EL CINE TAMBIÉN ME HA HECHO LEER 

Por Thomas Bartory

Abril - Mayo, 2018

 

Si hay un lugar que contiene calma, conocimientos y sabiduría, ese lugar es las bibliotecas. Mi primera experiencia con una de ellas fue para buscar un mapamundi, y ver en él los países que me habían dejado como tarea. Eran los tiempos donde no había redes sociales, así que ir a la biblioteca no solo era un acto de “ratones de biblioteca”, sino de curiosos. Con el paso de los años empecé a tomarle cariño a las visitas a la  biblioteca y desde entonces me parecen lugares mágicos y constructivos. Uno de esos lugares mágicos fue encontrar en el estante de literatura la obra de Marguerite Duras, cuyo nombre real es Marguerite Germaine Marie Donnadieu, novelista, guionista y directora de cine francesa. El primer libro que leí de ella fue EL AMANTE, una novela de exquisita habilidad en la escritura por supuesto, pero también en su atmósfera que es puro fuego. Un relato casi autobiográfico, y lleno  por donde se le mire de un amor de película. Precisamente esta novela fue llevada al cine. La historia de un amor ilícito en la Indochina del año  1929 es retratada con una increíble fotografía de Robert Fraisse, quien supo estar a las órdenes del guionista y director Jean Jacques Annaud.  

 

Debo confesar ante todo, que vi primero la película, de principio a fin todo el film es una obra de calidad cinematográfica, y cuando me enteré que era basada en una novela, de inmediato corrí a la biblioteca a buscarla. Allí me encontraba yo, el corazón me palpitaba de la emoción, las manos me sudaban, tomé el ejemplar y quería devorar el libro de un solo tajo. La película había tenido tanto efecto en mí que lo consideré como un poder sobrenatural que me conducía a la lectura.  Sin embargo hay que aclarar que el lenguaje literario y el cinematográfico son dos estéticas muy diferentes, y si una obra literaria es llevada al cine, lo que menos se espera de ella es que sea un calco. En el caso de EL AMANTE no lo es, la película muestra cosas que no están en la narración literaria, y toma riesgos que se notan en el trabajo de fotografía, no en vano ganó un premio Oscar a mejor cinematografía (fotografía).  Yo disfruté  tanto la obra fílmica como la novela, y el hecho de que haya visto primero la película me siguió confirmando que el cine también tiene el poder de llevarlo a uno a la lectura, no necesariamente hablo de un film basado en una obra literaria, sino que el cine lo vuelve a uno un niño explorador en los estantes de las bibliotecas, de ahí que uno busque libros y  revistas de cine,  o libros que nos informen  cualquier  tema que uno haya visto en una cinta.

 

El cine también me ha hecho leer, así me ocurrió también con el escritor austríaco Peter Handke, cuya obra la conocí por las películas de Wim Wenders. El cine de Wenders es un homenaje a la pintura, a la fotografía, y sobre todo a la angustia existencial. En el film París Texas,  la carga existencial del protagonista lo vuelve a uno cómplice de su dolor, una soberbia actuación del fallecido Harry Dean Stanton, y una impecable dirección cuadro a cuadro, tanto de exteriores como de interiores, y ni hablar del color de la película tan bien elaborado técnicamente. La obra de Wenders es extensa, mis favoritas  son: Kaspar Hauser (1969),  El miedo del portero al penalti (1972), Alicia en la ciudad (1974), El amigo americano (1977), Paris Texas (1984), El cielo sobre Berlín (1987), Faraway, So close (1993), Historia de Lisboa (1994), Buena Vista Social Club, documental (1999), Ode to Cologne: A RockandRoll film, documental (2002). En todas sus realizaciones, sean argumentales o documentales, su obra está emparentada con la narrativa literaria de Peter Handke, y  me atrevería a decir que  ellos dos trabajan de manera simbiótica. 

 

Gracias a Wenders  llegué a los libros de Peter Handke, sus relatos exponen al ser humano con todas sus contradicciones y angustias, con todas sus incertezas y lo cómico que implica ello.  Así lo siento en sus libros: Carta breve para un largo adiós (1971), Cuando desear todavía era útil (1974), El peso del mundo (1977), La tarde de un escritor (1987), Justicia para Serbia (1997), En una noche oscura Salí  de mi casa (2000).  De igual forma en sus ensayos y obras de teatro Handke elabora sus historias con un increíble absurdo y con una increíble humanidad.  Por consiguiente, si Wenders en sus filmes hace historias a la altura de la soledad del ser humano es porque encuentra en los relatos de  Handke esas premisas. Y si Handke construye bien  los relatos, y los describe con toda su carga emocional en sus párrafos (y también en sus guiones), es porque son influenciados por la estética fílmica de Wim Wenders.  A continuación me permito compartir un poema de Peter Handke que resume ese tipo de relación:  

 

“Cuando el niño era niño 

andaba con los brazos colgando 

quería que el arroyo fuera un río 

que el río fuera un torrente 

y que este charco fuera el mar 

Cuando el niño era niño 

no sabía que era niño 

para él todo estaba animado 

y todas las almas eran una” 

 

El poema es extremadamente bello, y corresponde a la película  EL CIELO SOBRE BERLÍN, un guion escrito por Peter Handke, y cuya dirección fue de Wim Wenders. Esta cinta sintetiza, creo yo, la fuerte simbiosis que hay entre ellos dos y sus propuestas estéticas. 

 

Ahora bien,  reconocer que el cine  te lleva  al universo de la lectura no es gratuito, ya que en la pantalla suceden  demasiadas cosas en las historias que nos narran visualmente, y estas  a su vez nos relacionan con cosas de la vida real, quizá por eso sintamos curiosidad por indagar en la lectura toda la información que nos depara una película; no hay que olvidar que el cine contiene todas las artes.  Por ejemplo, la famosa película CANTANDO BAJO LA LLUVIA, protagonizada y dirigida  por  Gene Kelly,  tiene un efecto tan fuerte en la historia que me hizo ver otros filmes de  Kelly para luego leer y comprender la importancia de los musicales en Hollywood, y la transición del cine  mudo al cine sonoro. Citaré otro ejemplo, quizá el más complejo de todos; UN PERRO ANDALUZ de Luis Buñuel y Salvador Dalí, este film es de un extraordinario contenido surrealista, con una yuxtaposición de imágenes que mueven todos nuestros sentidos. Cada imagen está hecha de manera tan precisa  en todos los niveles estéticos que requiere el cine.  Hasta el día de hoy se ha  tratado de explicar lo que vemos en esos  más o menos 20 minutos del film sin diálogos, desde teorías psicoanalíticas, filosóficas, antropológicas, artísticas y  hasta lingüísticas. No fui el primero ni el último en ser conducido por este film a otras legiones de conocimiento, y  este es el claro ejemplo  de curiosidad y  asombro  coaccionado por la pantalla del cine.  Me pregunto si  los directores y guionistas sobre todo, son conscientes del poder que  ejercen sobre nosotros hasta el punto de llevarnos al estado  de la lectura y de la indagación. Diría que sí son conscientes, pero con una sonrisa, como si nos estuvieran haciendo una broma seria. 

 

Ahora son los tiempos de las redes sociales, pero no quería terminar este artículo sin antes hacer otra confesión; yo aún busco esos  lugares solitarios, calmos y llenos de sabiduría, sí, las bibliotecas,  trato de confirmar en sus estantes  los embrujos del séptimo arte.   

 

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Alexander Ricaurte Cortés, mi seudónimo literario es Thomas Bathory

 

Estudié Artes plásticas y literatura. Las artes son mi convicción de que la vida es otra cosa y contraria a lo ordinario que vemos todos los días. El cine fue mi escape, la literatura la voz censurada de mi infancia, y hacer crítica de cine asomarme  al oficio del realizador audiovisual. Escribo para el colectivo audiovisual TATAGUA y para el FORO IBEROAMERICANO DE CINE, igualmente para la revista literaria BÚFALO en Ámsterdam Holanda. 



DE PORQUÉ EL CINE FUE MI ESCAPE

Por Thomas Bathory

Marzo, 2018

 

Crecí en un barrio bohemio, donde los que se rebelaban o bien alquilaban películas o bien iban a la biblioteca de barrio. Creo que yo pertenecí al primer grupo. En mi casa abundaba la bulla, los gritos, los prejuicios, y el castigo, todo eso era normal en mí y en mis infantes amigos de generación ochentera, pertenecientes a la época de la video-tienda, donde alquilar una cinta era todo un ritual de selección. Aun recuerdo la primera película alquilada por mis amigos y este cinéfilo que les narra, les hablo de EL EXORCISTA, no habrá cinta con más trabajo de fotografía para imponer el terror que ella, y un guion bien adaptado del libro con el mismo nombre. Mis queridos amigos infantes y yo la repetimos una y otra vez con la gallardía que requiere ese acto masoquista. Después vinieron las películas de serie B de terror americanas, y luego las de Gánster. Ese cine americano lo envolvía a uno de niño y por toda la vida. Yo aún me conmuevo viendo cintas como la trilogía de El Padrino, Carlito’s Way, Buenos muchachos, Erase una vez en América, Malas calles, Los Intocables, y otras tantas, es decir; mi universo era Francis Ford Coppola hasta Martin Scorsese, también Brian de Palma y compañía. Tal universo merecía más mi atención que la idiosincrasia de mi casa y de la sociedad, prefería los movimientos de cámara a los movimientos del castigo matutino.

 

Siempre he pensado que quien gusta del cine sufre de una incontrolable manía de buscarse en esas historias, lo hacemos todos, por eso existen los cineclubes, los especialistas de la imagen, los historiadores y críticos de cine. Y existimos los que huimos, los escapistas, los que encontramos en el séptimo arte una manera de apartarnos del mundo y de todo. Igual pasa con la literatura, pero el cine es más embrujador, el cine al ser el lenguaje de las imágenes lo hipnotiza a uno de pies a cabeza. ¿Cómo no sentirse atrapado con las historias del neorrealismo Italiano?, hay en ese cine algo de nosotros, una semiótica que se clava en nuestros corazones, autores de ese cine como Rossellini, De Sica, Visconti, nos hicieron pensar ese mundo de posguerra y sus consecuencias, aquellas películas eran toda una poesía visual para mí. Y paradójicamente yo veo cine para apartarme del mundo, pero el cine mismo me ha dejado reflexiones a lo largo de mi vida, tanto estéticas como de valores con respecto a nuestro mundo.

 

Ahora bien, es melancólico recordar ese amor mío por ver películas desde niño, en aquellos tiempos como lo cité anteriormente existían las video-tiendas, lugares templos donde uno saciaba el hambre por la imagen en movimiento. El dinero ahorrado de toda la semana en la escuela iba a las arcas de esos templos. Allí uno podía contemplar todo tipo de género, desde el terror hasta la comedia, desde el drama hasta la mafia, desde películas de bajo presupuesto hasta las de mayor producción. Y lo curioso es que uno no se ponía a pensar si tales templos eran legales o no, para mí lo eran, más legales que mi familia y la sociedad que me tocó vivir. Literalmente yo corría a esos lugares porque era un escape, aquello se volvió una costumbre, y luego una dulce y atrevida cita con la imagen.

 

Fui criado en una familia tradicional y conservadora, al igual que mis amigos infantes, eran los tiempos donde este país se desmoronaba social y políticamente, eran los tiempos donde “callarse” lo enseñaban hasta en el colegio. Yo no tenía voz ni voto, en realidad ninguno tenía voz y voto en esa sociedad (actualmente tampoco). Así que comprendí con los años que ver películas para mí era un modo inocente y a la vez revelador de escapar a esa sociedad. Las historias en el cine modifican tu forma de ser y de sentir, por lo menos para mí ha sido así. El cine es una fuerza poderosa capaz de transformar algo simple en algo maravillosamente estético. Pese a los cambios que ha sufrido a lo largo de su historia, todos tienen alguna escena preferida metida en sus mentes,…yo tengo más de cien, y lo digo con modestia de niño. Hay una escena recurrente en mi mente; es de la cinta titulada BLOW-UP, del director Michelangelo Antonioni, donde unos mimos juegan al tenis obviamente sin pelota, creando en el protagonista una ensoñación de ese acto con lo vivido por él durante toda la película. A veces siento que yo soy aquel personaje.

 

Las voces poderosas del cine han dejado huella en mí, tanto Bergman, Fellini, Kubrick, Kurosawa, Hitchcock, Wells, y el genio desperdiciado Michael Cimino. La lista es larga, por supuesto. La imagen habla, y más cuando la historia de una película es bien dirigida, el lenguaje cinematográfico es una voz distinta a las demás artes, y por tanto su voz es singular. En los citados autores encontré esa singularidad, permanecen esas voces en la eternidad de mi niñez, juventud, adultez, y espero, por siempre.

 

Crecí en un barrio bohemio, lleno de música salsa y de rock, de aquellos barrios donde los jardines eran todos uniformados como los pensamientos tradicionales de las familias de aquel tiempo. No quise para mí, esa tradicionalidad, así que escapé, ¿hacia dónde? Escapé hacia al cine, huí hacia a las películas junto con mis amigos infantes. Nada ha sido tan real para mí como ese recuerdo. Las películas se volvieron mi espacio y mi comunión. Tuve el placer de ver cintas desde niño hasta el día de hoy, no me arrepiento de este hábito de cinéfilo, y en mi mente brillan una vasta cantidad de imágenes o escenas que trastocan mi modo de ver el mundo, o por lo menos lo veo de otro matiz.

 

Hace unos años tenía junto a unos amigos una especie de cine-club, pasábamos todo tipo de cine, diferentes géneros y nacionalidades, y veíamos en los rostros de los asistentes al final de cada película el asombro y el hechizo, así que no hubo cinta que no dejara inquietudes en los espectadores. Ese hechizo del cine tiene ese acto mágico de seguir hablando de una película en un café o en un cine-foro, y aún cuando hayan pasado los años, seguiremos comentando los buenos filmes como lo hicimos la vez primera.

 

Martin Scorsese decía: “el cine trata de lo que está dentro del cuadro y de lo que está fuera”. No hay mayor definición del porqué del cine, y del porqué lo utilizo hasta el día de hoy como mi gran escape. Espero seguir huyendo de esa manera maravillosa y particular.

 

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Alexander Ricaurte Cortés, mi seudónimo literario es Thomas Bathory

Estudié Artes plásticas y literatura. Las artes son mi convicción de que la vida es otra cosa y contraria a lo ordinario que vemos todos los días. El cine fue mi escape, la literatura la voz censurada de mi infancia, y hacer crítica de cine asomarme al oficio del realizador audiovisual. Escribo para el colectivo audiovisual TATAGUA y para el FORO IBEROAMERICANO DE CINE, igualmente para la revista literaria BÚFALO en Ámsterdam Holanda.



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