Ricardo Arias Romero

Febrero, 2019

 

Descendiente de abuelos Muiscas es escritor en poesía y narrativa actividades que combinó con estudios en Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario, posterior a esta etapa inicia su academia cursando la Licenciatura en Lingüística y Literatura en la Universidad Distrital y posteriormente realiza estudios en la Universidad Central en el entonces Diplomado en Escritura Creativa bajo la dirección del Maestro Isaías Peña. 

 

Docente, escritor e investigador, varios de sus trabajos están encaminados al desarrollo de potencialidades pedagógicas, experiencia que le sirvió para integrarse al equipo de investigación del 1er Plan Decenal de Educación Cundinamarca. Como escritor en narrativa, participó en la Segunda Visión de Escritores Cundinamarqueses además de otras publicaciones locales y departamentales. Desde hace quince años inició la creación de talleres, creó el Taller En Creación Narrativa Y Poética De Facatativá, el Taller Literario de Guayabal de Síquima, Taller Literario del Municipio de Chaguaní y Taller Literario de Quebradanegra, Taller Literario del Municipio de Útica.

 

En el 2015 – 2016 participó activamente en el proceso de investigación sociológica con víctimas del conflicto armado en el marco del posconflicto, asesorando a la unidad de la policía del ESGAG-POLINAL, del cual ha merecido un reconocimiento especial por parte del gobierno nacional y en el que se pretende realizar una publicación sobre estas experiencias que serán acogidas por el Centro Nacional de Memoria Histórica.  Entre otras actividades desarrolla procesos de investigación en etnolingüística realizando la recuperación de la memoria oral y escrita de las comunidades Indígenas Muiscas de Cundinamarca, resultados que expone en conferencias que realiza en los ámbitos académicos de varias universidades. Ahora prepara un texto en narrativa desde la historia oral como metodología investigativa sobre las experiencias de la violencia en el marco del posconflicto en Colombia para la región de Cundinamarca.

 

Sus actividades literarias e investigativas han recibido el reconocimiento del ministerio de cultura premiado como creador de la mejor tertulia del país hecho que reconoció la embajada española en el programa “Leer libera” y “leer es mi cuento”.

 

Director de la Corporación Cultural Hicha Guaia, organización que lidera actividades literarias en Colombia. Entre sus colecciones encontramos “Tiempo del trastiempo”, “Abuelos de luchas perdidas” y “Poemario para un mariposario”. Ha participado en antologías como, “Tercera visión de Autores Cundinamarqueses 2007”, “Por los caminos de la poesía Cundinamarquesa, 2013” “Lecturas Urgentes de Poesía, Antología II, 2015”. Sus últimas colecciones de poemarios, “Natural Bitchiskua” y “Chía Nga Sue”, recoge toda la experiencia del reconocimiento del territorio y su memoria, desde una mirada indígena muisca. El poema “Seincy” fue seleccionado por el Cantautor Argentino el Maestro Claudio Bustos, para ser musicalizado como un referente de la poesía de Cundinamarca y su palabra indígena para latinoamérica.

 

 


 

LA EXPERIENCIA DE ENSEÑAR:

 

Estaciones y Naturalidades Humanas

 

 

I.

VERANO.

 

Entré al salón de clases. Se encontraban  veintiocho estudiantes organizados en hileras. Doce correspondían a las niñas y dieciséis a los niños. El lugar se encontraba a 28 grados centígrados. No había viento o brisa alguna que se paseara por los puestos de los chicos. Me acompañaba el coordinador quien me presentaría con el grupo. Recordé que mientras me acercaba al salón se escuchaba toda clase de bullicio, en ocasiones gritos. Al asomarnos en la entrada todos corrieron a sus lugares en medio del ruido que producían sus voces. El coordinador les llamó la atención aludiendo, que eran de grado once, que estaban grandes y que se debían comportar. Esperamos un momento.  Todo quedó en silencio. Avanzando hasta el escritorio, aquel les explicó que sería su nuevo maestro en literatura. Los hizo poner de pie en signo de respeto y les hizo la recomendación a manera de ruego, que me trataran bien, pues era un visitante y debía llevarme la mejor impresión de ellos y que no hicieran lo mismo que con el anterior profesor. La directiva  se marchó no sin antes encargarle a una estudiante la lista de los desaplicados al final de la sesión. La estudiante aceptó tal responsabilidad, pero al desaparecer, volteó mirando a sus compañeros y soltó una risilla de burla. Todos quedaron en silencio con sus ojos muy grandes observándome muy fijamente. Solo pensaba en mis primeras palabras para ellos, tal vez un saludo, tal vez una frase inteligente de algún pensador famoso o simplemente un saludo sencillo y honesto. El salón se encontraba sin ventanas, las paredes tenían un aspecto desarreglado y el piso se encontraba relleno de las baldosas color café, desgastadas por los estudiantes que habían transitado durante generaciones, marcadas por las huellas de los que ya no estaban y me preguntaba: ¿En qué lugar se encontrarían ahora esos pies?, ¿qué habrían hecho con los zapatos desgastados después de usarlos en la escuela?  Esas memorias ya habían desaparecido y ahora estaban ellos, doce niñas y dieciséis niños de último grado y se encontraban en frente mío esperando que rompiera el silencio.

 

Era inevitable no encontrarme nervioso, pero lo oculte haciendo la expresión de tener mucha calor y les hable, ─Shoguy  saa, hicha guy mhuisqa, chogüe chogüe upquainxie─ al escucharme todos soltaron la risa y se miraron unos a otros intentando preguntarse con la mirada el significado de aquellos sonidos. Después de un rato todos quedaron en silencio de nuevo y sus ojos aún más grandes me miraban preguntándose en su cabeza por el significado. Les conté que yo pertenecía a una comunidad indígena llamada los Mhuisqas, que eso era un saludo, que no existía una traducción exacta, pero que había querido decirles que yo los saludaba desde mi territorio indígena, esperando que mis ojos tocaran sus almas. Todos entonces iniciaron un interrogatorio pausado sobre mí y mi aspecto, mi sombrero, mis collares, mis costumbres, mi familia, mi vida. Intenté contestar de la manera más sincera, los miraba a cada uno a los ojos y me acercaba un poco a sus lugares. Eso  fue bueno, logramos entablar un diálogo en el que ellos preguntaban de las cosas y de las cosas de las cosas y yo simplemente respondía. Aquel día el tiempo se diluyó con el calor, al otro lado del salón por la ventana pude divisar un pequeño jardín enmarañado de maleza, pero visitado constantemente por colibríes de muchos colores, también mariposas azules que se posaban en los barrotes desgastados. Entró una brisa. Todos escuchamos el timbre y para finalizar, solo les dije que también era profesor de literatura y que quería compartir ese saber en particular. Todos se levantaron y regresó el bullicio mientras me escapaba por el pasillo que conducía al patio y luego de atravesarlo salí del colegio.

 

Este pueblo es particularmente pequeño, se divisa un parque central, las casas de adobe que lo limitan y dos o tres calles y ya. El colegio se encuentra en una pequeña loma desde donde se aprecia en panorámica todas las casas. Al bajar del colegio me senté en una de las banquillas del parque y esperé a que bajara la muchachada del colegio, los demás  estudiantes de otros cursos, en grupos esperaban un transporte de viejas latas y motores ruidosos, poco a poco se llenaban los carros y después de un rato cada ruta se dirigía a las diferentes veredas del poblado. Algunas rutas se demoraban hasta dos horas de viaje, hasta llevar a los estudiantes a un punto que les permitía llegar a sus casas en las montañas lejanas. Pronto el parque se desocupó y por ahí quedaron los estudiantes que vivían en el pueblo.

 

Todas las tardes después de las cuatro las gentes del lugar se apostan en cualquier esquina a conversar y los jóvenes se encuentran en el parque donde hay una cancha deportiva y juegan. Los pájaros se acercan desde los árboles a ver los juegos. El sol se esconde y cubre de telares  naranjas el cielo, pero sobretodo llena de luces la montaña Cerrocón, así la llaman. Se escucha de cuando en cuando la admiración por la montaña, especialmente los ancianos, casi todos son ancianos, de hecho son demasiados. En las tardes después del colegio, logro hacer amistad con un grupo de ellos, los ancianos. En medio de las conversaciones hay un tema que es reiterativo, los estudiantes de grado once. Conversan sobre las dificultades de sacarlos del pueblo, año tras año es la misma discusión, después de graduarse se deben ir. Algunos no lo consiguen pero la mayoría han logrado establecer destino con familiares en otros pueblos cercanos a la gran ciudad, el objetivo es llevarlos a Bogotá. Yo pregunto con intensa curiosidad del porqué de esta decisión, Don Carlos, un anciano que siempre se sienta en el andén del único supermercado me dice, ─En este lugar  no hay nada para ellos, aquí no hay futuro, ni siquiera tiempo─  Don Carlos hace un silencio largo que lo rompe con un suspiro nostálgico y termina su suspiro diciendo, ─Aquí todo ya se acabó y deben  buscar su vida en otro lugar─ después de esto, toma su bastón de palma y con el esfuerzo que obliga el peso de los años se va por una de las callecillas.

 

Después de algunos días de ir y venir, entre un salón y otro, me encuentro  con grado once, me digo en la mente, que ahora es el momento que ellos me cuente quienes son, quiero conocer sus historias, sus intereses y por supuesto su destino, mi curiosidad me ahoga casi con un afán. Enseñar literatura es más un ejercicio de reconocimiento propio, es una experiencia de encontrarse con las historias del otro, aunque el otro se encuentre alejado en el tiempo o se encuentre íntimamente cerca, todo es cuestión de entender cómo se da este encuentro. Las historias llegan desde diferentes voces, muchas veces desde diferentes lugares, algunos increíbles pero todos hacen parte de la experiencia humana, sus historias no son menos interesantes que la de los grandes libros, son historias humanas y tan solo por eso son interesantes. Me pregunto, ¿Qué esconderán en sus narraciones? ¿Cómo serán sus experiencias de vida, sus dolores y alegrías?, pero sobre todo me pregunto ¿Por qué deben irse, huir de su lugar de arraigo?, ¿Acaso no deberían florecer en este lugar, hacer una familia, trabajar, crecer y morir?, y ¿su memoria?, ¿dónde está su memoria? Yo tengo memoria, y mi memoria está unida a mi territorio, allí están mis hijos y mis muertos, pero ¿por qué se deben marchar?

 

Me encuentro de nuevo en el salón. He llevado conmigo una resma de papel tamaño carta. Les saludo y choco sus manos con la mía como un símbolo de amistad. Algunos no entienden, no están acostumbrados a que un profesor choque sus manos con las suyas. Les pido que saquen algo con que escribir y les entrego a cada uno una hoja en blanco, muy en blanco, una hoja totalmente desnuda. Les digo que ahora ellos se deben presentar, que deben rellenar su hoja con las letras, con oraciones, con párrafos, con ideas que cuenten cosas. Les pido que escriban su nombre en algún lugar de esa hoja, que escriban su fecha de nacimiento, que escriban algo que quieran contarme, de pronto sugiero que me escriban lo que harán el próximo año, algo que les guste o  algo que les desagrade, que escriban, solo que escriban, pero además les digo que hay un tiempo límite, tan solo lo que alcancen a escribir en treinta minutos, saco mi teléfono celular y busco el programa que tiene el dibujo del cronómetro y les digo, ─Desde… ¡Ya!─ Y pongo a funcionar el reloj, los números que marcan los segundos inician su marcha, se alistan los minutos también y transcurre el tiempo, las mariposas azules y los colibríes. Ya es el momento, me levanto del escritorio y doy la orden de circular las hojas de atrás para adelante hasta que llegan a mi escritorio cada hoja. Hay un bullicio casi silencioso, como un murmullo de voces apagadas. Reviso cada hoja. Todo está en blanco, tan solo el rayón del nombre, nada más. Solo silencio escrito. De nuevo suena el timbre. Todos salen. Estoy en silencio observando el silencio de las hojas. Mi mente ahora está en blanco como la hoja, queriendo decir algo, pero mejor me quedo en silencio, entonces mi memoria la rayo con mi nombre, me levanto y huyo del salón por el pasillo, al patio, a la puerta del colegio, a la callecilla del pueblo y me siento en alguna silla a esperar a que me llegue un suspiro.

 

Pasan algunos días y me encuentro de nuevo nervioso, es el momento de la clase de literatura con grado once. No he logrado comunicarme con ellos. La hoja en blanco merece tal vez un llamado de atención, o de pronto una calificación negativa. Tengo todo el derecho de hacerme sentir. Finalmente estoy allí para eso, es mi trabajo. Tal vez debiera darles un nombre cualquiera como por ejemplo, Shakespeare o Víctor Hugo, veintiocho nombres similares y pedirles que llenen hojas con la descripción de sus vidas y de su trabajo. Tal vez después de eso deba esperar que bajen la información de la internet y que realicen el ejercicio de cortar y pegar, luego ostentar calificar y registrar la nota diciendo ─Buen trabajo─ Es el momento, entro al salón, ellos se organizan, se escuchan murmullos y comentarios como ─¡Otra vez! Que mamera─ Me  hago como el que no escucha. Los miro a los ojos, a cada uno, fila por fila. Se sienten incómodos. Los miro con más fuerza y sin temor, de pronto con la autoridad que posee el verdugo. Los colibríes están revoloteando entre las flores, están alegres el día de hoy, los miro a través de la ventana. Me llega un suspiro. Camino hacia la puerta. Ahora los miro de reojo y les digo, ─Síganme todos, por favor─  refuerzo con los ademanes del brazo y los invito a seguirme, nos deslizamos por el pasillo, luego el patio, bajamos por la callecilla y llegamos al parque donde se encuentra un gran árbol de samán. Me siento en alguna silla. Todos van llegando poco a poco. Espero y espero. Todos se acercan como  haciendo un círculo alrededor mío, ellos también esperan. Les digo, ─Acérquense un poco más─ Se amontonan para escucharme y les pregunto, ─¿Este árbol tiene alguna historia?─ Silencio, silencio, silencio, ─Solo quiero escuchar alguna historia─ les dije. Felipe que se encontraba en la parte de atrás dijo ─Yo me sé una─El grupo se abrió un poco para que pudiera verlo, ─quiero escucharla─ Le dije y él me respondió, ─En este árbol, amarrado a este árbol, mataron a mi abuelo, yo tenía tres años, lo buscaron en la casa donde todos vivíamos, lo sacaron entre tres, lo amarraron y luego le dispararon, es la historia que cuentan mis tíos desde entonces, otros también murieron en este lugar, desde ese tiempo ya no somos los mismos─  Abrí mis ojos muy grande, agaché mi cabeza mirando los adoquines, respiré profundo y les entregué las hojas en blanco que tenía de ellos.  ─¿Me quieren contar otras historias de los lugares?─  Xiomi  me preguntó, ─¿Para qué quiere que le contemos esas cosas?─ Todos me miraron de nuevo fijamente esperando una respuesta, ─Para desnudar nuestra alma, para llorar nuestros muertos y rescatar la memoria─ Me levanté de la silla y subí por la callecilla, llevándolos hasta el colegio. Ahora siento que mi hoja ya no está en blanco, ahora ya puedo escribir, me dije a mi mismo.

 

 

 

II.

Otoño

 

En este lugar no hay estaciones, pero en las calles nos deshojamos hasta quedar desnudos. Ahora mismo me recuerdo en la montaña, sentado con mi viejo. Él está tocando un tambor al ritmo de corazón. Me dice, ─En la montaña sanamos y curamos─ En la montaña deje mis recuerdos. ─¡Profe!─ Me dice un estudiante, estoy en el salón de clases, ellos están esperando iniciar la sesión. Yo despierto. Acordamos realizar una ruta de recuerdos, en los lugares de sus memorias. El árbol del samán, la esquina de la iglesia por la vía del matadero, La Herradura, un lugar en un camino de arrieros, el Retiro, casi en la cima de la montaña, Melgas bajo, La Unión, Campo Alegre, cada uno tiene una historia para contar.  Yo escribo un proyecto sobre identidad y lenguaje en el que se propone realizar el recorrido propuesto por grado once. Estoy citado en la tarde ante el consejo académico del colegio para sustentar el proyecto. ─¿Qué pretende con el proyecto?─ Me dice uno de los profesores. Los estándares para el área de lenguaje me soportan. ─No siento que esta clase de actividades sea productiva para los estudiantes─ Insisten. Las preguntas van y vienen, los discursos, el manual de convivencia y las programaciones de la institución no concuerdan con el proyecto. ─Daremos una respuesta la próxima semana─ Terminan diciendo. Salgo del recinto desde donde puedo divisar el jardín de las flores y solo algunas mariposas azules revolotean por ahí, se posan en mis pensamientos y me hacen suspirar. Bajo hasta el parque donde me esperan algunos estudiantes. Leen mi expresión. ─Mínimo la coordinadora esa dijo que no, yo me acuerdo que cuando estaba en séptimo me hizo perder el año porque dizque  mi papá era un auxiliar─ Era Angie, quien siempre se encontraba malhumorada, ella vive en el centro de la montaña con sus abuelos, había perdido a su padre y su mamá se encontraba en Bogotá trabajando para sostenerla a ella y a sus hermanos. Después de eso solo les dije que había que esperar.  Luego jugamos en la cancha un picadito, como dicen ellos, de Básquet. El sol se ocultó y cada uno se regresó a su casa. 

 

En los siguientes días, nos encontrábamos a la hora del descanso, nos saludábamos y compartíamos las onces. ─Que sabe profe, lo del proyecto─ Me preguntaban. ─Nada aún─ Les decía.  Todo es como un tejido, cada uno de nosotros es como una hebra que se hila con las demás, así combinamos los colores, así revisamos el camino, solo se debe tener  la paciencia del tiempo y estar pendientes de las estrellas. Cuando hablamos nos tejemos y permitimos que las palabras del otro se internen en nuestra profundidad, buscando nuestra humanidad secreta, nuestros sueños, nuestras memorias. Las cosas serán cuando sean. Ahí está todo, estamos nosotros, el colegio, los estudiantes, sus vidas, sus ilusiones, sus pensamientos, solo hay que esperar el momento para ser parte del mismo tejido. 

 

El Rector me llama a su oficina. ─El proyecto se aprueba solo si cumple con algunas condiciones─ Me dice, sacando un papel de una carpeta amarillenta. ─Le asignaremos a dos profesores más, quienes estarán pendientes de las actividades y del proceso pedagógico y a quienes se les entregara un informe después de cada visita donde se enuncien los logros pretendidos y al final los estudiantes deberán sustentar su experiencia para argumentar la importancia del proyecto ya que debe ser transversalizado con el área de sociales y biología. Además los estudiantes deberán hacer firmar los permisos por parte de los padres,  cada padre se hace responsable por las eventualidades que se desprendan de la actividad. Finalmente usted deberá realizar una carta informando a las autoridades competentes sobre la actividad, asumiendo la responsabilidad de lo que suceda durante la realización de las salidas, eso es todo─ Me entregó un papel con tales indicaciones, no dije nada, solo revisé el documento y asentí con la cabeza, luego solo salí del lugar. Suspiré profundo queriéndome aspirar el mundo.

 

En el salón se leyeron las condiciones y organizamos equipos de trabajo. El equipo Rojo, se encargaría de los trámites legales, la reunión con los padres, los profesores asignados y los permisos además de llevar las actas de cada reunión. El equipo verde se encargaría de los informes en el área de biología, lo centraríamos en la observación del paisaje y la descripción de ecosistemas. El equipo azul se encargaría del área de sociales, donde darían cuenta del tipo de comunidad y de los usos  y costumbres del lugar y los informes y registros necesarios para realizar la actividad. Y yo me encargaría de nuestra motivación inicial, escuchar las historias. Así comenzaron nuestras narraciones. El primer lugar donde nos reunimos fue en el manantial,  muy cerca del colegio, nos sentamos en círculo, porque en el círculo todos somos iguales. Aprendimos a tejer. Realizamos una chakana, es un tejido que utilizaban los antiguos, para tejer el pensamiento. Se realiza con dos palos en cruz y con fibras de colores. En el tejido se piensa. En el tejido se revisa. En el tejido se narra. Mientras aprendíamos escuchábamos atentamente los sonidos que producían los pájaros, el agua y el viento.  Con el tejido pedíamos permiso para estar allí sentados. Traíamos a nuestra memoria los nombres de los que ya no existían para saludarlos y honrarlos. Les conté las historias antiguas de los lugares mágicos y llenos de mitos, de las montañas y sus espíritus, leímos algunas partes de libros que referenciaban las historias y todos preguntaban sobre las cosas que más les interesaba. Cuando terminamos el tejido cada uno narró lo que tejió. Toqué el viejo tambor de mi abuelo al ritmo de corazón, respiramos profundo como queriendo aspirar la creación y finalmente colgamos las chakanas llenas de pensamientos de todos los colores. Cada uno tomó una piedra cercana y la colocó en un lugar hasta hacer un montón de piedras y allí coloque mi tejido, mi primera narración para el territorio.

 

─Yo me encontraba en la casa, cuando llegó don Vicente, él vive en la casa de arriba donde está la cancha de tejo y nos dijo que habían encontrado a Pedro. Se encontraba desaparecido desde hace un día completo, aquí en la Herradura. Pedro es mi tío. Hermano de mi papá. Trabajaban juntos y sabía tocar la guitarra. En ocasiones cuando llegaba de cortar la caña en la tarde se sentaba mi papá, mi tío y mi abuelo a ver como se esconde el sol en la montaña, allá se ve el Magdalena y mi tío sacaba la guitarra  y cantaba, a veces me cantaba canciones que  él mismo se inventaba y me inventaba historias como una que me acuerdo mucho, dijo que yo iba en un caballo y bajaba la montaña hasta el Magdalena y que el caballo galopaba en medio del río y me hacía reír mucho. Todos bajamos la montaña y llegamos hasta el pueblo, en la estación de policía, había cuatro camionetas. Mi mamá y mi papá hablaron con el comandante. Mi mamá lloraba. Nos  subimos a una de las camionetas, uno de los policías dijo que no podía ir, pero mi mamá le dijo que yo me quedaría con ella. Nos fuimos a la Herradura. Mi mamá y yo nos quedamos en un sitio cerca de los carros. Aquí estaba él, estaba tirado boca abajo. Mi papá me contó luego que, lo encontraron sin pies y sin manos. Yo recuerdo que todos buscaban entre la maleza algo, pero yo no entendía por qué. Mi papá revisó las botas que se encontraban cerca del cuerpo y ayudado con una linterna dijo ─Aquí están los pies─ ¿Dónde están los pies? En las botas. ─ ¿Dónde están las manos?─ En los bolsillos¬─. Ya estaba completo. La policía le colocó una sábana por encima y luego lo levantaron y se lo llevaron, con sus manos y sus pies. ─   Andrea hizo un silencio prolongado y luego lloró intensamente. Sus compañeros la abrazaban. Sus compañeros hicieron su tejido.  Cada uno colgó su chakana en una rama cercana y tomó una roca y las amontonaron.  Andrea colocó su tejido en ese lugar.  Regresamos. Por el camino fotografiamos mariposas azules, pero no a los colibríes, no estaban husmeando las flores. No estaban las flores. 

 

Hoy estoy visitando al viejo Manuel, un anciano que vive en Melgas Alto, me ha invitado en la tarde a probar unas nacumas, son unos palmitos tiernos, retoños de la palma de iraca. Doña Eloísa, su esposa los pica fino y los combina con huevos del campo que recoge en el gallinero. Los perros que no me conocen me ladran insistentemente, hasta que Don Manuel los espanta. ─Molestan mucho, especialmente cuando anda por ahí el mohán─ Me dice el anciano─ Yo le pregunto si es muy seguido, ─Solo en invierno, cuando llueve mucho él sale de la montaña y a veces se lleva consigo la tierra, un día yo me encontraba aquí sentado echando un poco de café, acababa de llover y de pronto apareció como un muñeco de este tamaño─ Don Manuel levanta su mano como a la altura de la cintura ─ Cuando yo lo vi, quede como congelado, quieto, quieto, no podía mover nada y la lengua se me engrosó y no podía gritar, el muñeco era de oro porque brillaba mucho, me miró y luego soltó una risa que me erizó todo y salió corriendo de aquí para abajo y detrás de él un montón de piedras y tierra y mucha agua, luego sentí que se estremeció la tierra y por al frente mío rodaba una piedra como del tamaño de la casa y por allá fue a dar, solo paró allá abajo y aplastó a una familia, eran cinco. Allá hay una cruz al pie de la piedra y se formó un arroyo y colocaron un puente. ─ Terminé las nacumas con huevos y bajé la montaña agradeciendo la historia.  Mañana será otra narración. Siempre nos encontramos a las siete en punto, cada uno lleva una maleta con las cosas que necesitamos, algo para comer, cámaras fotográficas, algo con qué escribir y lo del tejido. Esta vez iremos al Retiro, hay camino carreteable hasta un punto y luego iremos a pie dos horas más. Iremos a la casa de Sergio. Cada vez que avanzamos, el pueblo se hace más y más pequeño. Nos sorprende la inmensidad del planeta. Está despejado el cielo. Desde donde estamos  logramos ver las cumbres lejanas llenas de hielo, el Ruiz dicen todos. Hace calor y la caminata nos cansa. Hacemos altos en el camino para tomar agua. Los muchachos van un poco más adelante y ven un limonero. Cogen los frutos más pequeños y nos bombardean con los limones. A mí me han dado en la cabeza. Todos nos reímos y gritamos que ya no más. Sergio ya ha llegado y nos espera paciente, le avisa a su mamá que ya estamos llegando y ella sale a recibirnos. Su casa está llena de jardines con muchas flores de todos los colores, la construcción es en madera y el piso está cementado, el cuarto principal tiene paredes de bloque, así como la cocina y el baño, las dos habitaciones están hechas de madera, unidas a la construcción. Me recuerda una campiña que vi en una fotografía. Hay tanto silencio y se ve tan cerca la cima de la montaña. A lo lejos logro divisar un riachuelo. Es increíble el paisaje exuberante lleno de todo lo que imaginamos en una montaña, pero con la diferencia de ver la montaña, con la diferencia de no imaginarla, solo con la seguridad de estar allí con tanta tranquilidad, respiro profundo, mientras recibo una bebida de parte de Doña Juana, la madre de Sergio. Nos saludamos y presentamos y ella nos invita a un patiecito, saca algunas butacas para sentarnos, pero terminamos sentados en el piso. Sergio saca sus elementos para iniciar el tejido. Nosotros lo seguimos. Nadie dice nada. ─ ¿Quieres iniciar? ─ Le digo a Sergio. Él me mira muy nervioso y me dice, ─Que mi mamá cuente─.  Doña Juana, lo mira y dice que no, que a ella le da pena, pero Sergio le insiste diciéndole que es una tarea que debe hacer, hasta que la convence. Nos cuenta quien era su esposo y como se conocieron, nos contó que cultivaba la caña y que ayudaba en la hechura de la panela, que un día llegaron los muchachos armados y se asentaron alrededor de su casa y les obligaron a atenderles con alimentos, que duraron en este lugar cerca de tres meses, hasta que llegó el ejército y en medio del combate se alejaron. ─A los quince días llegaron los “paras”, estábamos con mi esposo y los niños, Sergio tendría unos 4 años y el hermano tres. A los niños y a mí nos llevaron más abajo a una casa, la de Don Matías, también llevaron a otras mujeres, los  viejos y los niños. Nos encerraron y nos amarraron. Afuera se escuchaban voces. Nos gritaban. No podíamos hablar. Duramos así todo el día y parte de la noche. Como a las once se escucharon los disparos y luego escuchamos que se iban. Nos quedamos en silencio tratando de escuchar algo. Como pudimos, nos desamarramos y nos asomamos por la puerta y la ventana. Nadie estaba por ahí. No escuchábamos nada. Los perros ladraban mucho. Nos quedamos toda la noche, despiertos, angustiados. Fisgoneamos la cocina del lugar y les hicimos a los niños aguadepanela y esperamos a que saliera el otro día. En la mañana muy temprano, pero ya aclarado, las mujeres nos dirigimos a nuestras casas. Yo llegue a mi casa con los niños. Todo estaba revuelto. Se habían llevado el mercado y las ollas, los platos y las cucharas. Mi esposo no estaba. No lo encontraba por ningún lado. Sergio lloraba cerca del huerto. Entonces llegó Don Daniel, un vecino  que vive al otro lado del río. Estaba pasando por las casas para saber si estábamos bien. Sergio lloraba. Yo le conté lo que viví, pero no sabía nada de mi esposo. Sergio lloraba. Don Daniel entonces se acercó a Sergio y ahí estaba él. Hecho pedazos. Sergio lloraba. Yo lloré. ─ Doña Juana se levantó de la silla y se fue a su cuarto. Sergio lloraba.

 

En ocasiones siento que se me acaban las palabras. En ocasiones siento que no puedo decir nada, que enmudezco mis gritos para tragarme el silencio, ese era uno de esos momentos. Abrace a Sergio intensamente. Todos nos abrazamos. Cada relato fracturaba nuestra existencia. Fue necesario abrazar la vida. Abrazar la existencia por medio de las palabras. Su existencia nos permitió entender su timidez, su silencio, su dolor.  Visitamos el huerto y lo iluminamos con los tejidos y en medio hicimos nuestro montón de piedras, Sergio colocó allí su tejido. ─Gracias─ Fue lo que nos dijo su voz. Luego nos regresamos. Sergio se quedó en su casa abrazando a su mamá.

 

Empezamos como contadores de historias, como narradores, pero ahora éramos caminantes de nuestro mundo interior. Cada lugar nos dejaba una sensación de no estar solos. Cuando compartíamos nuestras experiencias, éramos capaces de entendernos y eso producía una cercanía humana. Lentamente nos expusimos a perder nuestras hojas hasta exponer nuestras ramas, pero no éramos árboles débiles, porque nuestras raíces se encontraban profundamente arraigadas a la tierra, a la vida, a la esperanza de encontrar nuestra paz. Poco a poco caminamos el territorio, en cada lugar encontrábamos a una persona que no habíamos pensado antes. Había dolor, pero también compañía. Encontramos la complicidad de ser descubiertos por el otro con ternura y compasión. Visitamos algunos lugares dentro del pueblo, las calles y esquinas guardaban las historias que ahora portábamos en nuestra memoria. Ahora sabíamos por qué los jóvenes debían huir de su territorio, ahora sabíamos por qué los viejos ya no transmitían las historias de una generación a otra. Sabíamos que el territorio durante mucho tiempo había sido trasgredido, las narraciones habían sido interrumpidas por las batallas. Los fantasmas de los combatientes aún estaban presentes. Entre las historias contadas, aún estaban las de los sobrevivientes, encontramos historias contadas por los abuelos que escaparon a la oscuridad de la desolación. Eran abuelos de algunos de los estudiantes, que con sus familias enteras se fueron, pero regresaron y de ellos queda su testimonio y su descendencia. Aún nos falta un viaje. El más importante. El imponente Cerrocón nos llama. Nos late el corazón cada vez que recorremos sus caminos en busca de su pasado. La montaña que ha guardiado el pueblo durante generaciones, ahora reclama nuestra presencia. La montaña que ha permitido la vida de los abuelos, de las familias, de los niños y de las escuelas. La montaña que ahora custodia a los que se fueron.

 

 

 

III.

Invierno. 

 

Llueve. ─Pero, ¿Qué es lo que hacen en realidad? Tan solo recorren el pueblo inventando historias. Eso no es lo que se pensaba del proyecto planteado. Dígame ¿Dónde están los tales informes? Hasta el momento al consejo académico no ha llegado ningún informe. Se ha sabido, que los estudiantes de grado once se han vuelto revoltosos. En la clase de física, por ejemplo,  se presentó una acalorada discusión con el profesor, los estudiantes reclamaban al docente, que justificara ese conocimiento, las evaluaciones, incluso algunos se atrevieron a decir que la física no les servía para nada. Yo creo que debemos reunirnos inmediatamente y si es el caso parar toda actividad para evaluar el beneficio académico que adquieren los estudiantes con este tipo de propuesta que solo ha traído problemas. El día de ayer, en la formación, ellos no quisieron formar. Realmente esto es un atropello contra toda autoridad institucional. Hace tal vez unos años atrás, también vino un docente de la Universidad Nacional con un proyecto de filosofía, que para que los estudiantes generaran su propio discurso, lo único que quedó fue un libro que nadie lee, totalmente perdido en el tiempo, un trabajo innecesario.  ─ ¿Qué sucedió con el docente? ─ Pregunté. ─Lo mataron. ─ Respondió levantando ambas cejas como queriendo decir algo entre las palabras que entendí, pero que nadie dijo.

 

Ahora mismo llueve. Desde hace dos semanas llueve. Todo está húmedo, las calles, las casas, la ropa, los zapatos, las medias, el alma. Estoy sentado en el corredor de la casa que habito.  Es una casa antigua que sirve de refugio a un hormiguero sembrado a un lado de la casa. Todos los días las hormigas buscan los lugares secos. Se amontonan en largas hileras por todos lados. Mañana es mi encuentro con grado once. Ya hemos terminado los recorridos, pero no hemos terminado el tejido. Tengo frío y busco una taza de café caliente, me pregunto si las hormigas tienen frío, les llevo una bolsa de azúcar, que riego en un lugar seco, tal vez un poco de azúcar les levante el ánimo. Les llevaré una bolsa de chocolatinas a grado once, tal vez les levante el ánimo.

 

He buscado en el jardín, a través de las ventanas a las mariposas azules y a los colibríes, pero no están, creo que se encuentran ocultos, escondidos de los pensamientos y de los recuerdos. Los estudiantes me miran observando la ventana y tratan de saber lo que busco en el jardín. Escucho algunas voces de ellos, son reclamaciones. Los días que hemos faltado, han cobrado las consecuencias, cálculo, física y química son las áreas de mayor conflicto. Los docentes han pasado el reporte de fallas. Las clases de la inasistencia, han sido evaluadas y los cuadros,  rellenos con signos rojos. Nadie los quiere escuchar, pero lo cierto es que, nadie los ha escuchado nunca. Ellos lo saben. Han creado una especie de resistencia. Protestan en silencio. Se rehúsan a escuchar y entender aun estando en clase. Surgen ideas, hacer una marcha, hacer carteles, reunir a los padres, elevar cartas a instancias superiores, en fin, han buscado en internet y han encontrado a otros estudiantes que han protestado antes, en otros territorios, en otras escuelas. Me preguntan sobre cuál sería el método más efectivo para ejercer una presión, finalmente ellos saben que son de grado once, que el pueblo completo espera la graduación.   Si estuvieran en el grado anterior, todo estaría perdido, pero no, el colegio no se puede exponer a explicar, como todo un curso de último ciclo, pierde el año. Hacen silencio porque esperan una respuesta, pero no la tengo. ─El que pierda las evaluaciones, pues pierde el año. ─ Digo en voz alta. Todos abren los ojos tan grande que se desorbitan y se escucha al unísono,  como canto de concierto clásico. ─Noooooooooooo, profe─ Y me rio de una sola carcajada.  ─Escuchen. ─ Les digo ─En los recorridos que hemos hecho en todo este tiempo, escuche una historia antigua, me cuenta un anciano, que cuando este territorio lo habitaban los antiguos pobladores tenían un uso y costumbre, en los tiempos difíciles y oscuros realizaban una ofrenda a la montaña. Para ellos la montaña era su guardián y su templo, Cerrocón es su nombre, que traduce lugar de Con, de aquí se deriva el significado de la palabra  con-dor, es decir el hijo de Con y encontré otra palabra relacionada, como con di na marca, actualmente, Cundinamarca, que traduce el jardín de Con. Se creía que Con era un ser gigante que vivía en estos lugares y era tan alto como las nubes, sus hijos los cóndores se volvieron los primeros pobladores en forma humana y establecieron que las lagunas y las montañas altas, sería el punto de encuentro entre el cosmos y el ser humano. Una de las lagunas más importantes la deben conocer como Guatavita. No hemos cerrado el ciclo, aún nos falta la ofrenda, tal y como lo contó el anciano de este territorio. ─ ¿Qué ofrendaremos? ─ Dijo Ana. ─Nuestras narraciones en honor a nuestros desaparecidos─ Dije sin dudarlo.

 

─Entonces profesor, ¿Me está diciendo que todo se solucionará si suben la montaña y realizan una ofrenda? ─Básicamente sí, señor Rector─ Le dije. ─ ¿Y allá quéharán? ─ Me interpeló. ─Entregaremos las historias de las memorias que hemos recogido. ─ Le contesté.  ─ ¿Y eso que harán no choca con sus creencias? Me preocupa que después se resulten diciendo que el colegio está impartiendo o promoviendo cosas extrañas. Yo respeto quien es usted, pero eso es usted en su espacio, con su gente, pero es que aquí es diferente y hay que tener mucho cuidado. ─Bueno Rector, si eso es lo que le preocupa, realizaré una invitación abierta a los padres de familia y por supuesto deberán ir los docentes que fueron asignados al proyecto.  ─La verdad me intriga todo este asunto.  Solo le pongo una condición: ─Yo quiero ir. ─Por supuesto Rector, solo considere que será una travesía de ocho horas la subida y seis en bajada. ─ El Rector hizo un silencio muy prolongado casi incómodo. ─Pues, ¡Yo voy!

 

Son las cuatro y media de la madrugada. Llevo mi viejo tambor, mi mochila de medicina, mi sombrero, mis tejidos, mi bastón y agua.  El anciano de la comunidad me ha dado unos cristales, hayo y tabaco para dejar como ofrenda. Los estudiantes empiezan a aparecer en medio de la bruma. El Rector está en su oficina firmando unos documentos antes de la salida. Algunos padres de familia cargados con maletas llegan con sus hijos y me saludan. Llega el carro de la policía, nos acompañarán solo un tramo del recorrido. Finalmente llegan, la profesora de química y la profesora de inglés. Es el momento de iniciar el recorrido. Los reúno para dar algunas indicaciones. Les recuerdo que es importante sonreír, estar contentos, ayudarnos mutuamente, pregunto por los materiales del tejido. Insto a un padre de familia para que dirija una oración por cada uno de nosotros. La oración es muy íntima. Nos sobrecogemos. Camilo interviene y pide permiso a la montaña para que nos permita subir por ella y también pide por sus familiares desaparecidos para que acompañen y protejan. Todos nos abrazamos como siempre lo hacemos. El rector, los docentes y padres se sorprenden por la acción, pero les parece un gran gesto de grupo y comparten su abrazo. La montaña es dura. Nos espera en silencio. Nuestro paso es seguro. En el primer tramo se nota inicialmente como el paisaje se abre para mostrarnos el poblado. Las agujas de la iglesia sobresalen entre los árboles. Ya nos hemos apartado del camino. El carro de la policía se devuelve, me entregan un número de teléfono por si ocurre alguna eventualidad. La subida se vuelve más agreste. Los pájaros ya iniciaron su canto para invitar el paso del día. Se escuchan los revoloteos en medio de las ramas húmedas. La noche anterior estuvo lloviendo, todo está frío y húmedo. Se escuchan en diferentes ritmos el jadeo de la respiración. Cada vez caminamos más lento. Los caminos se hacen resbaladizos. Somos una hilera de caminantes como las hormigas en una misión inexplicable. A lo lejos, los caminos se refunden entre la maleza de la montaña. Los primeros divisan un pequeño terraplén y esperan al grupo en este lugar. Aprovechan para tomar un sorbo de agua y para iniciar el tejido. Vamos llegando poco a poco y descansamos. Respiramos profundo y nos concentramos en la vista que nos ofrece la montaña, ahora el pueblo es muy pequeño y podemos ver las montañas que lo circundan. Los rayos del sol no han llegado a todos los lugares, las nubes se van levantando en la lentitud impasible de la admiración. En este lugar, toco mi tambor con ritmo de corazón, dice mi abuelo que de esta manera se despiertan a los seres que habitan la montaña. Realizo un canto. Nos levantamos y seguimos nuestra travesía. El camino se hace más empinado, pero todos nos ayudamos y nos animamos mutuamente. Conversamos poco, reservamos las energías para caminar y nos centramos en el camino. Desde donde estamos divisamos los campos de café y caña de azúcar, las casas se ven pequeñitas, las distinguimos porque sale un poco de humareda de las chimeneas  de las estufas de leña. Ahora entramos en los bosques vírgenes de la montaña, los aromas de las maderas nos reaniman. Se puede admirar la cantidad de variaciones de verde, el verde de las hojas, el verde de los tallos, el verde de las raíces. Los árboles alcanzan gran altura, al mirar hacia arriba vemos las nubes que se pasean de un lado a otro acariciando el cielo. Buscamos un lugar de descanso, el cuerpo nos lo exige. De nuevo salen los tejidos. Ahora no estamos tan cerca, algunos se encuentran un poco más arriba, pero nos podemos observar. El Rector observa un tejido, el de Carolina, le pregunta si es difícil de hacerlo, ella le explica que es muy fácil. En la demostración, el rector le pregunta de nuevo. ─Con todo respeto y si puedes contestar, ¿Perdiste a alguien? Bueno lo digo porque sé que están recogiendo historias personales y como no he estado tan cerca de los recorridos, no conozco cuál es la dinámica─ Carolina lo miró con ternura. ─Mi papá─ Respondió. ─ ¿Y hace rato, durante las confrontaciones de aquí? ─ Insistió. ─Sí, fue el día en que hubo una toma, había una lista y mi papá estaba inscrito en ella. Lo buscaron y lo sacaron de la casa. Nos dijeron que no saliéramos, hubo algunos disparos. Después de mucho tiempo, casi en la noche, escuchamos que en la calle ya estaba saliendo la gente de sus casas. Mi mamá y yo salimos también a buscar a mi papá. Se encontraba en la esquina de la iglesia. Le quitaron la cabeza. ─ Carolina estaba concentrada en su tejido mientras narraba su historia, pasaba de un lado a otro los hilos y miró de nuevo al rector. ─Tranquilo, ya no duele─ le dijo.  El rector se sintió observado por mí e hizo un gesto de sorpresa, su cara pasó rápidamente a la ternura y le pidió a Carolina que le enseñara a hacer una chakana. Carolina sin dificultad sacó más materiales, le entregó los hilos y los palos y le explicó. ─Si lo va a hacer, póngale pensamiento bonito. ─   Después de un rato ya había un tejedor más con pensamiento bonito. Me alegré. La profe de química, que escuchó el murmullo de la conversación, me preguntó si todas las historias eran así. Yo le respondí que no. Que había otras menos complicadas y otras con finales felices, pero que eran pocas. Después de treinta minutos continuamos el camino. Faltaba poco para el último ascenso, ya estábamos llegando al filo de la montaña que nos llevaría a la cima del gran Cerrocón.

 

La cúspide de la montaña es una pared de setenta grados en ascenso. Todos la subimos en cuatro patas. Hay que agarrarse de las ramas y de las raíces que sobresalen para no resbalar. Son como quinientos metros de esfuerzo final. Nos exige tanto que el cuerpo entra en agotamiento extremo. Algunos se resbalan, pero entre todos los agarramos de donde sea para que no sea tanto. Al final, los últimos cincuenta metros, está el filo de la cima donde puede ponerse en pie y caminar entre rocas que sobresalen. Al lado y lado hay abismos en una caída profunda. Nos produce temor la caída. El viento sopla fuerte. En la punta hay un pequeño espacio donde podemos sentarnos. Todos desde la cima observamos la inmensidad del planeta. Se pueden divisar las poblaciones y los caminitos y en la distancia toda la extensión del Magdalena, que serpentea entre las montañas.  El espíritu se exalta tanto que la alegría nos hace llorar a todos. Es increíble todo lo que experimentamos en esos momentos, el estar juntos en esta nueva travesía, el acompañarnos y apoyarnos mutuamente. La profesora de inglés se sobrecoge tanto que se sienta en una pequeña roca y llora incansablemente. La montaña es como la vida misma. La montaña es como los sueños que no hemos alcanzado,  nos exige mucho esfuerzo, a veces renegamos, pero sabemos que debemos continuar ascendiendo, superando a cada paso nuestra propia mente.  La recompensa es la alegría y la paz que nos produce alcanzar una meta. Es tan fuerte la sensación que los estudiantes  gritan a la inmensidad y dan gracias a la existencia, su propia existencia. Algo ocurre por dentro, algo nos cambia nuestra forma de vivir y de asumir nuestra vida.  Los padres acompañantes abrazan a sus hijos y a todos que sienten como suyos, se felicitan y bailan al ritmo del tambor que suena como el corazón de la tierra. El viento sopla y resopla arrastrando algunas nubes que se encuentran más abajo. Dan ganas de saltar en ese colchón de algodón blanquecino, pero nos agarramos todos para no perdernos. Me siento en algún lugar que encuentro y sigo tocando mi tambor. Realizo un canto de agradecimiento. Todos me acompañan poco a poco  y se juntan conmigo y sacan sus tejidos para terminarlos. Los hilos se comparten, los hilos se tejen, los hilos se arman, los hilos escriben nuestros pensamientos. Al cabo de un rato  todos terminan y se muestran unos a otros las elaboraciones. Compartimos los alimentos, el agua y las alegrías. Todos terminamos sentados en un gran círculo que nos permite el reducido espacio. Es el momento de la ofrenda. Cada estudiante ha escrito una carta que ha dedicado a su ser querido. En ella le cuenta cosas de su vida, las cosas que no ha podido contar. Las palabras escritas están impregnadas de sus sueños y de sus pensamientos más profundos. Instalo una vasija de barro en el centro del círculo. Cada uno contará lo que quiera contar de su texto escrito. Compartirá lo que le dicte su corazón. Luego quemará el escrito en la vasija de barro. Uno por uno se expresa. Palabrea para unir su tejido al de todos. Aunque la profe de química no había escrito nada, nos contó de su vida, de sus dolores, de sus alegrías, de sus metas y agradeció a cada uno la posibilidad que le brindaron al ser sus estudiantes. También se disculpó por no entenderlos. El Rector guardó un silencio respetuoso, pero sus ojos eran ojos de padre con sus hijos, solo les dijo que no se preocuparan, que él los defendería y que ahora entendía el tejido que se estaba realizando. Entregar la carga que se lleva por dentro y caminar más liviano. Valorar la vida y la existencia que percibían nuestros sentidos. Cada uno entregó su mensaje. Cuando todos terminaron de mi mochila saque una caracola, su sonido ronco y profundo retumbó en el silencio del alma. Cada canto interpretado se elevó a los cuatro puntos cardinales. Finalmente entregamos las cenizas de las palabras al vacío de la tranquilidad. También entregué la ofrenda que me había dado mi abuelo y nos contemplamos dibujando con nuestra boca una sonrisa de hermandad. Después de dos horas iniciamos el descenso. Nos sentíamos distintos, porque éramos distintos. La palabra fracturó nuestra existencia.   

 

 

 

IV.

Primavera

 

Todo vuelve a florecer. Ha pasado la lluvia. Han vuelto las mariposas y los colibríes.  Es la siguiente semana. Aun duelen los músculos. Los estudiantes se ríen entre ellos se chuzan con los dedos las partes del cuerpo que duelen en el otro. Se ríen y se quejan. Hoy han recibido una noticia,  que las materias perdidas tendrán más oportunidades, se harán nuevas clases para ver algunos temas. Ya casi finaliza el año. Nos sorprende el rector. Nos saluda y nos abraza. Nos sorprende de nuevo.  Todos lo escuchamos de manera atenta. ─Aún tengo mucho que aprender, pero pensando en todo esto, les propongo una última actividad. ─ Seguimos sorprendidos y ahora inquietos.  ─Reconozco que no sabía todo lo que me han contado y creo que es necesario llevar este ejercicio más allá. Creo que es necesario convocar a los padres y madres del municipio y hacer un acto simbólico por los que se fueron en medio del conflicto. Es importante hacer saber lo que sentimos y lo que sabemos ahora. Hacer un acto de reconciliación en el que podamos vernos a los ojos y vernos sin miedo, reclamando nuestra paz interior. Las generaciones que vienen atrás, los más pequeños deben saber que no deben sentir miedo y que se hace necesario recordar lo que pasó para que no ocurra de nuevo. 

 

A la semana siguiente realizamos la marcha del silencio. La marcha  en homenaje a las víctimas del conflicto. Cada estudiante llevó a su familia. Llevó su memoria. Convocamos a las autoridades, a la policía, a los profesores. Encendimos velas y cantamos canciones de amistad y reconciliación. Caminamos las callecillas que habían servido de escenario para el dolor. Contamos nuestra experiencia. El parque se llenó de recogimiento. Se leyeron los nombres de los que no estaban. Nos consolamos unos a otros. Las madres lloraron por fin a sus hijos en público, no como un acto público, sino como un acto humano. 

 

Somos lenguaje, nuestra esencia es una historia que contamos a diario, somos lo que caminamos con los demás, pero sobre todo somos un tejido cósmico. 

 

 

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