treinta mil muertos, en un momento en que Colombia no era un tercio de su actualidad. Los periodos de guerra de la violencia bipartidista también fueron intensos, muchos escuchamos en boca de nuestros abuelos que tuvieron que huir de sus pueblos por el riesgo de ser asesinados y otros no corrieron con la misma suerte y fueron enterrados como personas no identificadas.

 

El Acuerdo Final de Paz ha permitido que instituciones como la Jurisdicción Especial para la Paz y la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas, asuman un rol más proactivo en la obligación moral que tiene el Estado colombiano, de buscar a las personas desaparecidas y de las que nunca se volvió a tener rastro. En esta perspectiva, la búsqueda de cuerpos en fosas comunes, cementerios municipales y lugares clandestinos se convierte en un desafío para la democracia colombiana y un reto para la legitimidad de las instituciones y la obligación de garantizar los derechos a la verdad y la justicia de las familias víctimas de desaparición forzada. Esta preocupación no es exclusiva del país y sociedades como las de Estados Unidos y España, cada una con sus particularidades históricas, se enfrentan a las demandas de la recuperación, búsqueda e identificación de entrega digna de sus ciudadanos asesinados en contextos de conflictos nacionales, como el caso español, o conflictos internacionales como la Guerra de Corea.

 

En el caso de Estados Unidos, se dio con la Cumbre de Singapur, suscrito entre el presidente Donald Trump con el régimen comunista de Kim Jong Un de Corea del Norte, el 12 de junio de 2018, donde suman esfuerzos con el propósito de trabajar por la desnuclearización de la península. Entre otros puntos, existe un artículo donde se erige la obligación de ambos Estados en avanzar en la recuperación de los restos de los prisioneros de guerra y los desaparecidos en combate, con su repatriación y entrega a familiares.

 

 

En el caso de España, la discusión ha estado en la implementación de la ley de memoria histórica. Durante el gobierno popular de Mariano Rajoy, la ley se vio afectada por la ausencia de presupuestos y el congelamiento de su aplicación. Con la llegada del gobierno de coalición socialista de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, los debates se han visto reactivados con la exhumación de Franco del Valle de los Caídos, una petición de organizaciones de derechos humanos en virtud de las fosas que allí subyacen, y la obligación de identificar y entregar a las víctimas de la guerra civil que se encuentran inhumadas en fosas comunes. De esta manera, España se enfrenta a su pasado reconociendo que hay heridas que atender, porque todavía supuran. Para trabajar en ello, actualmente se discute la creación de un protocolo de búsqueda de fosas comunes del periodo de la dictadura. 

 

En definitiva, la búsqueda de personas desaparecidas es un imperativo moral de las actuales sociedades. Si no buscamos a nuestros propios muertos, hacemos mucho más profundas y dolorosas las heridas provocadas por la guerra y con nuestra propia historia. La frustración aumenta cuando se percibe poca sensibilidad en la sociedad colombiana, y de parte de personajes de partidos políticos, quienes niegan la gravedad del asunto, la abominación y el horror vivido en los campos y ciudades de regiones del país, que han teñido de dolor y muerte el territorio. La búsqueda de cuerpos nos redime como sociedad, frente a quienes fueron abandonados por su patria en una guerra estéril, irracional e inmisericorde que nos llevó a la negación total del otro. En los campos de batalla, la mayoría de los caídos son inocentes y no participaban en las hostilidades cuando fueron desaparecidos, y aún para quienes participaban, sobre ellos también existían obligaciones a la luz del derecho internacional humanitario, después de ser capturados.

 

Al final, Saramago tiene razón. Colombia debe vomitar a sus muertos, como forma de saber la verdad, de limpiar las entrañas de tanta muerte y desolación, y al final, como siempre se hace en las guerras, podamos enterrar, elaborar el duelo y despedir a quienes quedaron en el camino de un conflicto degradado y desbordado. Debemos vomitarlos para encontrarnos en el espejo de nuestra propia indolencia y porvenir.