Esta serie de poemas son una recopilación realizada para el Portal Cultural Quira Medios por parte del poeta, novelista y editor francés Stephane Chaumet. 

 

Los poemas en general tratan el tema de la desaparición, la guerra permanente en un país y el abuso al que son sometidas las mujeres en un contexto de conflicto armado.

 

Los invito a leerlos mientras piensan en la posibilidad de un nuevo día a través de un abrazo. 

 

Carolina Cárdenas Jiménez

Escritora, poeta y directora editorial de Quira Medios

 

 

 

 

Tu Miao-yi

Nacida en 1961. Licenciada en literatura china de la Universidad Nacional Chung Hsing en Taiwán. Se matriculó en un curso de maestría en Humanidades sobre la Filosofía Buddhista en la Universidad Buddhista Dharma Realm, en los Estados Unidos. Durante 8 años trabajó como editora de literatura para diferentes periódicos. Sus poemas fueron seleccionados en la Antología anual de poesía moderna taiwanesa, desde 2012 hasta 2015. Es ganadora de varios premios de poesía. Sus publicaciones incluyen el ensayo El suelo es todavía un jardín (2006) y el libro de poesía Añorándote (2016).

 

 

Una caverna 

 

En memoria de las prostitutas taiwanesas 

 

Al lado de una caverna oscura y lóbrega 

un soldado armado se fijó en mí. 

Sobre un sombrío y macabro jergón 

un militar japonés me presionó los muslos. 

Siento opaca y débilmente la parte inferior de mi cuerpo, 

y el odio de sentir lejos mi patria crece y crece. 

A una sociedad miserable y canalla 

sólo le quedaba cargar con su denigrante calumnia. 

La sombría y macabra memoria 

llevó a la tumba a un hijo bastardo víctima de la malaria. 

La oscura y lóbrega cavidad 

sólo tenía un destino sin fin. 

Lo que odiaba era que en mi cuerpo existía 

sin razón alguna una cavidad 

que los hombres invadían por joder.

 

Trad. Khédija Gadhoum

 

 

 

Yang Chi-chu

Nacida en 1981. Es estudiante del Programa de Doctorado de Literatura Comparada en la Universidad Católica Fu Jen, en Taiwán, y se especializa en la Literatura de Asia del Este de los años 1930. Su tesis de maestría versa sobre la Adaptación interdisciplinaria: estudio de la narrativa y las series de T.V. de la trilogía Noche de invierno. En 2010, bajo la dirección del Profesor Lee Kuei-shien, se afilió a la sociedad «Encuentro poético» y desde 2014 publica sus poemas y ensayos críticos en la Revista bimensual Li Poetry.

 

 

Valparaíso, la ciudad de los cerros 

 

A través de los cerros de la ciudad de Valparaíso 

fuimos en busca del sabor de su historia. 

Mirando el azul oscuro azul del agua, 

con el fondo verdoso yaciendo en el océano, 

vimos a lo lejos las ruinas atenienses del puerto. 

El bullicio, 

arriba en la ladera, abajo de la ladera. 

Los restaurantes servían platos, uno tras otro, 

de pescado fresco adobado con ingredientes chilenos, 

un consuelo para los exiliados de la guerra civil española. 

Aquel año, cuando desembarcaron, 

reconfortamos a aquellos que habían sufrido el terror 

de la guerra civil chilena. 

Aquel año, cuando perdieron, 

consolamos a los poetas taiwaneses que habían padecido 

el periodo del terror blanco. 

Aquel año, muchas personas desaparecieron sin razón. 

Es algo que recordamos vivamente.

 

Trad. Khédija Gadhoum

 

 

 

Chen Hsiu-chen

Nacida en 1960. Ha usado los seudónimos ChenXiu-zhen y LinHsien. Graduada en Literatura China por la Universidad Tamkang y ha sido editora en varios periódicos y revistas. Sus publicaciones incluyen el ensayo Un diario sobre mi hijo (2009) y los poemarios El eco de la cuerda en el bosque (2010), Máscara (2016), Paisaje en penumbra (2017) y Promesa, una colección trilingüe en chino, inglés y español (2017). Ha participado en destacados festivales, como el Internacional de Poesía de Formosa en Tamsui (Taiwán, 2015 y 2016), en la Cumbre Internacional de Poetas de Kathak en Dhaka (Bangladesh, 2016), en el Festival Internacional de Poesía Ditët e Naimit en Tetova (Macedonia, 2016) y en Capulí Vallejo (Perú, 2017).

 

 

El pueblo y Dios 

 

1

En todos los extremos de la guerra los humanos 

creen en el mismo Dios. 

El lado izquierdo insiste: nuestra es la verdad. 

El lado derecho insiste: nuestra es la justicia. 

Todos rezan por la victoria en el mismo campo de batalla, 

todos rezan al mismo Dios, y sus súplicas son las mismas. 

Y Dios se encuentra dividido en dos mitades, 

aprisionado en el mismo dilema. 

 

2

En todos los extremos de la guerra los humanos 

creen en varios Dioses. 

De cara a su propio Dios cada lado reza 

por la victoria en el mismo campo de batalla. 

El lado izquierdo insiste: Nuestra es la victoria. 

El lado derecho insiste: Derrotada sea la oposición. 

Parece como si la guerra 

se volviese un gesto inocente 

entre los Dioses. 

Los humanos usan misiles para decidir 

cuál de todos los Dioses 

es el verdadero.

 

Trad. KhédijaGadhoum

 

 

Del libro Taiwán no es un nombre, 19 poetas taiwaneses contemporáneos

Ed. Escarabajo, colección La noche agitada

 

 

 

 

Ana Arzoumanian

 

Fragmento del libro Cuando todo acabe todo acabará

 

Yo no sabía que a ellos también les estallaba. Que a papá, la carne. Que tenían miedo y que por eso huían. Que cuando empezó a correr no paró con nada, con nada paró. Para que no lo reclutaran. Porque en el ejército todos morían y el abuelo no quería morir. Por eso las dejó sentadas debajo del árbol. Por eso las tres niñas y su madre se quedaron mirando la forma en que no volvía. Les preguntaría, dónde están los hombres, si pudiera verlas; si no hubieran sido ellas las que hubiesen desaparecido.

 

Duelen los huesos.

 

Te necesito como testigo del accidente. Para que digas que no hui, que no tuve miedo. Que no las abandoné arropadas junto a otras mujeres viejas que habían sido violadas antes.

 

Duelen los huesos.

 

Y como yo no quiero hablar. Succiono mi propia lengua. Sumerjo la cabeza en agua en contra de la corriente. Para que se me borre todo lo que sé, lo poco que gruñe, zumba. El ruido de camas chirriantes. El bum bum tic tic como cajita de música que sonara sin interrupción. Junto trozos de un pez que haya sido mordido por un tiburón y mostrara la mueca de los dientes. Los restos de otro pez comido por un cuervo; mandíbulas de cangrejo como gritos lanzados en la línea de una red, su campo eléctrico vertical dirigido hacia abajo. Pruebo la corriente eléctrica y froto mi lengua a la deél como un ámbar que desprende calor por toda su superficie. En algún momento va a parar. Una corriente de cien a ciento diez voltios durante una o dos décimas de segundos. Durante ese tiempo, se suspenden los movimientos respiratorios. Entonces no voy a poder poner las manos sobre el fuego; jurar, rubricar. La cuerda se retrajo y ya no sirve para probar que el cáñamo no se ha cortado.

 

Son tres gotas de sangre disueltas en el café. No es un café en Dinamarca. Sólo tres gotas de sangre, testigos de lo que es mujer en mí. Él se la saca del pantalón, y yo me digo, Aquí están los hombres.

 

¿Qué te hago?

 

 

 

 

Carter Revard

Carter Revard (1931), también conocido como Nompehwahthe, es de ascendencia Osage y creció en la Reserva de la nación Osage, en Oklahoma. Obtuvo su licenciatura en las universidades de Tulsa (Oklahoma) y Oxford (Gran Bretaña, con una beca Rhodes) en 1952, y su doctorado en Yale en 1959. Fue profesor de literatura medieval inglesa y de literaturas indígenas norteamericanas en varias universidades hasta 1997, año en que se jubiló. Ha publicado seis poemarios —el más reciente, How the Songs Come Down (2005)— y su obra aparece en varias antologías de la poesía norteamericana contemporánea. Recibió el Premio al Conjunto de la Obra (2005) de la organización de escritores indígenas Native Writers’ Circle of the Americas.

 

 

Hiperequipaje poscolonial

 

Ojalá Vuitton hiciera una maleta

con módem e hipertexto —o por lo menos con ventanas

para que pudiéramos instalar unos archivos, en que

las chaquetas no se arrugaran y todas

las medias sucias se pudieran colgar con cuidado en

la gaveta del hiperespacio ¬—y con

archivos más frescos aún para que los bombones

de chocolate no se derritieran sobre

un suéter de cachemir. Hacen falta estos agujeros negros

nítidos y reversibles para cruzar las Fronteras,

las cosas que pudiéramos empacar y cerrar

con un solo toque y nunca romper una costura

ni zafar un zipper. Harían que el Eurodólar

subiera de valor como un rayo

—y, piénsalo bien,

los Bombarderos Furtivos se podría reemplazar

con bolsas diplomáticas llenas

de asesinos virtuales,

los terroristas ya usados se podrían botar

en la Basura, dejando

una Realidad Virtuosa.

Todas las Reservas Indias podrían ser desaparecidas

          en el Valle de la Muerte, y sin embargo ser asequibles con

                    su icono dorado, el Dólar de Sacajawea.

Semejante Manzana de Pandora, pienso,

           hasta el más notorio Satanás pudiera vender

                      al Adán o la Eva más inteligente, solo con decir,

                                una mordida de esta, mis queridos,

                                           y ya están de regreso al Edén.

 

Trad. Katherine M. Hedeen y Víctor Rodríguez Núñez

 

 

 

 

Janet McAdams

Janet McAdams (1956), de ascendencia Creek, creció en Alabama. Obtuvo una licenciatura en inglés y una maestría en escritura creativa en la Universidad de Alabama; y recibió el doctorado en Literatura Comparada en Emory, con una tesis sobre la poesía indígena norteamericana. Su primer libro, The Island of Lost Luggage(2000), ganó el Premio de Poesía Diane Decorah y el American Book Award; Feral (2007) es su segundo libro. Enseña escritura creativa y literaturas indígenas en Kenyon College, donde ocupa la Cátedra de Poesía Robert P. Hubbard. Fundó la serie Earth works de literaturas indígenas norteamericanas y de poesía latinoamericana en traducción de la editorial británica Salt.

 

 

La guerra de los mil años

 

Imagínate, si puedes, un pueblo que dormía.

Imagínate cómo, cuando cambió el tiempo,

nos encogimos de hombros

y nos ocupamos de nuestro placer.

Entonces: tierra, cielo, agua.

Todo

cambió de color.

Apartamos la mirada, inquietos.

 

La próxima vez que miramos, vimos los campos

secarse y vaciarse,

ese largo septiembre hacia el otoño,

los Años Invernales que siguieron.

Nos reducimos: un pueblo que muere

más rápido que nace.

 

Decimos que nadie vive más allá de la frontera,

esa línea que separa

el sitio donde uno jamás puede vivir

de aquí, donde uno puede vivir apenas.

Los pocos que se fueron no regresaron.

 

Te escribo esta carta,

aunque nunca me escribas.

Por pena o sufrimiento, dudo

que sepa. Trato de recordarte,

en un momento en que no se soporta recordar.

Pero esto en verdad lo sé: los ocasos

se volvieron más bellos, no menos, la lluvia

paulatina y cálida. Grueso, grueso

fue nuestro último otoño.

Las frutas eran ricas y anaranjadas.

Ahora las cosas se deshacen. Las cosas

que amábamos se desgastan.

Poco a poco, empujamos los trastos

más allá del territorio cercado.

 

Allí puede ser que encuentres cualquier cosa:

ingeniosos aparatos metálicos

cuyo uso se ha perdido,

un vaso con plumas de pavo real,

libros de fotografías

que nadie tiene la voluntad de abrir.

 

Imagínate un mundo reducido al invierno.

Imagínate, si puedes, una tierra

que suspiró, se volcó,

y durmió mil años más.

En el tiempo que nos queda,

¿hablaremos?

¿Nunca hablaremos de eso?

 

Trad. Katherine M. Hedeen y Víctor Rodríguez Núñez