Reportaje a Ricardo Sumalavia

Por Galia Ospina Villalba

g.ospina@javeriana.edu.co

Julio, 2018

 

No somos nosotros, de Ricardo Sumalavia es un tejido de encuentros entrañables con voces que provienen de sus lecturas predilectas, presencias imaginarias y ausencias que insisten en estar presentes. Su libro deviene así en un Aleph, “un viaje hacia lo imposible”. La escritura de este escritor peruano es otro laberinto. Me parece haber leído en la novela Ciudad de cristal, de Paul Auster, “que el punto está en todas partes y la circunferencia en ninguna”.

 

En palabras de Luis Hernán Castañeda este libro funciona a modo de bitácora; como “un álbum de pequeños artefactos climáticos que generan lluvias, vientos, neblinas”. Lima y Burdeos gravitan en el paisaje de la memoria atravesadas por un río que tiene el mar próximo. 

 

Este viaje físico, literario e imaginario es un regreso y el hilo conductor de los fragmentos pertenece a Alma, la fantasmal niña muerta, quien es como la Beatriz de Dante.

 

Creo que podríamos iniciar esta conversación por el epígrafe de No somos nosotros, que resulta tan revelador y sugestivo en tu proceso de creación literaria:

 

Fue como si al huir de un lugar la forma espacial hiciera

que el punto más alejado del lugar fuese el lugar mismo.

De repente nos encontraríamos y nos reconoceríamos,

Los mismos y diferentes, con gran sorpresa nuestra.

                                                             PAUL VALÉRY

 

Me gusta mucho este fragmento de Valéry. Me gustó la idea de una partida/huida de la cual no se permite salir del punto de origen. Es decir, nunca te vas realmente. Viajas con todo tu ser, con todo el espacio que te rodea y, de pronto, todo se trasforma. Es y no es lo mismo.

 

 

Me recuerdas al escritor peruano Julio Ramón Ribeyro, quien después de una larga temporada en Europa, decide radicarse en Lima. ¿Cómo ha sido ese aprendizaje del retorno a Lima después de haber vivido diez años en Burdeos? ¿Qué es una memoria para ti?

 

Julio Ramón Ribeyro y su obra han estado muy presentes en la escritura de este libro. Fueron referencia constante en este aprendizaje de la memoria y de construcción de rutas de regreso. Yo fui a Burdeos cargando a Lima sobre mis espaldas y regresé a Lima con Burdeos encima. ¿De dónde es que soy verdaderamente? De todos estos lugares. Son partida y retorno al mismo tiempo. 

Ahora bien, cómo artículo la memoria en todo esto. Para mí la memoria es una construcción ficcional. Seccionamos, negamos, privilegiamos, etc. muchos de los momentos de nuestra vida. En ese sentido sólo soy fiel a la transformación. 

 

 

Háblanos acerca del origen de tu libro. ¿Cuáles fueron tus principales influencias?

 

Soy de aquella generación que usó en un principio los blog en internet como una suerte de diario intelectual. No fui constante en ello, pero me gustó tener un soporte que me daba mucha libertad, sobre todo teniendo en cuenta que el formato breve siempre me atrajo. Ya había publicado un libro de microcuentos (Enciclopedia mínima, 2004). Y todo esto coincidió con el inicio de mi estadía en Francia. Por esos años leía diarios y muchas crónicas de viaje y me sentí atraído por la mirada del cronista literario. Fue de esa forma que empecé a establecer puentes entre la ficción y la crónica. 

 

 

Percibo en tu escritura un género literario que bordea la crónica, el diario íntimo, el cuaderno de apuntes, el fragmento, el aforismo, el microrelato, la autoficción. No me atrevo a encasillar tu obra bajo una categoría. Tal vez es esa indiscriminación genérica la que más me seduce como lectora.

 

Desde mis primeros escritos fui consciente de que no me dejaba llevar por modelos fijos de escritura. No fue una elección, simplemente vino así. Al principio esto me incomodaba. Quería ser más convencional, más clásico, pero no se me daba. Recordemos que en el Perú la narrativa es muy convencional en temas y formas. Entonces afiné lo que consideraba un error. Me moví entre diversos géneros. Leí a muchos autores que hacían lo mismo y encontré, digamos, una familia literaria.

 

 

Un poderoso tema emerge en tu libro: el otro de Jorge Luis Borges. “Te sorprende la posibilidad de volverte otro y que los demás empiecen a observarte y asumirte como ese otro. Cuando viviste en Barrios Altos temiste que algo así te sucediese algún día”. Cuéntanos más al respecto.

 

Desde pequeño jugaba con la idea de cambiar de identidad. Incluso aún hoy mi familia recuerda que de niño decidí cambiarme de nombre. Luego descubres que actúas de acuerdo a la identidad que asumes. Barrios Altos es parte del Centro Histórico de Lima y siempre tuve la impresión de que sus calles, modernizadas, en realidad solo tenían revestimientos, caretas sobre caretas. Era otra y la misma. Y esa es la misma lógica que aplico en muchas de mis ficciones.

 

 

¿Por qué escribes?

No lo sé. La semana pasada me hicieron la misma pregunta y di muchas razones. Hoy no lo sé. Podría estar haciendo muchas otras cosas, pero se me dio por escribir y no lo puedo evitar. No creo que alguien escriba porque tiene talento para ello; lo hace porque le cayó la maldición. Claro, hay peores maldiciones.

 

 

¿Cómo ha sido la transición entre tu primera novela Que la tierra te sea leve, Mientras huya el cuerpo y este último libro?

 

Como se trata de un tríptico, que he venido a llamar Tríptico de la levedad, hay un diálogo estrecho entre estos libros. En ellos hay una disolución de la ficción y de la realidad. Se niegan los cuerpos para que puedan estar más presentes que nunca. 

 

 

¿Todo pasado es ficción? Recuerdo La ciudad ausente, de Ricardo Piglia: “Todas las obras maestras duran lo que dura la lengua en la que fueron escritas. Sólo el silencio persiste, claro como el agua, siempre igual así mismo”.

 

Me gusta pensar que somos mientras nos narramos, mientras nos enunciamos, lo que dura esa lengua y el recuerdo de la lengua. En ese sentido, el pasado es solo un enunciado presente.

 

 

¿Cómo concibes el acto creativo?

 

Es algo misterioso. Supera toda racionalidad. Nuestra aproximación al acto creativo es como la de un ciego ante un hermoso paisaje. Sabemos que está allí, la intuimos. 

 

 

Mario Levrero es un autor potente en tu escritura. De las lecturas que hiciste él surgió este bello pasaje que nos lleva a la contemplación de ciertas ruinas:

 

Muchos y diferentes impulsos pueden llevarte a escribir, muchos y variados temas pueden poblar tus páginas; no obstante, habrá quienes se sientan atraídos por escribir una historia cuya nota musical sea tan original como una ruina invadida por la vegetación.

 

Al leerte me viene a la mente el paisaje limeño, y sobre todo, el cuento Al pie del acantilado, de Julio Ramón Ribeyro:

 

"Nosotros somos como la higuerilla, como esa planta salvaje que brota y se multiplica en los lugares más amargos y escarpados. Véanla cómo crece en el arenal, sobre el canto rodado, en las acequias sin riego, en el desmonte, alrededor de los muladares. Ella no pide favores a nadie, pide tan sólo un pedazo de espacio para sobrevivir. No le dan tregua el sol ni la sal de los vientos del mar, la pisan los hombres y los tractores, pero la higuerilla sigue creciendo, propagándose, alimentándose de piedras y de basura. Por eso digo que somos como la higuerilla, nosotros, la gente del pueblo. Allí donde el hombre de la costa encuentra una higuerilla, allí hace su casa porque sabe que allí podrá también él vivir."

 

¿Cuál ha sido tu higuerilla, Ricardo?

 

Es difícil saberlo. Desde pequeño, creciendo en medio del casco urbano, siempre tuve la impresión de crecer rodeado de ruinas. Claro, Ribeyro tenía razón: somos unas higuerillas que crecimos en medio de esas ruinas, pidiendo solo un pedazo de espacio. Visto así, somos como unas plantas que no debimos estar allí, pero sin embargo estamos.

 

 

Tu libro es la incesante búsqueda de ese Otro que vive en un mundo paralelo, de esos Otros que también te habitan. Tu infancia reaparece en las páginas como un foco de luz al igual que el personaje de Alma. Háblanos de ella.

 

Alma es el espíritu de las ruinas de la ciudad de Lima. Es una imagen intermitente que de pronto me orienta en el camino del retorno a mi pasado, a mi ciudad, a mis propias ruinas. En esa búsqueda voy hacia ese otro Ricardo que se quedó como guardián de las ruinas, acompañado por Alma.

 

 

Otro tema muy significativo en tu libro es el espacio imaginario. El comienzo de la vida literaria debe hallarse justamente aquí, en la vida imaginaria como punto de partida. Como dice Ricardo Piglia “la literatura es una forma personal de la utopía”. ¿Qué opinas al respecto?

 

Lo curioso es que todos los espacios en mi libro, que podríamos llamar reales, son una suerte de construcción imaginaria. Como si no hubieran existido más que en la literatura misma.

 

 

Antes de dedicarte a la creación artística habitaste el mundo de la Ingeniería Mecánica. ¿Cómo se dio este cambio?

 

De niño se me metió en la cabeza que este planeta iba a desaparecer pronto. Por ello me dije que debía construir una nave y salvar a mi familia. Lo más cercano a cumplir ese fin, fue estudiar ciencias. Claro, cuando ingresé a la universidad ya había olvidado la motivación original. Luego vino la literatura: otra forma de construir una nave y salvarme a mí mismo.

 

 

Noto una fuerte influencia oriental en el sentido de la brevedad que permea tus textos. ¿Cómo te ha nutrido la tradición del microrelato?

 

La brevedad es una de mis marcas de agua. El microrrelato me ha brindado muchas estrategias narrativas que me son muy útiles en narraciones más extensas, aunque siempre fragmentarias. Y lo oriental es muy fuerte en mi narrativa. La poesía budista fue fundamental.

 

 

Cuéntanos una de las experiencias más significativas que viviste en Oriente.

 

Viví unos años en Corea del Sur, donde fui como profesor invitado. Esa experiencia marcó mi sensibilidad hacia la literatura oriental. Obtuve un tempo-ritmo distinto. Observas las cosas de un modo distinto. Desde lo más simple y te maravillas de esa simplicidad.

 

 

La escritura “gravita hacia el cielo y hacia la tierra”. “Dicen que por la fuerza gravitacional entre la Tierra y la Luna, que condiciona las mareas, también vuelven a doler las cicatrices –esa irregularidad de nuestros cuerpos-. Seguramente sucede que nuestras heridas gravitan hacia el cielo”. ¿Cuáles han sido los aprendizajes de las cicatrices en tu vida?

 

Una imagen que aparece constantemente en mis escritos es la cicatriz. Es una imagen que me seduce. La primera vez que me acosté con una mujer, me quedé perturbado al observar una extensa cicatriz que ella tenía en la pierna. No me atreví a preguntarle el origen de esa marca, pero supuse que contenía dolor y vida.

 

 

Me parece pertinente compartir en voz alta el primer párrafo de tu novela, que en palabras de Julio Cortázar, “es como la semilla donde está durmiendo el árbol gigantesco”:

 

Volver. No pocas veces me he preguntado si realmente sé volver a Lima, mi ciudad natal. Todo haría pensar que solo es cuestión de subir al avión, viajar y llegar. Una cadena de acciones. Pero no. No es así. Yo necesito saber volver. Necesito aprender y asumir que mi desplazamiento físico acarreará algo más que ser depositado en un punto del espacio que debo reconocer como mi espacio original, mi punto de origen. Y es allí que descubro que mi tiempo de llegada no coincide con mi tiempo de volver. Es por esa razón que suelo atravesar por un periodo en el que estoy retirando la rémora, rascando el coral para aproximarme a esa piedra primera que me resisto a aceptar que ya no existe. Porque solo existe el revestimiento que perdura la forma del espacio al que anhelo regresar. Visto así, para mí volver es una ilusión. Un viaje a la ilusión. Y la ilusión se aprende.

 

Escribí este texto en un aeropuerto. Viajaba a Lima de visita. En ese momento no sabía que algún día retornaría de manera definitiva. Me encontraba pleno de intuiciones. Y un día lo hice: viajé a la ilusión.