Traicionarse a sí mismo y traicionar a los demás

Por Juan Carlos Moyano*

Febrero, 2022

 

 

Lo más fácil, más de lo que podemos suponer, es traicionarse a sí mismo y de paso traicionar a los demás. En Colombia es parte de la idiosincrasia y congenia con la hipocresía que usan los políticos para fingir que son francos y probos. Esgrimen verdades relativas para imponer criterios que se acomodan a sus intereses. Es algo común en el ambiente de los que parasitan a costa del erario público y de quienes incrementan el juego sucio omitiendo los valores éticos y pisoteando la honradez pública. La justicia en este país de anomalías no es funcional, casi nunca se rige por la correcta aplicación de las leyes y la transparencia, más bien el estado es permisivo y facilita la metástasis de la corrupción oficial. Traicionarse a sí mismo y traicionar a los demás parece ser la divisa de ciertos políticos que hoy compiten, tras la ilusoria silla presidencial.

 

En un teatro de acontecimientos reales lo trágico y lo grotesco se combinan para ofrecernos la escena del poder y sus patéticas situaciones. Sobre un pedestal de cientos de miles de cadáveres la casta de los poderosos coexiste entre las pugnas regidas por la ambición y la decadencia. Es insólito el descaro para robarse los bienes públicos y engañar a la gente con mentiras patentadas como credo por la manipulación informativa y porque todavía hay personas que van al ritmo de los rebaños, de los engañados y los indiferentes, donde además de borrego hay que ser sordo y ciego. Y no solo se han corrompido las costumbres sociales y políticas, también en los imaginarios se han incubado los elementos necesarios para justificar los peores delitos, con la complacencia de las mayorías tradicionales que ceban sus mezquindades en los establos legislativos. El drama del poder en Colombia es patético, de mala calidad escénica, cargado de penumbra y de historias melodramáticas y macabras donde el sexo y el dinero inciden en las reyertas electorales.

 

En cierto modo, la mentalidad de las élites que nos han gobernado deviene de manera trasnochada del franquismo encubierto de algunos adalides de la falange criolla, que entrelaza personajes como Laureano Gómez el Monstruo con sujetos como el Innombrable Genocida que lidera la opinión de la ultraderecha colombiana. Es intrincada la trama de los traidores, en la perfidia de personajes astutos que se especializan en meter micos en las leyes y en cultivar las tortuosas relaciones de los discursos y los negocios. Las ideologías de la derecha se han resquebrajado y han perdido la imagen de la identidad que alguna vez tuvieron, cuando algo de coherencia existía entre su ideario y la suma de sus actos. Ya ni siquiera son clericales ni dependen de ordenamientos tradicionalistas, porque la ambición no ha tenido límites y el narcotráfico terminó de remover el detritus de la moral. Entre sus intelectuales ya no hay un Silvio Villegas, un Alzate Avendaño o un Eduardo Carranza, que tuvo conexión directa con Leopoldo Panero Torbado, un poeta español que traicionó la República y traicionó su espíritu y su consciencia cuando se convirtió en servidor del Generalísimo; fue capaz de hacerle apología al tirano y al régimen fascista, con el mismo fervor con el que antes había cantado al pueblo español que buscaba la libertad y la democracia en las barricadas de la historia.

 

Pero hay advenedizos que se destacan por alta traición al corazón del pensamiento libre, como José Obdulio Gaviria, que se ha traicionado sucesivamente para transitar de la izquierda ambigua a la ultraderecha lapidaria. Una dama poco cabal lo ha llamado marxista por los antecedentes juveniles del antiguo director del Centro de estudios del pensamiento Uribista. La dama tiene su manera desenfadada de llamar las cosas, desde la torpeza instintiva que la lleva a delatarse cuando habla y asevera disparates sin ningún recato. Ella traicionó a los suyos con ofensivos calificativos y solo ha sido leal con el nazismo provincial y sin escrúpulos que profesa abiertamente.Cuando habla y gesticula es desafiante, sobreactuada en sus apreciaciones. El maquillaje no cubre lo que subyace detrás de cada gesto, lo que no puede ocultarse. La realidad politiquera es una urdimbre, una maraña de malas yerbas, de cizaña.

 

 

Gonzalo Arango, ejemplo de lo paradójico y de la angustiosa capacidad para revertirse de manera inesperada en su contrario, tuvo el cinismo de llamar “poeta de la acción” a Carlos Lleras Restrepo, ese traidor intelectual recordado con el mote de Remache, que desde el gobierno negó las tentativas transgresoras de su generación, los Nuevos que habían sacudido la hegemonía atrasada del pensamiento conservador predominante durante décadas interminables; generación donde también estaban hombres leales a sí mismos, como Jorge Zalamea Borda y el poeta Luis Vidales. Este parlamento desmedido lo pronunció el líder nadaista ante el presidente que había combatido en sus líbelos; algo poco coherente en este insurrecto escritor de manifiestos incendiarios, sardónicos, que llamaban a la revuelta. Ese día dejó de ser el hereje emblemático para convertirse en alcahueta de su propia traición. Y luego, como si nada, porque también hay impunidad moral. Inclusive, otro contestatario del mismo movimiento, el poeta Eduardo Escobar, terminó adhiriendo al uribismo, quién sabe por qué recónditas motivaciones. Son apenas referentes de algo que es más que una tendencia en la nación, es una enfermedad. En Colombia esa clase de prácticas infestadas de corrupción intelectual lleva a negociar los principios y a vender la consciencia, tasada en dinero y privilegios. La rueda de los espejos gira como una ruleta rusa de ideas que se transmutan en las tormentosas realidades que enfrentan a menudo, cada cuatro años, los personajes de una suerte de comedia de tono mediocre.

 

Vender el alma ya no es raro, no importa el postor de vanidades o el mentor de promesas, lo que vale es la retribución y los beneficios. De lo contrario cómo explicar la complacencia ideológica de William Ospina, destacado escritor cercano a nuestros afectos literarios, que hizo la apología de un político millonario de tosca perspectiva. Un verdadero desatino, si pensamos en la estatura cultural del elogiado, viniendo de la pluma de un creador de libros sesudos y sensibles, autor de columnas memorables que lo han sostenido como pensador que inspira reflexión crítica. Es una posición tornasolada que justifica con argumentos forzados las virtudes de un candidato que no encarna los encantos que el poeta le adiciona. Este escritor se ha caracterizado por la lucidez, pero, en un corte abrupto, su mentalidad parece arrebatada por las turbias conveniencias, dejando al descubierto lo espurio de la conducta de intelectuales que se ponen al servicio de la publicidad política y descreen de lo que han suscitado inicialmente en sus congéneres y admiradores. Los ejemplos abundan y todos terminan siendo un detalle más en el historial personal de los descuidos circunstanciales.

 

Entre la variopinta inteligencia colombiana parece legítimo ser bufón, amanuense de imagen, aspirando seguramente a cargos públicos o diplomáticos, dádivas o contratos. Se podría hacer una larga lista de traidores consumados y traidores solapados, entronizados en las suelas del poder para recibir las mejores migajas. Por lo visto la búsqueda de lo absoluto ha dejado de ser atractiva y se percibe como algo agotado. El espíritu crítico ha declinado en ciertas esferas y quizá por eso vale la pena ser honesto y respetar las convicciones. Entonces, hacen falta decisiones de consciencia que hagan coherentes actos y pensamientos, para no sucumbir ante las maquinarias de los mercaderes de almas, que por estas épocas electorales entran en juego. La confusión  gana terreno y el escepticismo parece la única certeza. Mirarse al espejo suele ser un acto de estricta complacencia. Algunos rompen el espejo y casi nadie lo atraviesa, porque son pocos los que están interesados en superar las pretensiones y las apariencias. El peligro es que cada uno se pierda en el laberinto de disyuntivas empañadas por la niebla. Tal vez la próxima victoria sea una derrota y quizá los conflictos de la historia nos lleven de nuevo a poner la cabeza bajo la rueda dentada de lo imprevisible. 

 

 

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* Juan Carlos Moyano autor dramático y director escénico. Director artístico del Teatro Tierra.

Ha publicado libros de poesía, cuentos, novelas, dramas. En 2021 el Ministerio de cultura le otorgó el Premio Nacional de Dramaturgia.