Ramón Illán Bacca: El escritor del Caribe

Por Redacción Quira medios

Enero, 2021

Hoy 21 de enero de 2021, cumpliría 83 años el escritor colombiano, nacido en Santa Marta, Ramón Illán Bacca. El pasado domingo 17 de este mismo mes este narrador del Caribe, que vivió en la ciudad de Barranquilla casi toda su vida, dejo este mundo. Su legado de seis libros de cuento, cinco novelas, libros de ensayo y crónica, participación en varias antologías y cientos de textos publicados en revistas nacionales e internacionales, se ha convertido en una obra de culto.

Cinco escritores colombianos, cercanos a esta leyenda de la literatura, nos hablan de su obra y de su humanidad. Claudia Ayola, John Jairo Junieles, María Victoria Socarrás, Erick C Duncan y María Angélica Pumarejo han sido consagrados lectores y amigos de este escritor del Caribe.

Estos cinco escritores nos acompañaron con sus textos para invitar a conocer más a Ramón Illán Bacca y recordar que Deborah Kruel, la familia Antonelli-colonna, Perpetuo Socorro y María Perfecta y cada una de sus historias continuará creciendo en la memoria de los lectores.

Un saludo a los escritores que también le conocieron y le siguieron por décadas. Desde Quira medios este sentido homenaje celebrando la vida eterna de Ramón Illán Bacca en cada una de sus páginas.

Por Claudia Ayola

Psicóloga, columnista, investigadora y colaboradora en distintos medios

Ramón Illán Bacca era una suerte de deidad de la literatura del Caribe. Hace mucho tiempo que había dejado de ser una criatura de este mundo. Desconozco si algún día lo fue. La muerte -en su caso- es apenas una excusa para no seguir despertando y durmiendo, dedicándose a esas cosas cotidianas que hacemos los vivos. Él volaba desde hace rato, uno no sabía si era frágil o demasiado fuerte, pero había cruzado esa línea en la que ya no necesitas credenciales para moverte por allí. Fue extremadamente lúcido, humilde y de buen humor. Ya desde hace rato tampoco tenía edad, pues su innegable paso de los años lo convertía en un hombre viejo, pero no le apagaba los ímpetus ni la chispa. De repente era un adolescente llevado por la energía del galope de caballos briosos, aunque los pies se movieran con lentitud como parte de un engaño. En realidad Ramón no ha muerto, esa es la noticia. Tampoco morirá.

 


Por John Jairo Junieles

Escritor, periodista, poeta y cronista

“Conocí a Ramón Illán Bacca una noche bogotana, en el vestíbulo del hotel donde nos hospedábamos, invitados por la Feria del Libro de esa ciudad, hacia finales del pasado siglo XX. Ramón estaba cansado del pollo que servían en el hotel, yo había llegado por primera vez a Bogotá, y mi hambre, multiplicada por el frío, encontró el restaurante con las puertas cerradas. Entonces salimos a la noche, lluviosa y glacial, en busca de comida y algún trago fuerte para calentar el cuerpo.

Me dejé guiar por Ramón. Salimos del hotel a las diez de la noche, emprendimos a pie la carrera Séptima, y regresamos en un taxi a las dos de la mañana. Me acosté con la certeza de que nunca volvería a vivir una noche tan alucinante como aquella, porque me parecía haber asistido a una versión metropolitana de la Divina Comedia. 

A nuestro paso por la Séptima, vimos cientos de personajes dignos de la más loca película de Fellini: viejos guitarristas con cayos de madera en los dedos, poniendo serenatas a las estatuas de los parques; proxenetas con su nombre escrito en los dientes con letras de oro; monstruos naturales entre los que recuerdo una muchacha con los ojos más bellos del mundo, enormes como mandarinas, y un vendedor de dulces y cigarros con pequeños cuernos en su frente; quinceañeras disfrazadas de muñecas entrando a lugares sórdidos de la mano de honorables senadores; traficantes en las esquinas con cucharitas en la mano, y frente a ellos, filas de adictos comprando su veneno; profesores y estudiantes en las cafeterías discutiendo a Schopenhauer y Nietzsche, con un fervor que no necesitaba de aguardientes. En resumen: un incontable bestiario de buscavidas que, con seguridad, Ramón Virgilio Bacca Linares recuerda mejor que yo. 

Desde entonces, nos volvimos amigos, y durante muchos años, cada vez que nos encontrábamos en cualquier parte, sobre todo en su Barranquilla del alma, continuábamos nuestra conversación, como si el tiempo no hubiera pasado. Nos burlábamos del mundo y, por supuesto, también de nosotros mismos. Tuve la oportunidad de reeditar una de sus geniales novelas y alguna vez le hice una entrevista, en la que le pregunté, ¿ cómo le gustaría ser recordado? Y Ramón respondió: -Me encantaría que veinte años después de muerto una parejita de novios se leyera mi novela “Deborah Kruel” y se dijeran “Oye, el viejo ese estaba en todo, ah” Feliz viaje, querido amigo, en el otro mundo hay carnaval garantizado, gracias a tu llegada, y tu risa seguirá haciendo temblar las paredes en nuestra memoria.  


Por María Victoria Socarrás

Columnista, periodista, escritora y manager artística

Del Caribe cada vez queda menos.

Ramón era una sola anécdota, y tenía muchas. Recuerdo como si fuera hoy, con el mismo olor a salitre en las paredes, a mar revuelto y a Brisa fresca de 5 de la tarde, cuando tuve la fortuna de conocerlo luego de una charla suya en el Claustro de Santo Domingo en Cartagena. Estaba lanzando una novela. Eran los días del Hay Festival, unos cuantos años atrás. 

Me le acerqué a decirle que también era Samaria como él y también me encantaban las historias como a él. 

Me preguntó entonces mi nombre completo y dejó ver su sonrisa dulce, la misma que se le había escapado varias veces mientras le hacían preguntas. ¿Qué eres del Doctor Sabas Socarrás? Aunque mi papá y se llama igual, supuse que se refería a mi abuelo, así que le dije “era mi abuelo”. ¡No puede ser! exclamó fundiéndome en un abrazo largo. Su rostro se veía muy conmovido. Entonces me dijo: “cuando yo nací mi mamá, que nunca supieron quien era, me abandonó en la sala de neonatos del Hospital San Juan de Dios. Tu abuelo Sabas, quién me recibió al nacer, no pudo asimilarlo, así que me saco de ahí y me llevó a una casa de familia, dónde me adoptarían y crecería. Lo tuve todo. Eso se lo debo a él”. 

Años después nos reencontrarnos en Barranquilla, donde se radicó. Él siempre tan mágico, sencillo, anecdótico, pechichón y caribe. Yo tan llena de anhelos por sus historias, esperando la próxima novela, el próximo cuento, el próximo encuentro. 

De Santa Marta cada vez queda menos. Del Caribe cada vez queda menos.


Por Erick C. Duncan

Narrador, guionista y colaborador en distintos medios escritos

Cuando Ernesto Sábato, en Antes del fin, dice sentirse avergonzado y diminuto después de leer una carta de una chica de diecinueve años que le confiesa que siempre soñó conocerlo, que a pesar de vivir a pocas cuadras nunca se atrevió a abordarlo, pienso en Ramón Illán Bacca y sus lectores invisibles, desperdigados; sus admiradoras secretas. Contrario al ensimismamiento y la vergüenza que sintió Sábato al recibir la carta, Ramón Bacca ríe a carcajadas, con alegría, cuando recuerda lo que sobre él escribió una de sus estudiantes de la cátedra de Escritura Creativa en la universidad. En su Blog, la entonces estudiante de Pregrado escribió una entrada sobre los hombres que nublaban sus pensamientos; cito: “No sé si eso pasará, pero me gustaría quedarme con alguien que lea. Los tipos académicos tienen un aire que me gusta. Eso es más sexy que tener músculos. Me idiotiza alguien que sabe demasiado. En pregrado escogí una materia que se llamaba Escritura Creativa. Mi profesor era Ramón Illán Bacca, un escritor del Caribe colombiano bastante reconocido. Las pocas veces que me dio clases me quedaba boquiabierta escuchándolo. El tipo es una figura…Nunca me imaginé a Ramón invitándome a salir, pero sí me imaginaba conocer a un tipo más o menos de mi edad con su bagaje"

Buen viaje, querido amigo.


Por María Angélica Pumarejo

Editora, escritora, investigadora y docente universitaria

Ramón Illán Bacca, una literatura definitiva

Conocí a Ramón Illán Bacca, de cuerpo presente, en el año 2003. En la Universidad del Norte tenía lugar el Congreso de Colombianistas y yo estaba allí para hacer una ponencia sobre antropología urbana y literatura colombiana. Sabía de Ramón porque era un personaje sin par, lleno de cuentos, con un humor y una sabiduría que le precedían; tal vez un carácter tan prístino y tan auténtico que su literatura parecía menor. “Mira, ahí viene Ramón -me dijo alguien que trabajaba en la universidad- te lo voy a presentar”. Me lo presentó y conversamos sobre el Congreso. Supe entonces que Maracas en la ópera, la única novela suya que había leído, venía de un caribe extraordinario, de alguien que parecía sacado de la ficción. Ramón nunca, no sé si lo hizo alguna vez, pudo haber dicho de él mismo que era solamente un hombre, como cualquiera. Nadie, que apenas lo hubiera visto de paso, podría decirlo.

Del Congreso salí con dos tesoros grabados para siempre: Ramón y la gran Meira Delmar, ataviada con un exquisito vestido de flores, como si tuviera quince años en una voz poética inigualable para las letras caribes, también. En muchos años, supe, por primera vez, que había que ir a parar al Caribe de nuevo, en algún momento de la vida que aún sigo esperando. 

La semana pasada, mi buen amigo Samuel Whelpley, me dijo que me había enviado un regalo de Reyes. Supuse que era un libro, porque son los regalos que solemos hacernos.  El Covid, que nos ha metido el miedo de abrir todo primero que nosotros, me obligó a dejar el paquete mojado en alcohol un par de horas. Lo abrí, para encontrar en su interior, uno de los libros que más he añorado y que un amigo que, al parecer también lo añoraba, supo llevarse de mi casa escondido entre sus pantalones en medio de una batahola sin que yo me atreviera a esculcarlo –veía el filo del libro en su parte posterior mientras abrazaba a los congregados para despedirse- porque era mi amigo y los amigos bien valen un libro. Samuel me había enviado Deborah Kruel, dedicado para mí por su autor en diciembre de 2020. 

En esta novela, como en todo el universo creado por Ramón, hay con conjugación que engrandece su narrativa: personajes en una vida cotidiana viviendo situaciones que resultan extraordinarias en una historia plenamente contada. Ramón era un narrador en mayúsculas, era un inventor de vidas, capaz de llevar su imaginación y sus sentimiento con la contención necesaria que se requiere para producir la buena literatura. A todo esto, hay que sumar la exquisitez de los intertextos, de las referencias literarias e históricas, de los personajes de otras latitudes y un ritmo poético, lleno de música. 

Quien me avisó de la muerte de Ramón fue también Samuel Whelpley, que tras décadas de amistad sería familia para Ramón y uno de sus seres más queridos; me dijo que tal vez mi regalo de Reyes podía ser la última dedicatoria que había hecho. A tiempo volvió a mí Debora Kruel, para sentir todo el agradecimiento que las letras y la sabiduría de Ramón merecen, para sentir la plenitud de un escritor caribe definitivo para las letras colombianas. 


Varios de sus amigos dan fe de la consagración que Ramón Illán Bacca tuvo con su escritura. Una novela inédita y postuma queda en puntos suspensivos a la espera de ver la luz y ser acogida por los lectores. Varios de sus cuentos, crónicas y textos están en su archivo personal a la espera de ser reeditados o publicados como textos inéditos recobrados. De Ramón nos queda la herencia en la voz de sus amigos lectores y una obra magna para la memoria literaria de la literatura del Caribe y América Latina.

Nos queda Ramón Illán Bacca para largo rato.