Políticas de la libertad

Por Andrés Santiago Beltrán Castellanos

Colectivo pensamiento pedagógico contemporáneo 

santiagobeltran23@gmail.com

Abril, 2021

 

La Guerra fría finaliza con la caída del muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética sin disparar una bala. El comunismo, al menos su manifestación europea, desaparece sin dejar rastro de su cuerpo, lo que impidió enterrarlo y permitir el duelo a sus seguidores más románticos, aquellos que pasan por alto la crudeza con la que fueron reprimidos los intentos de autonomía en la Primavera de Praga de 1968 y por eso, aguardan que regrese de modo mesiánico para hacer realidad la utopía de una sociedad sin clases, en la que se obtenga reconocimiento por lo que se es y no por lo que se tiene.

 

Sus adversarios tampoco descansan tranquilos, en especial, esos que sin haber leído a Karl Marx, temen que la dictadura del proletariado les quite aquellos bienes que aparecen hipotecados, mientras cancelan el crédito otorgado por el banco. Estos muertos en vida que se han entregado, en la mayoría de los casos a una actividad que marchita el alma para pagar los compromisos financieros, son atormentados con apariciones espectrales creadas por quienes necesitan mantener viva la amenaza roja para afianzarse en el poder. ¡Cuánto bien les haría leer al alemán! Al menos, su teorización sobre la alienación.

 

La caída de la Cortina de Hierro ha llevado la confrontación del terreno político-económico a la esfera político-cultural. La hegemonía de la economía de mercado hoy no se cuestiona, incluso, China, actual bastión del comunismo, por fuera de sus fronteras la potencia y resguarda. Esa forma de gobierno negadora de la libertad que aspiraba expandirse por el planeta ha sido replegada; sin embargo, en el marco de la pandemia ocasionada por el Covid 19, se anhela implementar, al constituirse en un modelo político eficaz, no solo para controlar el virus sino a la población. 

 

No se puede gobernar sin un enemigo cuya neutralización permita justificar las medidas más absurdas e inhumanas. Es así como una vez contenido el comunismo, se configura el terrorismo como el nuevo contradictor de las democracias occidentales, una amenaza que intenta arrebatar la libertad que se postula como la esencia humana y se concibe, solo se puede desplegar plenamente en el terreno económico, para desde ahí irradiar las otras esferas de lo humano. El neoliberalismo no es solo una doctrina económica, es una ontología. 

 

La libertad, como una meta en sí, se asienta en la dicotomía entre ser empleado o independiente; entre la necesidad de someterse a las directrices de otro para encontrar el sustento o emprender por cuenta propia para toparse con el éxito. El sí mismo como jefe, ha resultado más tirano que el antiguo capataz en la plantación o el supervisor en la fábrica. Aunque nos concebimos libres como águilas que surcan los cielos o tigres indomables que habitan las estepas, oscilamos entre hormigas capaces de sacrificar a sus congéneres por el bien superior de la colonia y ratas que se devoran unas a otras para quedarse con la mejor parte del queso.

 

El neoliberalismo es un dogma que obliga a comportarse como el gerente de una empresa cuya sede se encuentra en el cuerpo mismo. Nueva forma de relación económica que surge con la mutación de la categoría ‘mercancía’. Los productos dejan de ser únicamente bienes que se fabrican o servicios que se ofrecen con el objetivo de intercambiarse por dinero y se hacen carne. Los seres humanos se han convertido en una mercancía en sí, un objeto que es sometido a controles de calidad constantes; en este sentido, la obesidad, los efectos de la vejez y las enfermedades se entienden como negligencia; la pobreza como pereza; y; los declives financieros, académicos e interpersonales como mala administración. 

 

La renuncia a los análisis que incluyen las variables políticas, históricas, culturales y económicas en la configuración de lo que se es, enmascara las verdaderas causas de la inequidad e impide agenciar transformaciones estructurales. Mientras los intelectuales son vistos con desconfianza por evidenciar las causas de este fenómeno, los líderes religiosos y demagogos políticos ganan adeptos. El éxito dependerá en buena medida de la gracia o un salvador y no de una organización social más justa. Ya no se odia al amo, se desea ser él, para lastimar y ser adorado como este. 

 

El auge de enfermedades psiquiátricas como depresión, ansiedad y estrés, corresponde a una época en la que los individuos han sido lanzados a la misma piscina. Nadando en solitario, se concibe que brindar la mano a otro que se hunde puede significar ahogarse junto con él. No se ha advertido que el agua solo llega hasta el ombligo y que lo que la mantiene agitada es el constante manoteo individual intentando salir a flote. Dejar de moverse permitirá, en un primer momento, mirar al otro y notar en sus ojos el cansancio propio. En segundo lugar, descubrir sentados a la orilla a los artífices de los fantasmas que espantan y cuyas narrativas llevan a entregar esa libertad que, paradójicamente, entre más potenciada es, más se vuelve un prisionero.