Por Andrés Borrero Parra
noviembre, 2019
En Bogotá la noche es un escenario abierto para quien se quiera presentar en ella, pero que esté siempre ahí no quiere decir que sea fácil o que la recepción de la gente sea siempre con los brazos abiertos. Como sus calles es una ciudad dura, rota, llena de ratas que pasean en medio de las piernas de los transeúntes, Bogotá es la Atenas en ruinas que converge en mil sonidos pero que como la mayoría de ciudades industriales la caracterizan los estruendos eléctricos, guitarras, baterías, bajos, teclados y voces salidas de esas calles rotas. Solo la historia determina si pueden entrar a las grandes bandas independientes que se han hecho un nombre en Bogotá y Colombia.
Uno de los principales factores que ha marcado la imposibilidad o posibilidad de ocupar ese escenario ha sido la industria musical que como toda industria se ha basado en cánones de rentabilidad haciendo que muchos de los músicos bogotanos que se han acercado a la tarima por esta vía para que los dejen tocar así sea un riff, son sepultados antes de poner los dedos sobre cualquier instrumento. La industria dice no.
Desde los años 80 en el mundo se empezó a anexar el término “indie o independiente” a distintas expresiones musicales, en Colombia también los jóvenes se empezaban a abrir camino y con su rebeldía confirmarían que el rock es un monstruo demoniaco que no entiende de civilización y se apropia de las vidas sin importar leyes, ni religiones, ni industrias.
En Bogotá y Medellín los sonidos estruendosos y letras estaban inspiradas en las masacres que teñían los campos, en el sicariato, el narcotráfico y la guerra. Estos eran los universos que conformaban lo que vendrían siendo los inicios de la música independiente: El “Ultrametal”, representado en la capital antioqueña con bandas como Parabellum, Reencarnación, Mierda y Sacrilegio, además de ese punk “chatarrero” que tanto gusta en las ciudades, bandas como Rodrigo D. En sus canciones los jóvenes estaban rotos y en su música trataban de juntar sus pedazos, tanto así que bandas de Black Metal noruegas fueron influenciadas por estos contenidos.
Los días de rock se hacen solos, se acompañan de sol o lluvia, el asfalto se calienta o las calles se inundan de ríos que se estancan en los huecos que han dejado los políticos y el tiempo, siempre hay un concierto con artistas “indie” en algún bar o algún parque de la ciudad y nosotros en cada paso vamos haciendo la fiesta, los chorros de Ron o Whiskey barato calientan el estómago y los músculos para el baile y el pogo del resto de las noches.
En Bogotá el rock independiente empezó a ser visible en la segunda mitad de los años 80, tenía una mayor influencia del punk y del rock en español, de ello fueron representantes bandas como Darkness, La Pestilencia, La derecha, Sagrada Escritura, Odio a Botero, Morfonia, La Orquesta Sinfónica de Chapinero, The Black Cat Bone y Vértigo, entre otras que hoy todavía son bandas sonoras de este caos citadino que cada cuatro años ofrece promesas de futuro, pero en la que todos los hijos desesperanzados de esta ciudad sabemos que NO FUTURO.
Esta noche vamos a uno de esos conciertos underground, un pequeño bar será el sitio que acogerá bandas que se lanzan a la escena como lo son La Brigada Ramona Parra La Florida o la Brigada RPF, un grupo “indie” que mezcla el punk, ska y rock en un sonido bestial, cargado de letras combativas que han abierto su propio camino. También toca Valdavia que lanza su primer disco, cargado de letras feministas y la fuerza del punk y Ska. A ellos los acompaña Policarpa y sus Viciosas, otro grupo independiente que viene marcando la historia de nuestra sociedad desde los años noventa junto a grupos como aterciopelados y las 1280 almas.
En Bogotá cada tanto nace una nueva banda con la ilusión de subirse a la noche citadina, quieren brillar al consolidar un sonido propio, una estética y un mensaje contundente que pueda ser difundido sin pasar por esa industria que dice qué es bueno y qué es malo, sepultando músicos e historias antes de acercarse al escenario bogotano para ser narradas entre sonidos atmosféricos.
La Brigada RPF dice en una de sus canciones “El pueblo somos/ queremos ser/ la primavera la voz divergente/ eso somos/ queremos ser/ el grito del rebelde de eternas sombras de un mal creciente/ mi gente tiene ya suficiente/ la lucha emprende para romper el dolor de mi gente/ grita fuerte, somos el pueblo/ la voz de Allende/ somos la voz de Bolívar vigente/ ni somos masa ni multitud somos la fuerza de nuestra gente…” Y ésta estrofa es lo que el rock independiente ha querido ser una fuerza popular, alternativa, de la gente; en todo el sentido de la palabra: independiente.
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