El Escritor Rabioso

120 años

Roberto Arlt - Foto de archivo
Roberto Arlt - Foto de archivo

Por Juan Manuel Acevedo

Crítico, investigador y docente universitario

Abril, 2020

El 26 de abril de 1900 nació en Buenos Aires, Argentina, Roberto Emilio Godofredo Arlt. Sus padres, el prusiano Karl Arlt y la austrohúngara Ekatherine Lobstraibitzer, eran un par de inmigrantes pobres recién llegados al país.

Partida de Bautismo de Roberto Arlt - Cortesía de Editorial Babilonia
Partida de Bautismo de Roberto Arlt - Cortesía de Editorial Babilonia

Su infancia transcurrió en el barrio porteño de Flores. En el ambiente familiar se hablaba idioma alemán, tuvo dos hermanas que murieron de tuberculosis -una a temprana edad y la otra, Lila, en 1936-. La relación con su padre estuvo signada por un trato severo y poco permisivo o directamente sádico. La memoria de su padre aparecerá en futuros escritos. Fue expulsado de la escuela a los ocho años y se volvió autodidacta. Se escapó de su casa a los dieciséis años. Trabajó en un periódico local, fue ayudante en una biblioteca, pintor, mecánico, soldador, trabajador portuario y manejó una fábrica de ladrillos. Al fin se decidió por el periodismo. Se hicieron célebres sus aguafuertes. 

Infancia de Roberto Arlt - Fotografía Instituto Cervantes
Infancia de Roberto Arlt - Fotografía Instituto Cervantes

Entre 1920 y 1930 se acerca al Grupo Boedo que publicaba en la Editorial Claridad y se reunían en el Café El Japonés. En 1926 escribió su primera novela El juguete rabioso, a la cual le iba a poner inicialmente como título La vida puerca.

El escritor y crítico literario Juan Manuel Acevedo nos hace un concienzudo recorrido por la narrativa de este autor que registró el lunfardo de inicios de siglo en la capital argentina.

El juguete rabioso, 1926
El juguete rabioso, 1926

El Escritor Rabioso

Por Juan Manuel Acevedo

Si algún escritor rioplatense se ha acercado a eso llamado genio, escribió Juan Carlos Onetti, ese escritor fue Roberto Arlt. No hay otro escritor argentino -ni siquiera Borges-, a quien esa ambigua palabra (genio), signifique lo que signifique, le siente mejor. La incomprensión de sus contemporáneos, la agresiva amoralidad de su obra, el desprecio de Arlt por casi todo lo que no fuera él mismo, y su muerte prematura, fueron armando ese ícono del bárbaro desdichado y genial. Esta caracterización emotiva tiene el inconveniente de instalar al escritor en una especie de infierno, habitado por los poetas locos, los enfermos iluminados o los niños irresponsables del arte.

 

Roberto Arlt deja de ser un novelista, un dramaturgo, un hombre de ideas, para transformarse en un caso clínico o en un enigma literario. La afirmación -por no decir la acusación- de la genialidad de Arlt se articula con otras, que parecen oponérsele pero conducen al mismo resultado: Arlt escribía mal, Arlt era poco menos que un analfabeto. Roberto Arlt viene a ser una especie de cruce entre el compadrito orillero y el dandy europeo, que escupía sobre los porteros o lloraba ante una rosa marchita; por ello, no tenía más remedio que escribir Los siete locos.

Roberto Arlt - Archivo
Roberto Arlt - Archivo

“No sé si fue un ser angélico, un hijo de puta o un farsante” , escribió Onetti, ¿acaso era las tres cosas? Julio Cortázar, en su prólogo a las Obras Completas de este autor, lo compara con un “Goya canyengue”, “un François Villon de quilombo” o con “un Kit Marlowe de taberna y puñalada”, y escribe: “La escritura tiene en Arlt una función de cauterio, de ácido revelador, de linterna mágica proyectando una tras otra las placas de la ciudad maldita y sus hombres y mujeres condenados a vivirla en un permanente merodeo de perros rechazados por porteras y propietarios” . Es un hecho: ese bárbaro intimida, pero ¿qué se hace con un genio que escribió mal novelas como Los lanzallamas, cuentos como El jorobadito, Las fieras, o Ester primavera?

 

Fueron los contemporáneos de Arlt quienes señalaron su torpeza estilista, su mal gusto, pero lo mismo dijeron de Cervantes y de Shakespeare. Ricardo Piglia, por su parte, anota que cualquier maestra de escuela primaria podría corregir una página de Arlt, aunque tal vez le resultara un poco menos fácil escribirla. Se debe admitir, por cierto, que algo anda mal a veces en la prosa de Arlt; palabras como “turro”, “cafishio” o “rufián”, producen cierta incomodidad en la gente de buenas costumbres y estilo refinado.

"Conventillo", fotos de archivo - Cortesía Editorial Babilonia
"Conventillo", fotos de archivo - Cortesía Editorial Babilonia

Por fortuna, Arlt no podía llevarse bien con las normas académicas y nunca dejó de escribir como un salvaje. Hoy se notan las disonancias de esa prosa bárbara. Hay muchas maneras de probar la excelencia de una obra; la más sencilla es buscar sus ecos en los que vinieron después. En Argentina, desde hace cincuenta años, no hay ningún escritor que no le deba algo a Roberto Arlt: Sábato, Cortázar, Onetti, Marechal, Piglia y hasta el mismo Borges, quien confesó valerse del argumento de El juguete rabioso para escribir el cuento “El indigno”, de El informe de Brodie. Hoy, Arlt sigue siendo un escritor rabioso que encierra la violencia de un “cross” a la mandíbula. 

 

Para hacer justicia a un fanático de los inventos, quizá habría que hablar de patentes narrativas. Arlt es un goloso de la originalidad; para él, escribir significa siempre escribir de otro modo. El lunfardo, el ritmo telegráfico, las voces sueltas dan una impresión de estupendo desorden, pero siguen un diseño y se articulan para llegar por el camino “equivocado”. En este idioma revuelto nada es gratuito, las palabras reflejan los padecimientos de los personajes. La paradoja de este estilo literario es que  quiebra el texto a la manera de un pintor que culmina su lienzo con tijeretazos, no en vano algún crítico posmoderno afirma: “La hondura visionaria y fantasmagórica de Arlt puede compararse a las perturbadoras telas de Bacon”.

Autoretrato, Cortesía - Editorial Babilonia
Autoretrato, Cortesía - Editorial Babilonia

Ese Arlt es el tema de estas páginas, ese Arlt que provoca en el lector las contradictorias emociones que animan a sus personajes, como  la mezcla de humillación y humor que reclama una risa  averiada e incómoda. Podría afirmarse que Arlt es un expresionista que representa una sustantiva reorientación del modelo realista; este nuevo modelo se acompaña de lo grotesco para develar lo crudo y lo absurdo. Sus cuatro novelas: El juguete rabioso, Los siete locos, Los lanzallamas y El amor brujo, y sus dos libros de cuentos: El jorobadito y El criador de gorilas, significan una exploración del realismo grotesco como camino de trascendencia. La narrativa de ese Arlt es la que interesa, y para conocerla habrá que atravesarlo a él mismo; es por eso, que estas páginas se ocuparán de la vida y la obra del genio argentino, para luego abordar problemas específicos como la figura del antihéroe y el mesianismo delirante de los personajes arltianos. 

 

Resta decir en palabras del propio Arlt: ...“Que los eunucos bufen”. 


Juan Manuel Acevedo

Cali, Colombia 1977. Licenciado en Filosofía y Letras de la Universidad de Caldas, Magister en literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira, Becario y Ph(c)D del Doctorado en Literatura Latinoamericana de la Universidad Andina Simón Bolívar. Autor de los libros: Lo grotesco en la narrativa de Roberto Arlt, Siete Locos de la Narrativa Argentina Contemporánea, Conjeturas sobre Literatura Latinoamericana Contemporánea y Marginalia III, Relecturas del Canon. Actualmente se desempeña como director del programa de Licenciatura en Literatura de la Universidad del Quindío-Colombia y como profesor e investigador de la Maestría en Literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira y en los grupos de investigación: Literaturas marginales y Literatura y cultura.

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El escritor rabioso por Juan Manuel Acev
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