Suave Deformación

Stephany Maldonado Pérez

Agosto, 2021

 

Dice Adam Zagajewski: los poetas “callan mucho tiempo, después cantan y cantan hasta que estalla la garganta”; la poesía de Wilson Rodríguez no es otra cosa que un estallido, una zambullida perenne hacia el fracaso y la caída. De ahí que su lenguaje visceral, sea una suave deformación, una caricia en la que el ingrávido se reconoce, tal cual emperador taciturno de un palacio de cucarachas y criaturas aisladas a las que les canta: “Atrapan en la oscuridad/ mis temores, la ansiedad de morir el día”. ¿Y quién más que el poeta para devorarse en apasionado abandono? Rodríguez extrae su voz de las grietas, deja que lo atrapen y le susurren, que lo hagan llegar al trance que servirá de portavoz y emblema a la lucha de la carne con la fascinante mirada de la demencia “Lanzarme desenfrenadamente, una vez más hacia la fascinación y el terror /Saborear el gusano bicéfalo, divino a mis antojos”.

 

La mirada de Rodríguez, aunque funesta es sincera, no adorna la locura o la demencia, ni la suaviza, él sabe de antemano que la locura se arropa entre lo cotidiano, que se mezcla entre la radio y la tetera o se enreda en alguna pata de la mesa; el amor, es incluso, su mejor escenario: “Deleitosa soledad / que corre quimérica/ entre zambullidas amatorias”, ¿y nosotros (lectores-espectadores) dónde quedamos? Somos, a grandes rasgos, anfitriones cavilantes que deambulan por los patios del doctor Caligari; tal es la osadía o la sinceridad del poeta de la suave deformación. Es necesaria la mirada atenta que interroga a la locura, que le pregunta, si hay entre los hombres alguno que tenga como bien preciado la cordura, esta es, la inevitable pujanza a la que nos lleva la poesía de Wilson Rodríguez; inútil sería detener la pregunta, porque en ella se encierra también la belleza: “Es inútil detener el jirón / lanzado del abismo / hacia una belleza combustible”.

 

La poesía de Rodríguez baila en su propia órbita, grita, aunque nadie le oiga, y fractura a la derrota; nos encontramos así ante un espejo ausente que revela la fealdad de las fábricas y la nostalgia de los hombres y mujeres que en ellas trabajan; el pesimismo se transfigura en aceptación, pero se libera a la par, porque interpela al Tiempo y al Ser irreconocible que habita en él, que carece de estadía  “A veces la vida no tiene opción /una masa en forma irónica / se inclina en el objeto”. Así pues, la poesía de Wilson Rodríguez nos devela que nos hallamos inermes ante el asombro o el acierto, tal cual espectros aéreos, que a la manera de Miller, se preguntan si su ser puede ser percibido, si hay algo que permanece oculto. La respuesta es quizás la vanidad o la derrota misma, el apetito de correr al encuentro de un motivo o una pregunta, de correr, en el fondo, sin finalidad alguna, por amor del placer de la búsqueda misma “Hay motivos también / para arrastrar la duda o el amor/ entre un abrebotellas”. El lector, pues, si es lo bastantemente curioso, aceptará el reto, el trémulo gesto que el lobo nos hace antes de abrirnos la boca para que entremos; quizás, en esta suave deformación que nos ofrece la poesía de Wilson Rodríguez, mastiquemos versos de un banquete crudo en el que “No hay preocupación, pues todo en el infierno se consume en alegría”.