Dramaturgia Joven Latinoamericana

textosymastextos4@gmail.com

Junio, 2019

 

En el 2019 el circuito de joven dirección y dramaturgia latinoamericana liderada por el director y dramaturgo Camilo Casadiego, convocó a varias dramaturgas y directoras colombianas para ser leídas por distintos espacios dentro del país y fuera de él.

 

Quira medios se une a esta iniciativa para que los textos de dramaturgas jóvenes puedan ser leídos por el mayor publico posible y con el propósito que el teatro colombiano atraviese fronteras por el mundo.

 

A continuación presentamos la obra "Ciudad en Fragmentos" de Manuela Vera Guerrero, después de una nota biográfica de la autora, podrá descargar el texto en formato PDF o leerlo. Incluimos un espacio de comentarios para generar mayor interacción.

 


Manuela Vera Guerrero

manuelavargasguerrero@gmail.com

 

Licenciada en Artes Escénicas de la Universidad Pedagógica Nacional y Doctora Cum Laude en Filología Española con mención en Historia y Teoría del Teatro de la Universidad Complutense. Cofundadora de Manodeobra Teatro, compañía que investiga y difunde el teatro iberoamericano. Coordinadora de Los encuentros con el teatro latinoamericano actual (Madrid, España, 2014), de la Primera muestra de dramaturgia en Chile (2015) y del Encuentro de dramaturgia iberoamericana Punto cadeneta punto con Umbral Teatro

(2016). Fue colaboradora del Nuevo Teatro Fronterizo dirigido por José Sanchis Sinisterra donde se formó en dramaturgia. Como directora estrenó La pócima: monólogo tragicómico y Ojo por ojo, en España, y ha escrito otras obras. Actualmente es docente en varios programas de formación teatral y ha escrito diversos artículos sobre teatro.

 

"El teatro ha sido parte de mi vida. Siendo una niña hice mis primeros ejercicios de dramaturgia y dirección en las obras que mi hermana, mis primos y amigos del barrio, hacíamos para nuestros padres los fines de semana. ¿Alguien se acuerda? Tengo evidencias… fragmentos de algún guión, grabaciones en audio. Hoy soy Licenciada en Artes Escénicas y Doctora en Filología Española con mención en Historia y Teoría del Teatro de la Universidad Complutense. Durante mi proceso de formación, en Bogotá, realicé varios ejercicios de escritura para la escena. Sin embargo, la dramaturgia me atrapó completamente cuando conocí a Sanchis Sinisterra y a García Barrientos; quizá ellos no saben que sus perspectivas sobre la dramaturgia se complementan en perfecta armonía. Ambos son mis maestros y ahora… no puedo parar."

 


 

Comentario obra "Ciudad en Fragmentos" de Manuela Vera Guerrero

Por Laura Valentina Bernal Vargas

 

¿Rebeca? ¿La escultura? ¿Bogotá? son preguntas que se instauran según se va leyendo la obra, resulta muy interesante la manera en que se logra provocar al lector o espectador un interés, un sentido de duda hacia la historia de una ciudad y la connotación de lo que compone la misma.

 

El ir y venir del tiempo, el salto de un fragmento a otro, la anacronía propuesta en la obra, son lugares de juego que potencian la participación del público desde su capacidad de imaginación y expectación. La cercanía de los personajes a la realidad, a lo que vive un colombiano promedio en su día a día permite una identificación directa, ya que todas las cuestiones en cuanto a clases sociales, marginación, espacio laboral y espacio público son vivencias cotidianas.

 

A lo largo de la historia se ha ido construyendo una noción de “identidad” cultural, unos códigos y símbolos que identifican a la comunidad, sin embargo el no conocer o no tener la información suficiente respecto a tales símbolos hace que el sentido de pertenencia sea mínimo, prácticamente inexistente. Como lo expone la obra, La Rebeca escultura de Bogotá, ha sido víctima de la ignorancia y los estigmas religiosos instaurados, pues representaba lujuria, inmoralidad e irrespeto, cabe resaltar que fue el primer desnudo en el espacio público de carácter religioso en Bogotá.

 

Por ende podría decirse que esta obra invita al espectador a cuestionarse sobre su historia y dichos símbolos que la representan, pues no es fortuito que fragmentos andantes puedan converger en un mismo lugar, mismo lugar que está atravesado por un hecho histórico, artístico, cultural e incluso religioso.

 


Ciudad en Fragmentos

Personajes:

  • La Rebeca, escultura de Bogotá
  • Fotógrafo
  • Rufianes de la época
  • Agripina, abuela
  • Josefina, madre
  • Antonia, hija
  • Paraguas
  • Jarrogrande
  • Billeteroto
  • Vicente
  • Adela
  • Jefe, Jaime
  • Caradehojas
  • Niña Agripina
  • Dolores, madre de Agripina
  • Prostituta
  • Algunos y otros

“Miedos de algunos, algunos miedos. Algunos y otros el miedo al otro”

 

 

ALGUNOS Y OTROS

 

 

1. Llegar

 

Bogotá. Lunes 19 de Julio de 1926. Parque El Centenario en horas de la tarde.

 

 

La Rebeca.– No era mañana ni tarde sino noche.

No era pueblo ni barrio sino ciudad.

No era celebración por navidad sino la reinauguración de un parque.

No era matrimonio ni velorio sino nacimiento.

No soy hombre ni cosa sino mujer; ni roja ni azul sino blanca.

No me hicieron de ladrillo, ni de costilla sino de mármol.

Ni italiana, ni francesa sino colombiana.

No soy ni Julia, ni Marta, ni Berta.

Y todos olvidan que me llamo Rebeca.

 

Entra un fotógrafo medio borracho con sus trastos tarareando La Retreta.

 

Fotógrafo.– ¿Se me habrá notado el tufo? (Pausa). El presidente Pedro Nel Ospina se fue dichoso. Quién sabe cuánta plata le habrá costado esta remodelación. Don Pedro y el señor Laureano se fajaron con este parque, se ve chusco(1) sin esa reja. Claro que Don Laureano es medio filipichín… (2) (Pausa). Ahora sí podemos decir que Bogotá es la Atenas suramericana, este parque quedó bien chirriado(3).

 

La Rebeca.– Nunca había sentido tantas miradas sobre mí. No me gusta. Me hace sentir extraña, incomoda, perturbada, me da…

 

Fotógrafo.– Y las que va a sentir patoja…(4) porque es inevitable no mirarla. ¿Ala(5) y qué siente al convertirse en símbolo de una ciudad amable y generosa?

 

La Rebeca.– ¿Símbolo?

 

Fotógrafo.– Por favor ubíquese en la pose insignia y finja que va a recoger agua, tengo que hacer su registro… ¿Cómo es que se llama usted? Da igual Reina. (Pausa). De ahora en adelante usted es una rola(6) importante.

 

La Rebeca.– (Mientras se pone en su pose oficial). ¿Cómo así?

 

Fotógrafo.– Sí mi reina, usted pasará a la historia. (Toma foto de La Rebeca). 

 

La Rebeca.– No me diga.

 

Fotógrafo.– Este parque tiene caché, ya era hora de un cambio en la ciudad. (Saca una botella de metal). ¡Por el progreso! (Le propone un brindis a La Rebeca). ¡Salud! Ala por usted reina linda que con semejantes atributos embellece todo lo que la rodea. (Bebe).

 

La Rebeca.– El nombre de este lugar –Par quedelcen tenario, quecente nario, tenario, nario, rio–, resuena dentro de mí como si significara algo. 

 

Fotógrafo.– Por favor quédese quietecita y que el cuerpo no le “resuene” tanto que me queda desgualetada(7) la foto. (Toma foto). Pues claro que significa, sepa usted que construyeron este parque hace como… cuarenta años para conmemorar el primer “centenario” del nacimiento del libertador, me parece que en mil ochocientos ochenta y ¿uno? ¡Dos! Tres, en 1883 (Pausa). Eso sí, le toca acostumbrarse a este lugar porque de aquí no la mueve nadie. (Otro trago). Reinita, usted va a vivir aquí para siempre.

 

La Rebeca.– ¿Para siempre?

 

Fotógrafo.– (Borracho). Quieta, no se mueva. Le prometo que pronto vamos a terminar. (Toma foto). ¿Quiere un traguito de elixir? (Pausa). Mi papá tomó fotos de la inauguración del Centenario… Sin fotos no queda registro de la historia y sin historia no hay memoria. (Bebe).

 

La Rebeca.– No me gusta que me observen, las miradas me hacen sentir extraña… ¿Vio cómo me mira la gente de esta ciudad? Y eso que estoy recién llegada… es como si los ojos intentaran arrebatar mis secretos para destruirme, pero usted me provoca confianza. ¿Qué es elixir?

 

Fotógrafo.– Ay, no se haga la difícil y beba conmigo. (Bebe). Ala le prometo que no le va a dar guayabo. Pruebe si quiera una mirringa(8).

 

La Rebeca.– Soy la que debería ofrecerle algo. Llevo este jarro para ayudar a la gente como usted.

 

Fotógrafo.– (Cada vez más borracho). ¿Cómo yo?

 

La Rebeca.– Sí.

 

Fotógrafo.– ¿Y cómo es la gente cómo yo?

 

La Rebeca.– Sedienta.

 

Fotógrafo.– Pues es verdad, siempre estoy sediento, pero el agua escueta que usted ofrece no es suficiente para mí.

 

Entra un Rufián de la época con un cuchillo en la mano.

 

Rufián.– ¡Qué chizga!(9) Hay días en que el trabajo se pone fácil.

 

El Rufián apuñala al fotógrafo, que muere instantáneamente, y se lleva todo el equipo de fotografía. La Rebeca se congela del susto y cuando vuelve en sí, por primera vez, ve a los espectadores, no sabe quiénes son y tantos ojos mirándola la inquietan profundamente. Empieza a llover.

 

La Rebeca.– (Observando al público y al cadáver). Esto no es posible. ¿Qué está pasando? ¿Por qué hay tantos ojos sobre mí? No quiero estar aquí. (Pausa). No me miren. No me acusen, no me señalen, yo no lo… Mis manos NO están manchadas de rojo. Soy inocente, él no merecía esto... Fue el único que me miró sin malicia y eso que era un hombre… Nunca antes había visto la violencia de ese color. Hoy lunes 19 de julio de 1926, cuando ha terminado la reinauguración del parque, aprendo que el rojo es el color de la sangre y que sangre significa muerte. (Pausa). ¿Quiénes son ust…? Esto no tiene sentido, todo esto debe

ser fruto de mi imaginación. (Pausa). Si alguno intenta algo gritaré, qué ninguno se acerque. Inhalo, exhalo. Era buena persona, rota por dentro, pero buena persona. Se me están durmiendo las piernas… Inhalo, exhalo. Esto no está pasando, nada de esto es real, ni esas sombras me observan desde la sala de un teatro, ni acabo de evitar la mirada petrificante de la muerte… Inhalo, exhalo. Fue un guache(10) ¿Ustedes lo vieron? Él lo apuñaló salvajemente hasta que su vida se desvaneció. Soy testigo. Lo vi todo. Tranquila mujer albina, ellos no están ahí. ¿No? No, no hay una multitud de ojos mirándome, ni en mis pies yace un cuerpo sin vida.

 

 

2. Implantar

 

1995. Antonia y Paraguas son adolescentes, están tomando una bebida caliente mientras comen galletas. Sobre la mesa hay un ramo de flores envueltas en un moño coqueto.

 

Antonia.– ¿Quieres que te sirva otro poquito?

 

Paraguas.– Sí, por favor.

 

Antonia.– ¿Más galletas? ¿Te preparo un sándwich?

 

Paraguas.– No, gracias.

 

Antonia.– ¿Seguro? Estás flaco. ¿Hoy comiste bien?

 

Paraguas.– ¿Tienes florero?

 

Antonia.– Es cierto, las flores se van secar. Son muy bonitas.

 

Paraguas.– ¿Lo busco? El florero quiero decir

 

Antonia.– Bueno, en la cocina. Mira en la repisa de abajo. Debe estar ahí.

 

Paraguas.– (Desde la cocina). ¿Y tienes tijeras?

 

Antonia.– Primer cajón a la derecha, también hay cuchillos.

 

Paraguas.– (Regresa con un florero y un cuchillo). ¿A qué hora vuelve tú mamá?

 

Antonia.– Todavía se demora.

 

Paraguas.– Entonces podemos…

 

Antonia.– ¿Sí…?

 

Paraguas.– Estar tranquilos.

 

Antonia.– Ah, sí.

 

Paraguas.– (Mientras arregla las flores). No tengo donde quedarme, ninguno de mis amigos me quiere recibir y mañana tengo que madrugar a una entrevista de trabajo. No sé qué voy a hacer... Voy a tener que dormir en la banca de un parque… o pasar la noche en algún bar y esperar aburrido a que amanezca. Lo único bueno de mi vida eres tú. 

 

Antonia.– Y tu mamá.

 

Paraguas.– ¿Mi mamá?

 

Antonia.– ¿Y tu mamá?

 

Paraguas.– Mi mamá vive en una casa pequeña con mi hermana menor, mi sobrino, mi hermanastro que es el que arregla los zapatos, mis dos tías, mi primo que también remonta y la abuela.

 

Antonia.– Quédate aquí está noche.

 

Paraguas.– Aquí, ¿aquí?

 

Antonia.– Aquí… conmigo…

 

Paraguas.– Eso no soluciona nada.

 

Antonia.– Entonces desde hoy hasta… el domingo, así ganas tiempo.

 

Paraguas.– Eso me ayudaría mucho. ¿Y tu…?

 

Antonia.– Ah, y puedo preguntarle al vecino si en la empresa donde trabaja hay vacantes.

 

Paraguas.– Te estás ganando el cielo.

 

Antonia.– Déjame pensar de qué otras maneras puedo ayudar… Tranquilo, no te estreses, esta mala racha pasará. En unos años tendrás una casa propia y serás el dueño de una oficina, de un rascacielos y hasta de un… helicóptero.

 

Paraguas.– Eres… mi ángel guardián.

 

Josefina.– ¡Llegamos! La puerta estaba sin llave. Antonia ¿qué te he dicho sobre echarle llave a la puerta? No importa si estás o no estás en la casa, la puerta siempre tiene que tener llave. Siempre. Uno no se puede confiar. (Pausa). Mamá su espacio está listo ¿recuerda la habitación de la ventana que da al parque? Ahí le pusimos la cama. Vaya a mirar. Desde ahí se puede ver la estatua que le gusta.

 

Josefina se queda en la puerta echando llave, hay varias chapas y pasadores.

 

Agripina.– Ah, sí. Pero no es una estatua cualquiera. Es Rebeca. Es La Rebeca. Somos viejas amigas. (A la nieta). Hola ratoncito ¿cómo estás? Buenas joven. Cuidado con ese cuchillo. ¿Por qué tienen un cuchillo en la sala si ese no es el puesto? Ay, cuidado con ese cuchillo, yo conocí un caso… Una vez dos hermanos que estaban solos se pusieron a jugar con las cosas de la cocina, el más chiquito cogió uno de esos alambres… entonces el diablo le empujó la mano y sin querer le enterró el cuchillo al mayor… el pobre quedo ahí tirado, sobre el piso, muerto. Lo mejor es que coloquen ese cuchillo en su lugar. Virgen santa, por favor protégenos.

 

Josefina.– Mamá no garle(11) tanto, vaya y mire su cuarto más bien. (Sigue cerrando la puerta).

 

Agripina.– (A regañadientes obedece). Ay, no me dejan saludar en paz… Más bien tenga cuidado de que la puerta no le quede mal cerrada.

 

Josefina.– Eso hágase la chistosa. (Descubriendo al acompañante de su hija). Joven usted no puede estar aquí.

 

Josefina empieza a quitar todos los seguros de la puerta, para facilitar la salida del muchacho.

 

Antonia.– ¿Mamá qué quieres decir? Es mi invitado.

 

Josefina.– Y ya te visitó, ahora tiene que marcharse.

 

 

Antonia.– Pero ¿por qué?

 

Paraguas.– No estamos haciendo nada raro…

 

Josefina.– De inmediato, antes de que la abuela regrese. Por favor, sin brincar(12), no quiero hacer un espectáculo…

 

Paraguas.– ¿Me voy?

 

Antonia.– Yo me voy contigo.

 

Josefina.– (A la hija). Tú te quedas.

 

Paraguas.– Me voy… no te quiero meter en problemas.

 

Antonia.– Pero…

 

Paraguas.– No te preocupes, después hablamos. (Sale).

 

Josefina.– (Mientras pone los seguros). Huele a mugre revuelta… a podrido. Espero que no falte nada. Yo no te eduqué para que termines enredada con ese proletario. Tienes que aspirar a algo mejor. Ese jornalero, vagabundo no es lo que quiero para ti. Te mereces algo de otra categoría, un buen partido(13). Alguien con plata en el bolsillo, con apellido, con herencia. No un pobre muerto de hambre que no tiene donde caerse. No quiero verte cerca de la zapatería de esa familia. Ese muchacho no es bienvenido aquí. ¿Alguien te vio con él? ¿Qué estupideces tienes en la cabeza? ¿Qué va a pensar la gente? No sabía que tenías esos gustos tan… populares. Ese muchacho no te merece. ¿Cómo se llama? No, mejor no  me digas… Eres demasiado para ese don nadie… Es tan insignificante cómo un paraguas que todo el mundo olvida, nadie va a acordarse de él. Abre la ventana por favor, que la casa se ventile.

 

 

3. Canallada

 

Bogotá. 1978. Vicente se encuentra en su despacho junto a la puerta de entrada. Usa un traje gastado y tiene las manos manchadas de tinta.

 

Vicente.– ¿A qué huele? (Hacia fuera). Doris si viene el caradehojas por favor dígale que no estoy… O que estoy en reunión… Si insiste en pasar hasta aquí me hace el favor le niega la entrada, que aprenda a respetar, aquí no puede venir con semejante pinta, esta es una oficina seria. El deber de ese jetón(14) es permanecer allá abajo. Si necesita algo conmigo que me busque en un horario no laboral, no familiar, ni de esparcimiento… Mejor dicho que no me busque. Si lo que quiere es que le preste el baño dígale que en la plazoleta de enfrente hay arbolitos... qué haga lo mismo que los gamines(15) y haga sus cosas en la pileta de la estatua esa… Doris, y dígale que tiene que lavar ese uniforme este fin de semana, que el lunes por la mañana vienen los de la prensa a tomar fotos y a él le toca estar ahí dando la cara…

 

Vicente regresa a su escritorio, limpia los lentes de sus gafas y continua organizando documentos, de vez en cuando toma café. Una vez ha clasificado los papeles empieza a sumar los muertos, nacimientos, matrimonios y testamentos.

 

Vicente.– Muertos: 16. Nacimientos: 18. Matrimonios: 15 y testamentos: 13. Total: 62. ¿Y dónde están los registros civiles?

 

Jefe.– Vicente… qué pena interrumpirlo pero es que…

  

Vicente.– Ya sé.

 

Jefe.– ¿Ya sabe?

 

Vicente.– Sí, ya me di cuenta.

 

Jefe.– Pero ¿cómo?

 

Vicente.– Se refundieron los registros civiles del día de hoy.

 

Jefe.– ¿Se refundieron los registros civiles? ¿Cómo así?

 

Vicente.– Eso o nadie registró hoy. Entre estos papeles no hay ningún registro civil, es la primera vez en diez años que ocurre cosa semejante.

 

Jefe.– No Vicente, no vengo para hablarle de los registros civiles…

 

Vicente.– Hoy tuvimos un total de 62 casos: 16 muertos, 18 nacimientos, 15 matrimonios y 13 testamentos para un total de 62.

 

Jefe.– Tampoco vengo por eso…

 

Vicente.– Ahhh, esa Doris… Volví del almuerzo a las 2:30 porque tuve que ir a pagar un recibo hasta Chapinero. ¿Se acuerda que le pedí autorización la semana pasada? Usted me dijo que no había problema, porque si usted me hubiera dicho que era para problemas no lo hago. Ya sabe que lo primero es mi trabajo y en todo el tiempo que llevo aquí nunca le he quedado mal.

 

Jefe.– Lo sé.

 

Vicente.– Si quiere que me quede haciendo un extra me toca decirle que hoy definitivamente no puedo, la esposa me está esperando. Hoy tenemos que llevar a los niños al…

 

Jefe.– Tengo una mala, malísima, noticia Vicente. Pero primero me gustaría disculparme con usted porque no debí ocultarle esta información…

 

Vicente.– ¿Qué información?

 

Jefe.–Tenía la esperanza de poder cambiar esta situación…

 

Vicente.– ¿Cuál situación?

 

Jefe.– Una situación desagradable.

 

Vicente.– Hay otro recorte de sueldo.

 

Jefe.– Pero definitivamente no se puede hacer nada…

 

Vicente.– Pues si no se puede hacer nada ¿qué puedo hacer? Espero que esta vez el recorte sea mínimo… Con tanto déficit presupuestal la plata no alcanza para nada y aquí donde me ve tengo la soga sobre el cuello… mantener a cuatro niños y a una esposa no es fácil… 

 

Jefe.– Imagínese que el contralor decidió hacer un recorte de personal… No hay plata para pagarle a tanta gente, a mi me bajaron de rango y eso que tengo palancas y una hoja de vida excepcional. Y a usted, le vamos a dar un mes por adelantado y un abono extra, con él podrá sobrevivir los próximos tres meses. ¿Mi consejo? Coja esa plata e inviértala en algo, monte una papelería o algún tipo de negocio que le ayude económicamente… La vida es muy injusta. Eso de estar empleado no sirve para nada… Uno entregándole la vida a la empresa, camellando(16) todos los días como un burro y el día menos pensado lo desechan… y si no lo degradan, lo rebajan y le dan el puesto más insignificante de todos… y entonces ¿para qué los estudios? ¿Para qué diablos? Eso no sirve para nada, estudiar no le garantiza a usted una estabilidad económica. No vale la pena esforzarse tanto… Lo mejor es tener un negocio propio. Vicente, su trabajo ha sido suprimido.

 

Vicente.– ¿Cómo?

 

Jefe.– Liquidado

 

Vicente.– No entiendo

 

Jefe.– Abolido, eliminado…

 

Vicente.– ¿Qué me está queriendo decir?

 

Jefe.- Pues lo que le estoy diciendo, ya no necesitamos sus servicios.

 

Vicente.– Don Jaime, pero… ustedes no me pueden hacer esto a mi…

 

Jefe.– No hay más remedio y sobre todo quiero que entienda que esto no depende de mí.

 

Vicente.– Esto no me puede estar pasando. ¡Malaya vida! ¡Maldita sea!

 

Jefe.- Nosotros quedamos muy satisfechos con su compromiso y lealtad…

 

Vicente.– Don Jaime póngame extras, le trabajo el fin de semana pero yo no…

 

Jefe.– Por eso si necesita una recomendación no dude en decirme…

 

 

Vicente.– Es un mal momento para mi, para mi familia…

 

Jefe.- Y yo le hago una personalizada…

 

Vicente.– Yo no me puedo volver a cambiar de casa… mi mujer… ella me va a odiar.

 

Jefe.- Y ¿sabe qué?, para que no se vaya triste le regalo un esfero. Escoja el que más le

guste, mejor dicho llévese dos, así le da uno a su mujer de mi parte. Tiene hasta el viernes

para entregar el puesto.

 

Vicente.– ¿Cómo voy a decirle a ella que...? ¿Cómo voy a mirarla a la cara?

 

Jefe.- Y si quiere, el viernes por la tardecita, después del trabajo, nos tomamos una

cervecita de despedida… Bueno mijo, lo dejo que tengo que seguir dando malas noticias…

 

Vicente.– Espere. ¿Y a usted qué cargo le van a dar?

 

Jefe.- Me quedo con su puesto y por el mismo salario.

 

Vicente se queda solo en el despacho completamente absorto, después su respiración empieza a agitarse, siente que se le van las luces.

 

Vicente.– ¿Y ahora qué carajada17 voy a hacer?

 

 

4. Cambio de fortuna

 

 

1926. Días después, sol de la mañana. Rebeca tararea una canción mientras se baña en la fuente. Vuelan bombas de jabón. La niña Agripina entra con una muñeca y se acerca a La Rebeca.

 

Niña Agripina .– ¿Es un trabajo importante misiá18?

 

La Rebeca.– ¿Qué?

 

Niña Agripina– Bañarte.

 

La Rebeca.– No.

 

Niña Agripina.– ¿Y ahora que carajada voy a hacer?

 

La Rebeca.– ¿Cómo dices?

 

Niña Agripina.– Es que tengo una tarea para mañana, averiguar qué es un trabajo importante… Echaron al profesor de teatro porque su trabajo no tenía sentido y ahora estamos averiguando qué es lo importante de un trabajo…

 

La Rebeca.– ¿Carajada? ¿Dijiste Carajada? ¿Dónde escuchaste esa palabra? Carraajaaaadda da, Cara ajada. Esa palabra resuenaden trodemi.

 

Niña Agripina.– ¿Tienes frío?

 

La Rebeca.– No.

 

Niña Agripina.– ¿Cómo te llamas?

  

La Rebeca.– Rebeca y ¿tu?

 

Niña Agripina.– María Agripina Gómez Pérez Jiménez Rodríguez González Rincón ¿ y tu?

 

La Rebeca.– Rebeca.

 

Niña Agripina.– Sí, pero Rebeca ¿qué?

 

La Rebeca.– Rebeca simplemente.

 

Niña Agripina.– Que nombre más raro.

 

La Rebeca.– No más que el tuyo.

 

Niña Agripina.– Y ¿tu mamá?

 

La Rebeca.– ¿Mi mamá?

 

Niña Agripina.– ¿Cómo se llama?

 

La Rebeca.– Creo que… no tengo.

 

Niña Agripina.– ¿Entonces viniste sola al parque?

 

La Rebeca.– ¿Sola?

 

Niña Agripina.– ¿Y no te da miedo?

 

La Rebeca.– ¿Miedo?

 

Niña Agripina.– Sí.

 

La Rebeca.– Lo peor ya pasó… ¿Ves a algún guache cerca? No me hagas pensar en eso, se me hace un nudo en la garganta, llevo una semana de insomnio y a esta fuente no le caben más lagrimas.

 

Niña Agripina.– Ten cuidado con el señor de los chagualos(19) rojos, si te ofrece dulces no los recibas. Son dulces envenenados para matar y robar a los niños, eso dice mi mamá.

 

La Rebeca.– Pues… No sabía.

 

Niña Agripina.– ¿Y tu papá? ¿Cómo se llama?

 

La Rebeca.– Nunca había pesando en eso.

 

Niña Agripina.– Tu papá te podría defender.

 

La Rebeca.– ¿Proteger?

 

Niña Agripina.– Si viene el coco tu papá puede espantarlo. O también puedes rezarle a Dios.

 

La Rebeca.– ¿El coco? ¿Dios? Por aquí solo han pasado los habitantes de esta ciudad y me miran con grima(20), aunque también el rufián ese y…

 

Niña Agripina.– ¿No sabes quién es tu papá?

 

La Rebeca.– No.

  

Niña Agripina.– Mi papá se llama Estanislao Gómez Jiménez González y mi mamá María Dolores Pérez Rodríguez Rincón. (Pausa). ¿Cuántos años tienes?

 

La Rebeca.– Una dama nunca revela su edad.

 

Niña Agripina.– Pues yo tengo 7 años y entonces no soy una dama porque soy una niña. Yo soy una niña y tu una misiá…

 

La Rebeca.– Señorita.

 

Niña Agripina.– Lo mismo.

 

La Rebeca.– No es lo mismo.

 

Niña Agripina.– Qué pispireta(21). Me agradas, podemos ser amigas. Toma (le entrega su muñeca), un regalo.

 

La Rebeca.– Gracias. Sería un honor ser tu amiga. ¿Qué tengo que hacer? Llegué a la ciudad hace unos días y no conozco a nadie… bueno conocí a un… Pero lo… Creo que eres la primera amiga que tengo.

 

Niña Agripina.– Yo tengo muchas amigas, están las de la escuela, las del barrio… Hasta soy amiga de las monjas y eso que ellas regañan(22) por todo. (Pausa).

 

La Rebeca.– Amiga Agripina ¿Dónde estamos?

 

Niña Agripina.– En el Parque del Centenario, frente al Parque de la Independencia. A mi me gusta más venir aquí porque esta el carrusel del señor Peinado y es más bonito que el otro.

 

 

La Rebeca.– ¿Y qué ves alrededor de ti?

 

Niña Agripina.– Veo a niños y niñas con sus “amas” y a otros como yo con sus mamás. Veo a Joaquincito corriendo con su aro de madera. Veo caminitos que se pierden entre los árboles y las matas, veo a unos militares o policías, siempre los confundo, caminado hacia el kiosco y muchas, muchísimas flores.

 

La Rebeca.– ¿Y no ves por ningún lado a una multitud de gente mirándonos?

 

Niña Agripina.– Por ningún lado.

 

La Rebeca.– ¿Estas segura?

 

Niña Agripina.– Segurísima.

 

La Rebeca.– (Aliviada). Tienes razón, parece que se han marchado…

 

Dolores.– Agripina ¿qué estás haciendo metida en ese charco de agua?

 

Niña Agripina.– Estoy jugando con mi amiga Rebeca.

 

Dolores.– ¡Ven para acá inmediatamente! Y no mires a esa nochera(23).

 

Niña Agripina.– Pero si es muy pispa(24).

 

Dolores.– Animas benditas denme paciencia con esta niña. ¿Qué tendrá en la motola(25)? ¿Quieres que te lleve el chiras(26)?

 

 

Niña Agripina.– Rebeca vino sola al parque ¿Puedes creerlo?

 

Dolores– No le mires el cuerpo, si no quieres ir al infierno no le mires el cuerpo.

 

Niña Agripina.– No quiero ir al infierno ¿por qué dices eso?

 

Dolores.– No la veas. No seas necia(27) hija, ven para acá.

 

Niña Agripina.– Pero mamá soy su amiga... Aunque no quiero ir al infierno, lo siento, debo irme.

 

Rebeca.– No te vayas Agripina. ¿Qué hago si viene el coco?

 

 

 

NUDOS

 

5. Otro intento

 

2002. Antonia y Jarrogrande conversan mientras caminan por la plazoleta de La Rebeca.

 

Jarrogrande.– Te acompaño hasta la puerta. ¿Cuándo me presentas a tú mamá?

 

Antonia.– (Entre dientes). Eeeem… A mí mmmm… (Cambiando). ¿Sabes una cosa? No necesito que me acompañes hasta la puerta.

 

Jarrogrande.– No me gusta que andes sola por la calle, esta ciudad es peligrosa. Si algo te

pasa yo me muero.

 

Antonia.– Aquí nadie va a morirse. (Para sí misma). Excepto mi mamá cuando te vea.

 

Jarrogrande.– ¿Dijiste algo?

 

Antonia.– Que no me va a pasar nada. Te lo prometo. Aunque está ciudad es insegura, caótica, problemática, peligrosa y te roban, te estafan, te secuestran, te atropellan, te violan, te torturan, te matan, te descuartizan, te desaparecen, no va a pasarme nada. Ya te puedes ir. Cuando esté adentro te aviso. Besito…

 

Jarrogrande.– Mientras estés conmigo no va a pasarte nada.

 

Antonia.– Es que no va a pasar nada. Muchas gracias por todo, me divertí. Besito…

 

Jarrogrande.– Entonces te acompaño.

 

Antonia.– No es necesario… de verdad.

 

Jarrogrande.– ¿Qué más te da?

 

Antonia.– Puedo ir sola.

 

Jarrogrande.– Mi deber es dejarte en la puerta.

 

Antonia.– No, vete ya. Más bien dame un beso de despedida.

 

Jarrogrande.– Que no. Te voy a acompañar hasta la puerta.

 

Antonia.– Estoy acostumbrada a caminar sola. Vete ya…

 

Jarrogrande.– Hace un momento vi algo inquietante…

 

Antonia.– ¿Un hombre calvo con una cicatriz que le atraviesa la mejilla?

 

Jarrogrande.– ¿Cómo sabes?

 

Antonia.– Le dicen “Destornillador”. Cuando lo veo me cambio de andén. No hay forma de saber si te va a pedir dinero o te va a robar. Es atravesado, muy agresivo. Una vez, como no le di plata, dijo que me iba a matar. Y yo creo que él me va a matar. ¿Dónde está? ¿Lo estás viendo? ¿Viene hacia acá? Si se acerca no hagas nada… Es algo así como el rufián del barrio.

 

Jarrogrande.– Barrio que se respete tiene su gañan (pausa). Tranquila, no está por aquí. Lo vi cuando pasamos por la droguería.

 

Antonia.– Duerme en un cambuche(28) al otro lado de la plazoleta. Se baña en la fuente de… ¿Cómo se llama esa estatua? Nunca me acuerdo.

 

Jarrogrande.– No hay que demostrarle miedo, no debes permitir que te sienta indefensa. ¿Ahh sí? ¿Muy atravesado? El secreto para que te respete es mirarlo directamente a los ojos.

 

Antonia.– Mejor es no buscar problemas.

 

Jarrogrande.– No los busco pero si ellos vienen me defiendo. Esta ciudad es peligrosa. 

 

 

Antonia.– Ya sé que es peligrosa. ¿Se te olvida que vivo aquí? (Observando a La Rebeca mientras se acercan a la fuente). No me gustaría estar en su lugar. Pobre vieja. Completamente sola, en bola en una ciudad fría y vecina de Destornillador. Muy de malas.

 

Jarrogrande.– Nadie la protege. En cambio a ti...

 

Se besan. Cambio de luz y aparece la madre de Antonia chasqueando los dedos, entonces La Rebeca le entrega un par de guantes negros de caucho que saca de su jarro, Josefina se los pone. Después da unos aplausos y La Rebeca le entrega un atomizador, Josefina salpica de agua a la joven pareja que se separa mecánicamente y se queda quieta mirando al horizonte.

 

Josefina.– Técnica básica para el control de plagas. No es raro que nuestros jardines se vean afectados por alguna… (mirando a Jarrogrande) plaga. Por el contrario es normal, completamente normal. Así que amigas no entren en pánico si esta es la primera vez que deben enfrentarse a una… (mirando a Jarrogrande) plaga. Es importante saber que dependiendo de la edad de nuestra… (mirando a Antonia) planta, las plagas se harán más frecuentes. Generalmente los problemas empiezan en la adolescencia y se duplicarán en la juventud. Hay plagas de muy diversos tipos: ácaros, hormigas, babosas, ratas, cucarachas, moscas y hasta… hombres de formas desproporcionadas, rasgos populares y, muy posiblemente, de estrato bajo como bien ocurre en el… (mirando a la pareja) caso que nos corresponde resolver el día de hoy. Pero amigas no se preocupen, no se asusten, no se angustien, no se incomoden que todo, TODO tiene solución. Y lo mejor es que no es necesario acudir a plaguicidas altamente tóxicos. Lo único que usted necesita es una conversación contundente con su… planta.

 

Mientras continúan los diálogos, La Rebeca también se pone unos guantes y va examinando a Antonia en busca de piojos.

 

Antonia.– Mamá te presento a mi novio.

 

Josefina.– No sirve.

 

Antonia.– ¿Qué?

 

Josefina.– No es el adecuado.

 

Antonia.– ¿Qué?

 

Josefina.– Esta gordo.

 

Antonia.– ¿Y?

 

Josefina.– ¿Cuál es el apellido?

 

Antonia.– García.

 

Josefina.– Error.

 

Antonia.– ¿Qué?

 

Josefina.– Si no es un Pombo no sirve.

 

Antonia.– No es tu novio.

 

Josefina.– Menos mal.

 

Antonia.– Pero yo lo quiero.

 

Josefina.– Desquiérelo.

 

Antonia.– ¿Qué?

 

Josefina.– ¿Cuántas veces tengo que explicarte la estrategia para salir de la pobreza? La única manera de salir de la crisis es rodeándonos de la gente adecuada en vez de patihinchados(29). ¿No te preocupa el qué dirán? ¿No te interesa lo que yo piense de ti? ¿Qué pasaría si la gente descubre nuestro estrato actual? Nos van a marginar, nos van a rechazar. No podemos permitirlo. ¿O acaso quieres ser una paria de la sociedad? (Pausa). Por eso debes conseguir un hombre con plata, para que nos mantenga y nos saque de este hueco. Y ojalá con buena salud para que no se te muera por el camino y nos deje abandonadas como pasó con tu… Además si te quedas con este fenómeno van a pasar dos cosas: primero la nevera nunca estará llena. ¿Es que no ves? Este es un “Jarrogrande”. Y lo segundo: un “Jarrogrande” siempre estorba, nunca tienen suficiente espacio. Nunca… hasta podrías morir aplastada.

 

Jarrogrande.– Si te pasa algo yo me muero.

 

Antonia y Jarrogrande se besan. La luz vuelve a cambiar. La Rebeca se quita los guantes y vuelve a su pose, Josefina sale.

 

Antonia.– No necesito que me protejas. Es mejor que te vayas.

 

Jarrogrande.– Como hombre mi deber es…

 

Antonia.– ¡Qué te vayas!

 

Jarrogrande.– No deberías quedarte sola.

 

Antonia.– Mierda. ¿No entiendes o qué? ¡Vete!

 

Jarrogrande.– ¿Por qué? ¿Qué pasa? ¿Dije algo malo?

 

 

Antonia.– Lo siento, no puedo hacerlo.

 

Jarrogrande.– Espera…

 

Antonia.– ¿Qué va a pensar mi mamá?

 

Jarrogrande.– Oye espera, sabes que no puedo ir tan rápido…

 

Se escuchan palpitaciones aceleradas y jadeos.

 

 

6. El ensayo

 

Se escuchan las palpitaciones aceleradas. Vicente se encuentra en su despacho practicando cómo contar a su esposa lo sucedido.

 

Vicente.– Mujer… (Sonido de pulsaciones). ¡Me despidieron! Adela, me despidieron. Hubo un recorte de personal y… Mientras hacia el turno en horas de la tarde me visitó Don Jaime, ya me imaginaba yo que algo se traía entre manos el muy berriondo(30). Pero esta vez me cogió desprevenido, no se puede esperar nada de los patrones… mejor dicho sí, sí se puede: ¡¡lo peor!! (Pausa). ¡Ah, malaya(31) vida! ¡Maldita sea! Esto no me puede estar pasando a mí. Cómo voy a decirle que… (Empieza hiperventilar). Tranquilo Juan Vicente, tranquilo, que el culillo(32) no lo domine, tiene que ser valiente hermano, usted es un valiente, usted es un macho! ¡Sea hombre! ¡¡Soy hombre!! No puedo. Sí puede carajo, usted va a salir adelante, no sea gallina. Yo puedo, soy un macho, soy una varón. Saldremos de esta…

  

Adela, una mujer exquisita, vestida casi como aristocrática, maquillada con sofisticación y peinada con glamour, entra como un fantasma al despacho de Vicente que está abstraído en sus divagaciones hasta que la fría mano de su mujer, al tocarle uno de los hombros, lo saca de su ensimismamiento.

 

Vicente.– Aaaaaahhhh ¡Mandinga sea! Qué bolate(33) tan harto.

 

Adela.– (Gritando). ¿Qué le paso?

 

Vicente.– Me asustó Adela.

 

Adela.– No era mi intención

 

Vicente.– Casi se me sale el corazón por la boca

 

Adela.– Discúlpeme ¿sí?

 

Vicente.– Vea lo tengo por aquí en la tráquea…

 

Adela.– Pase saliva, trague saliva para que le baje.

 

Vicente.– ¿Qué hace aquí?

 

Adela.– Usted me llamó

 

Vicente.– Yo no la he llamado

 

Adela.– Usted me llamó, por eso vine.

 

 

Vicente.– ¿Con quién dejó a los niños?

 

Adela.– No se preocupe por los niños, más bien dígame lo que me tiene que decir.

 

Se escuchan las palpitaciones aceleradas del corazón de Vicente que se queda tieso.

 

Vicente.– Yo…

 

Adela.– Sí

 

Vicente.– Yo… no me acuerdo de haberle pedido que viniera. Debe ser mi imagina…

 

Adela.– Vicente, no tengo todo el día. Los niños me están esperando, tienen hambre.

 

Vicente.– Usted sabe que yo… los quiero mucho, ustedes son mi prioridad, son lo más

importante que…

 

Adela.– Ajá, umujj, mire mijo, tranquilo. No sé qué es lo que intenta decir, pero aquí estoy para ayudarle. Sé que las cosas no han ido bien pero ¿qué más puede pasar? Cuente conmigo para lo que sea, lo único que le pido es que responda por sus hijos y por mi y que cumpla todas las promesas que hizo frente al altar, porque vea Juan Vicente si usted me hace otra jugarreta de esas y me sale con otro cuento más… Yo… Yo me largo y lo dejo tirado con sus hijos, ni se le ocurra que nos vamos a mudar otra vez… ¿Oyó? Yo no me voy para donde su mamá ni a palo, ya perdimos la casa y si yo me aguanto esa habitación maloliente de humedad a la que se le caen las paredes es porque eso representa un poquito de dignidad ¿Oyó? Al menos todavía somos una familia independiente. Eso si lo que no le voy a permitir es que me eche paja(34) ¿Me oyó? Así que mientras usted pueda hacerse cargo de nosotros…

 

Vicente.– Silencio mujer, déjeme pensar. (Adela se queda en silencio e inmóvil como una estatua con una curiosa expresión gestual de mujer ideal). Adela se va a ir y me va a dejar tirado con los niños. Yo no puedo dejarla con los crespos hechos35. No puede enterarse… (Empieza hiperventilar y su cuerpo se va poniendo tieso. Se escuchan las palpitaciones aceleradas).

 

 

7. Cuando el miedo se vuelve odio

 

1926. Meses después… Suenan truenos, se aproxima una tormenta con granizada. La Rebeca corre hacia la fuente, rápidamente se pone de rodillas con la intención de recoger agua. Está tensa, casi ni parpadea. Su corazón se acelera, retumba por el escenario. Una muchedumbre enfurecida aparece, todos visten de blanco y negro como si fueran imágenes de fotos antiguas.

 

–Esa exhibicionista es una vergüenza para la ciudad.

 

–Deberían llevársela. ¡Es una tentación para los hombres!

 

–¡Guaricha!(36)

 

Entre tanto, todos arrojan tomates a la escultura y La Rebeca no se defiende, no hace nada. Ante sus ojos la ciudad se transforma en un lugar tenebroso.

 

–Es un mal ejemplo para nuestras mujeres y una provocación para los hombres.

 

–Esta como para masticar, “mamasita”(37).

 

–Vaya, tóquela y aprenda para que sirven las mujeres.

 

–No la queremos en nuestra ciudad.

 

–Que se la lleven.

 

–¡Bruja!

 

–Ejemplo de corrupción e inmoralidad.

 

–No volveremos a visitar este parque.

 

–El cuerpo desnudo es sinónimo de pecado.

 

–¡Perversa!

 

Alguien cubre con una ruana a La Rebeca. La multitud sale. Empieza la tormenta.

 

La Rebeca.– Viernes 22 de octubre de 1926, se aproxima una tormenta con granizada. A las 4:45 de la tarde una muchedumbre enfurecida se para a 4 metros de distancia frente a mí y hace algo que no me gusta, me observa. 27 pares de ojos, 54 retinas oculares me hurgan con odio. Las personas que me rodean tienen una estatura que varia entre un metro cincuenta y un metro sesenta y nueve(38). Un sujeto de sexo femenino de unos 45 años, 8 meses, 3 días, 18 horas y 27 segundos asegura que de solo verme: “se le murieron las lombrices”39, en otras palabras tiene miedo de mí. Yo no la veo asustada, la veo envenenada de rabia, hoy aprendo que soy odiada, y entonces 27 brazos, 27 manos y 135 dedos me tiran tomates. ¿Cuántos tomates? Pierdo la cuenta. Yo cierro los ojos (los cierra). Y cuando los abro… (La Rebeca abre los ojos y ve a los espectadores) descubro que los 27 pares de ojos se han multiplicado, triplicado, centuplicado. (Pausa). Han vuelto, otra vez puedo verlos… Esto no me puede estar pasando. ¿Cómo se despierta de una pesadilla?

 

 

8. Seguir tratando

 

2008. En el interior de un vehículo de transporte público, una joven pareja se desplaza hacia algún lugar…

 

Antonia.– ¿Te peinaste antes de salir?

 

Billeteroto.– 

 

Antonia.– No parece.

 

Billeteroto.– Lo hice

 

Antonia.– ¿Estoy bonita? ¿Me veo bien?

 

Billeteroto.– Siempre.

 

Antonia.– Por favor no te vayas a asustar…

 

Billeteroto.– ¿De qué?

 

Antonia.– Tienes que entender….

 

Billeteroto.– ¿Entender?

 

Antonia.– Si mi madre hace un comentario imprudente…

 

Billeteroto.– ¿Qué?

 

Antonia.– Por favor ignórala.

 

Billeteroto.– ¿Asustarme yo?

 

Antonia.– Es posible que no te llame por tu nombre, y que te diga… Billeteroto o algo así.

 

Billeteroto.– Yo creo que es tierna.

 

Antonia.– Porque no la conoces.

 

Billeteroto.– Exageras.

 

Antonia.– Tiene unos detalles que quizás te hagan sentir incómodo.

 

Billeteroto.– No puede ser tan terrible. Estoy seguro de que es una buena persona.

 

Antonia.– Lo es.

 

Billeteroto.– Entonces no habrá problema.

 

Antonia.– Pero solo si le caes bien.

 

Billeteroto.– No te preocupes.

 

Antonia.– Si quieres caerle bien no menciones que eres del Chocó… Si pregunta dile que naciste en Bogotá. Y no le digas que eres de la Nacional sino de la Javeriana.

 

Billeteroto.– Todo saldrá bien.

 

Antonia.– El problema es que no tiene filtro y… (Para sí) su obsesión con el mundo de las

apariencias me está volvien…

 

Billeteroto.– No tiene filtro ¿cómo así?

 

Antonia.– Pues que... Tiende a… No puede evitar hacer comentarios imprudentes. Dice lo que piensa así, tal cual, de manera literal. Te dice en la cara si eres feo o bonito. Le enseñaron que la franqueza es una cualidad, por eso no le preocupa si su comentario hiere tus sentimientos y, créeme, puede demolerte con tres palabras… En ese caso no lo tomes personal. ¿Trajiste el cepillo? Antes de llegar es mejor que te… ¿Quizás la peinilla? Pero estoy segura de que le vas a gustar, le vas a gustar mucho, eres su tipo: ni muy grande, ni muy chiquito, ni gordo, ni flaco, ni pobre, ni rico… No tienes ninguna extremidad más grande que la otra… eres totalmente el tipo de hombre con el que le gustaría verme. Ya le he hablado de ti y ¿sabes? Le gusta que seas médico. Así que le conté que fuiste nominado al premio “Joven promesa del futuro” en la universidad. No te imaginas lo mucho que se entusiasmó. De verdad yo creo que se siente orgullosa de mi por estar contigo, es decir, con alguien como tu… A lo mejor hasta nos tiene un vino para celebrar… Es más, me preguntó si podía hacerte una consulta… le gustaría mostrarte una manchita que le salió a la abuela en el cuello y la tiene un poquito preocupada. Yo le dije que sí, que seguramente no habría problema… ¿Cierto? ¿Tienes algún problema con revisar la manchita roja que tiene mi abuela en el cuello?

 

Billeteroto.– Estoy…

 

Antonia.– ¿Qué?

 

Billeteroto.– Muriendo…

 

Antonia.– ¿Qué?

 

Billeteroto.– de hambre… Muero de hambre, creo que podría volver a desayunar… ¿Tú mamá cocina rico?

 

Antonia.– No hagas esas bromas, son de pésimo gusto.

 

Billeteroto.– Escúchame: pase lo que pase te voy a seguir queriendo. Y ¿tu?

 

Antonia.– Esta es la parada.

 

 

9. El traslado

 

Julio 17 de 1958. Parque de La Rebeca. Neblina sabanera, todo es tan borroso como confuso. Sobre la blanca escultura se posan palomas.

 

La Rebeca.– No es el norte, ni el sur sino el centro.

Y me han desplazado unos veinte metros.

No es el centenario tampoco el cementerio.

Algo está pasando, aún huele a pavimento.

Tengo el agua, el jarro y el manto.

Y a ustedes en mi cabeza que viven picoteando.

No sé qué ha pasado durante un mes y siete días.

Me tenían encerrada con la boca cosida.

Un momento, observo una avenida

¿Razón para estar tantos días escondida?

No se ven plantas, ni patos sino palomas.

Ya no hay muchedumbre ¿quizá gratas personas?

 

 

 

BIFURCACIONES Y DERIVADOS

 

10. Cuando el cerebro vuelve a pensar

 

Se oyen palpitaciones, Vicente indiscutiblemente rígido, aprisionado por la angustia, poco a poco regresa en sí.

 

Vicente.– Alto, un momento, pare Vicente, deténgase. Qué el pánico no lo domine. Respire. (Pausa). Tengo que encontrar una solución. Además con tantos años encima ya no lo valoran a uno… Buscar camello a mi edad es imposible…

 

Adela.– (Volviendo en sí). Ahora solo cuenta la juventud…

 

Vicente.– Muy bien dicho.

 

Adela.– Entonces ¿a eso me hizo venir? ¿Quería contarme que está viejo?

 

Vicente.– Adela… Qué fregadera(40). No, usted no está aquí por eso. Pero sí, estoy viejo.

 

Adela.– Lo único que espero es que no vuelva la vejez una excusa…

 

Vicente.– Adela… ¿Sabe una cosa? Tengo que trabajar, hay mucho bolate(41) en esta oficina. Gracias por la visita inesperada, por asaltar mis pensamientos, por ayudarme a representar una situación posible, pero voy tarde a una reunión con don Jaime… Así que por favor colabóreme retirándose.

 

 

Adela.– No me dejan saludar en paz. (Adela desaparece).

 

Vicente.– No Adela, usted no vino a saludar… usted vino a atormentarme… pero no me voy a dejar… Tengo que aprender a controlar estas fantasías paranoicas… (Hacia afuera). Doris, pregúntele a don Jaime en dónde se va tomar la cervecita del viernes y a qué horas empieza la juerga(42)… tengo que hablar con él… ¿Doris? ¿Me oyó?

 

 

11. Josefina Duda

 

1995. Cajero automático. Josefina abre su bolso misteriosa y saca la tarjeta. Antes de insertarla comprueba que el cajero no esté trucado.

 

Josefina.– No hay que ser confiada, no estoy en la casa ni en el centro comercial. Recuerda lo que aprendiste en el curso antirrobo. Primero, buscar señales. No, no veo rayones, ni arañazos, ni marcas raras o cualquier otro signo de manipulación sospechoso. No me gustan los cajeros. Segundo, comprobar que la luz sobre la ranura funcione. Sí, funciona, afirmativo. La luz se enciende y se apaga. Perfecto, todo está perfecto. Tercero, introducir la tarjeta. Listo. Qué maquina tan lenta…. Nadie viene, qué raro… ¿Dónde están todos? Lee la tarjeta aparato, pero qué lentitud. Qué demora. No me gusta la tecnología.

(Mientras presiona las teclas). No, no, sí, no, ¿donar? Nooo que voy a donar ¿por qué? ¿A mi quién me dona o qué? Cuarto, la clave… ¿Cómo es la clave? Ayyy esta hijuemadre(43) clave siempre se me olvida. Apúrate que nadie viene. La clave… la clave… ah sí, es... Quinto, al digitar la clave tapa la marcación de las teclas… alguien puede estar mirando. (Marca la clave con una mano, tapa sus movimientos con la otra). Sexto, marcar la cantidad deseada. Continuar. ¿Recibo en pantalla o imprimir recibo? Emmm… imprimir. No mejor en pantalla, así no queda ninguna evidencia. Sacar el dinero antes de que venga alguien (Observando la calle). No hay moros en la costa y eso me preocupa. ¡Es una trampa! Pero no me van a sorprender... Regresaré por el otro lado. Cajero apúrate, dame la plata… ¿Qué pasa? ¿Por qué la lentitud? ¿Qué? ¿No tengo dinero disponible? ¿Cómo así? Pero si todavía quedaba plata… ¿Quedaba plata? Voy a tener que vender el televisor… ¿Y luego qué? ¿Cómo salir adelante cuando lo estamos perdiendo todo? Esto no me puede estar pasando, esto no es real.

 

 

 12. Decadencia

 

1978. La Rebeca está ojerosa y agotada. Se encuentra limpiando la fuente. Del agua saca jeringas, tenedores, bolsas plásticas, basura, monedas, mierda, muñecos viejos. Aparece un hombre disfrazado como un libro de registros y orina en la fuente.

 

Caradehojas.– Ahora si le va a quedar caliente su piscina. Para que no diga que no la cuido, mamita.

 

La Rebeca no se inmuta y más bien saca un zapato, una percha, un cepillo viejo, otros objetos. Cuando el hombre termina de orinar se acerca a La Rebeca y le agarra el trasero. Ella se sorprende, él la mira con morbo. La imagen se detiene unos segundos. Luego La Rebeca toma uno de los tenedores que sacó de la fuente para defenderse.

 

Prostituta.– (Mirando la situación). Esta ciudad es una putería, paraíso de las oportunidades! (El hombre mira a la prostituta y huye). Mi primer vez fue horrible. Tantos años en este oficio y todavía no lo supero. Fue una esssperiencia traumatizadora ¿se dice así? Y eso que estaba drogada. (Pausa). Vea pues… qué machera(44), tan bonito que se ve todo, la ciudad reluce hoy más que nunca. ¿Qué le estaba diciendo? Ahh ya me recordé, casi se me escapa el pensamiento... Había metido de todo, primero para aguantar lo que te hacen esos cerdos y, segundo, para que provoque disque placer, pero que va… La primer vez no se disfruta. En realidad una se droga para no acordarse, para no enterase de las marranadas que hacen. Y que hijueputa mala suerte… Esa esssperiencia la tengo guardada en el coco como si fuera una foto.

 

La Rebeca.– ¿Coco?

 

Prostituta.– En el cerebro, en la memoria.

 

La Rebeca.– Aaahh.

 

Prostituta.– Pero ya qué monita45, el pasado no se puede cambiar.

 

La Rebeca.– A ustedes les divierte el dolor ajeno y la miseria. El otro día vinieron a grabar a los niños de la calle nadando en esta fuente… Les tiraban monedas en al agua para motivarlos a nadar… Uno de ellos se corto con un vidrio ¿Y sabe qué pasó? Nada. 

 

Prostituta.– ¿Ustedes? Huyy no, a mi no me eche el muerto(46). Conmigo no se meta que yo no le estoy haciendo nada. Además el que la tocó fue él. Serena monita, no se me haga la refinada.

 

La Rebeca.– No es la primera vez.

 

Prostituta.– Ya puede soltar el tenedor que ese cerdo asqueroso no le va a hacer nada, ese malparido es puro tilín tilín y nada de paletas. Nada más verme salió corriendo, se fue espantado.

 

 

La Rebeca.– Siempre viene alguno y me toca o se toca mientras me mira, los otros me orinan, me escupen y hacen del cuerpo sobre mí.

 

Prostituta.– ¿Hacen del cuerpo? Muy refinada. Cagan. Repita conmigo ca-gan.

 

La Rebeca.– Y seca ganca ganca gan sobre mí.

 

Prostituta.– No es la primera vez ni será la última. (Pausa). Huy monita, pero usted si que está bien pálida y flacucha.

 

La Rebeca.– Es mi constitución natural.

 

Prostituta.– ¿Qué día es hoy?

 

La Rebeca.– Jueves

 

Prostituta.– ¿Pero qué día?

 

La Rebeca.– Jueves 25 de mayo de 1978, 11:52 de la mañana, cielo nublado, la temperatura actual…

 

Prostituta.– Tampoco exagere, ya le entendí.

 

La Rebeca.– No se dice esperiencia traumatizadora, eso sí que resonó en mi interior.

 

Prostituta.– ¿Qué?

 

La Rebeca.– Se dice experiencia traumatizante.

 

Prostituta.– Aahh pero lo importante es que usted me entendió ¿o no?

 

La Rebeca.– Pues sí, yo le entiendo.

 

Prostituta.– Y yo la entiendo a usted. (Pausa). Flacuchita, tengo una idea… ¿Me permite?

 

La Rebeca.– Depende.

 

Prostituta.– (De su bolso saca un labial rojo intenso). No voy a hacerle nada malo, le prometo.

 

La Rebeca.– ¿Qué va a hacer?

 

Prostituta.– Le voy a hacer una favor. Tranquila confíe.

 

La Rebeca.– (Examina a la prostituta de arriba abajo). Al menos no tiene zapatos rojos ni trae tomates.

 

Prostituta.– (Maquilla a La Rebeca). Ahora sí quedó bonita. ¿Cómo se siente?

 

La Rebeca.– Pues… igual…

 

Prostituta.– Huy usted si esta medio amargada ¿no? (Del bolso saca un polvo entre amarillo y blanco). Siempre me drogo, no aguanto el trabajo si no estoy estimulada. (Aspirando el polvo). Hoy la mañana ha estado floja. A lo mejor esto es lo que usted necesita. Huela, respire felicidad. Acepte el detalle, le prometo que con esto no le va a interesar nada de lo que pasé por aquí, si la miran o no, si la tocan o no, nada va a importarle.

 

La Rebeca.– (Aceptando). ¿Qué es eso?

 

Prostituta.– Un regalito. ¿Usted me ve a mi traumatizada? No, ¿cierto? Entonces confié. (Pausa). Cuando era una culicagada(47) la señora que me metió en esto dijo que las drogas me quitarían el culillo de la inexperiencia… El problema es que las drogas me quedaron gustando.

 

La Rebeca.– No tengo mie…

 

Prostituta.– Entonces la malparidez. (Pausa). Déjese hablar. Ese día yo estaba tiesa, más dura que un hueso y la verdad es que sí funcionó. Pero cuando me quedé sola con ese gañan, me pegó y, claro, como yo no sabía cómo era la vuelta… me violó por delante y por detrás. Al otro día amanecí desgarrada y tenía la cara desfigurada de tanto palo que me dio. Pero después una aprende y esas cosas le dejan de pasar… A estas alturas de la vida ellos no me paralizan, aunque siempre intenten cagarse sobre una.

 

La Rebeca.– ¡Es verdad! La ciudad está brillando.

 

Prostituta.– Eso monita, ahora usted y yo estamos en sintonía.

 

La Rebeca.– Una mañana de arcoíris me encontré en un parque blanco con una mujer violeta que tenía ganas de hablar en amarillo. Su invitación la acepté anaranjada de gusto. Ella me reprochó azuladamente mi amargura y entonces me dio un regalo rojo-verde-grisrosado.

 

 

13. Agripina Duda

 

1995. Ocaso. Agripina se pone aretes, anillo y pulsera. Se pone una chaqueta verde, se mira en el espejo. Busca el monedero en los bolsillos de la chaqueta pero no lo encuentra. Entonces revisa su bolso y tampoco pero tiene una revelación…

 

 

Agripina.– ¿Quizá en el bolso que tenía ayer?

 

Busca en varios lugares hasta que ¡aleluya! encuentra el monedero y lo guarda en el sostén. Toma las llaves de la casa y mira alrededor revisando que todo esté en orden. Entonces saca un radio transistor, lo enciende, sube el volumen al máximo y lo deja cerca de la ventana; parece que va a salir pero se devuelve para encender una lámpara. Después coge una chaqueta negra. Se cambia la chaqueta verde que lleva puesta por la negra que acaba de encontrar y camina hasta el espejo. Aprueba lo que ven sus ojos y después se dirige a la salida. Aunque inesperadamente se detiene ante la puerta…

 

Agripina.– ¿Y si me atracan? ¿Qué tal me encuentre con el antisocial ese? ¿Y si tomo un taxi? ¿Y si el taxista me hace el paseo millonario? y ¿si otra vez me dan billetes falsos? Mejor voy caminado rapidito.

 

Entonces se quita las joyas y las guarda en un cofre y decide llevar consigo lo estrictamente necesario: un par de billetes. Guarda el monedero en el cofre con las joyas. Cierra el cofre, le pone un candado y lo esconde. ¿Dónde lo esconde?

 

Agripina.– ¿Y si me secuestran? No qué va. Que se van a encartar con una vieja como yo. No va a pasarme nada. Más bien voy ya, antes de que cierren la droguería...

 

 

14. Ciudad en fragmentos

 

Jaime camina con dificultad porque Vicente está aferrado a una de sus piernas y literalmente se arrastra por el suelo en actitud de súplica. Jaime intenta inútilmente sacudirlo y quitárselo de encima.

 

Antonia rápidamente empaca sus cosas en una maleta.

 

Rebeca ofrece agua a los transeúntes. La niña María Agripina quiere acercarse a la fuente pero su madre, Dolores, lo impide.

 

Un hombre con el disfraz de libro de registros disimuladamente orina en la fuente de Rebeca.

 

Antonia cruza el parque de La Rebeca acompañada de Paraguas.

 

El fotógrafo en el Parque Centenario toma algunas fotografías.

 

Médicos rodean a La Rebeca vendándole el rostro como si estuvieran en post-operatorio.

 

Rufián pasa corriendo con una cartera de mujer y un cuchillo en la mano.

 

Agripina, que lleva la chaqueta negra y medicinas en la mano, mira a La Rebeca.

 

Antonia camina por el parque de La Rebeca acompañada de Jarrogrande.

 

La prostituta va hasta La Rebeca y le da un beso en la mejilla, sigue su camino al acecho de clientes.

 

Josefina cruza por el parque de La Rebeca cargando en brazos un televisor.

 

Muchas palomas se posan sobre La Rebeca.

 

Figuras vestidas de rojo y blanco, y otras de azul y blanco -alegorías de las barras bravas de los equipos de futbol de Bogotá-, se acercan a La Rebeca para susurrarle cochinadas al oído.

 

 

15. Dudas de Antonia

Paradero de bus. 1998.

 

Antonia.– Voy a llegar tarde al examen de ingles… OMG. Bus pasa. Maldito sistema de transportes. Te odio. I hate you. Claro que de aquí a allá no hay mucha distancia. Como si el problema fuera la distancia… A moment, alguien viene. ¿Quién es? ¿Who is? Fresca es otra muchacha, es alguien como tú que también va para clase. No, pero esa forma de caminar está como rara… Ay no, OMG. Si intenta hacer algo salgo corriendo. ¿Salgo corriendo? Run Antonia, run. ¿Hacia dónde? No que voy a salir corriendo, le doy una patada en las pelotas. ¿Es un man? ¿Is a man? ¿Y si es una vieja? ¿Vendrá solo o acompañado? Pilas… que nunca vienen solos. ¿Es el vecino? No reconozco. Huy nooo ¿Y si es “Destornillador”? Si es “Destornillador” cruzo la calle de one. Ese man me odia, él sí es capaz de matarme. Si pasa un bus me subo de una, no importa que no sea el que necesito. Bus, pasa. Come, please. Por favor, que no sea él. Que sea cualquiera menos él. No puedo dejar que se me acerque. Tranquila, es un cartero… Ay, qué mal pensada. ¿O no? No. No es un cartero… ¿Y si es un violador? ¿O un secuestrador? ¿O un traficante de órganos? Si me dice algo, si tan solo se me acerca empiezo a gritar. ¿Qué grito? ¿Ayuda o socorro? Ahí viene más gente, caminan como si fueran buenas personas... Seguro que si me oyen gritar vienen a ayudarme. Tranquila, no va a pasar nada. ¿Bus por qué te demoras tanto?

 

 

16. Otra más

Miércoles 3 de enero de 1979. La Rebeca se encuentra leyendo el periódico.

 

La Rebeca.– “Artero el golpe del M-19. Sus miembros se llevaron gran cantidad de armas de un depósito militar. Las autoridades militares investigan actualmente el artero golpe…” ¿Artero? Artero… ¿Como certero? Supongamos... “que miembros del llamado movimiento M-19 perpetraron contra un depósito de armas del Ejército Nacional, del cual se llevaron una apreciable cantidad de elementos bélicos, concretamente bazookas, fusiles modernos, carabinas, escopetas, revólveres, pistolas y gran cantidad de pertrecho.” ¿Pertrecho? ¿Carabinas? “Los mismos sediciosos…” se-di-ci-o-sos… “dieron cuenta del golpe a los medios de comunicación impresos y a las agencias interna…”

 

Prostituta.– Flacucha vengo feliz. (Le enseña a La Rebeca un bolso). Vea lo que tengo.

 

La Rebeca.– Espero que no tenga armas adentro…

 

Prostituta.– ¿Qué? ¿De qué habla?

 

La Rebeca.– Es que estoy leyendo las noticias y se robaron las armas del ejército.

 

Prostituta.– Ahora sí me hizo reír, los militares asaltados… Pero no, yo no tuve nada que ver con eso... (Pausa). No paré de trabajar desde el año nuevo, estoy cansada pero contenta (le muestra a La Rebeca el interior del bolso), vengo feliz.

 

La Rebeca.– Lapala brafel iz, resuena dentro de mí como si significara algo. (Pausa). Nunca había visto tantos billetes juntos.

 

Prostituta.– Ni yo mona, ni yo. Calladita ¿Sí? Que con esta plata podemos irnos a pasear. ¿Usted conoce el mar?

 

La Rebeca.– Yo solo viajo en el tiempo.

 

Prostituta.– Pues prepárese mona, porque me voy para el mar y usted viene conmigo. Además tengo otro detalle para usted. 

 

La Rebeca.– ¿Otro?

 

Prostituta.– Claro, además del viaje.

 

La Rebeca.– ¿Qué será?

 

Prostituta.– (Del bolso saca un juego de sombras para maquillarse). Le traje unos colorcitos.

 

La Rebeca.– Gracias.

 

Prostituta.– ¿No los va a estrenar flacucha?

 

La Rebeca.– Prefiero guardarlos para una ocasión especial.

 

La Rebeca abre su jarro de mármol para guardar el obsequio y del interior caen una botella de metal, algunas hojas de periódicos viejos y una muñeca.

 

Prostituta.– Esta es una ocasión especial, nos vamos de viaje. (Pausa). ¿Y eso?

 

La Rebeca.– Recuerdos de otras vidas. (Guarda en el jarro los objetos abochornada).

 

Prostituta.– Sabe una cosa monita, me estoy empezando a encariñar con usted. Oiga, ¿sabe qué? Usted no me ha dicho su nombre.

 

Entra un rufián de la época con un cuchillo en la mano.

 

Rufián.– Hay días en que el trabajo se pone fácil. Entrégueme el bolso perra sarnosa o le mido el aceite(48).

 

Forcejeo, gritos. El rufián apuñala a la prostituta que muere instantáneamente y se lleva el bolso con la plata. La Rebeca se congela del susto y cuando vuelve en sí, ve a los espectadores y al cuerpo sin vida de la prostituta. Empieza a llover.

 

Rebeca.– Se repite la historia. Otra vez esto que no soporto, que no aguanto, estoy cansada. No quiero llevar la cuenta de los muertos que he visto, pero otra vez han anulado a alguien con quien tenía un vinculo. (Al público). Y otra vez ustedes. Ustedes que se aparecen cuando algo no esta bien. ¿Por qué vienen a atormentarme? ¿Qué miran? ¿Qué ven? No pueden estar aquí ¿entienden? No quiero que me miren más. ¿Cómo despierto de esta pesadilla? Esto no es posible. La historia se repite. ¿Qué está pasando? ¿Por qué hay tantos ojos sobre mí? No quiero estar aquí. (Pausa). No me miren. ¿Quiénes son ust…? Esto no tiene sentido, todo esto debe ser fruto de mi imaginación. (Pausa). Si alguno intenta algo gritaré, qué ninguno se acerque. Inhalo, exhalo. Ella era buena persona, rota por dentro, pero buena persona. Se me están durmiendo las piernas… Inhalo, exhalo. Esto no está pasando, nada de esto es real, ni estas sombras me observan desde la sala de un teatro, ni acabo de evitar la mirada petrificante de la muerte… Inhalo, exhalo. Fue un guache(49) ¿Ustedes lo vieron? Él la apuñaló salvajemente hasta que su vida se desvaneció. Soy testigo. Lo vi todo. Tranquila mujer albina, ellos no están ahí. ¿No? No, no hay una multitud de ojos mirándome, ni en mis pies yace un cuerpo sin vida.

 

 

17. Subterfugio

 

Lunes siguiente. Vicente entra al despacho vestido como un libro de registros, mira la oficina con nostalgia. Quiere sentarse una última vez en el que antes fue su escritorio.

 

Jefe.– Lo cogí con las manos en la masa

 

Vicente.– Don Jaime, yo…

 

Jefe– No sé preocupe, lo entiendo, se estaba despidiendo.

 

Vicente.– Fueron muchos años.

 

Jefe.– Oiga pero le quedó bien la indumentaria ¿no?

 

Vicente.– Sí, que suerte…

 

Jefe– Y ¿qué lo trae por aquí?

 

Vicente.– Pues…

 

Jefe.– Espero que no vaya a pedir nada más.

 

Vicente.– Me pone en una situación incómoda porque…

 

Jefe– Ese nuevo trabajo suyo, le costó el puesto a ya sabe quién…

 

Vicente.– Ni me lo diga, el uniforme no quedó bien lavado y huele a…

 

Jefe.– Cuénteme...

 

Vicente.– Estaba repartiendo publicidad…

 

Jefe– Ajá…

 

Vicente.– Y la gente recibe los volantes muy interesada…

 

Jefe.– Ajá…

 

Vicente.– Yo creo que en estos días van a venir muchos a hacer registros, se están concientizando…

 

Jefe– Ajá…

 

Vicente.– Le aseguro que no hay nadie más capacitado que yo para esta misión…

 

Jefe.– En eso estamos de acuerdo…

 

Vicente.– Y la verdad le agradezco mucho pero es que…

 

Jefe– ¿Se va a quejar? Y eso que solo lleva un día…

 

Vicente.– Como le dijera…

 

Jefe.– Aunque usted me ruegue para que le permita limpiarme las botas, cortarme las uñas, hacerme un masaje o prepararme el café, la respuesta es NOOO. Nada de eso se puede, el que le hemos ofrecido es el único trabajo disponible. Usted lo toma o lo deja, pero si abandona… ¿Sabe lo que tiene que hacer, no? Ir a darle la cara a su señora… Y quién sabe si ella soporte descubrir que se casó con un perdedor, con un inútil como usted… a lo mejor esa señora agarra los chinos(50) y lo deja botado…

 

Vicente.– No diga eso. ¿Le consta?

 

Jefe.– Huuy Vicente no sea atembao(51). ¿Se enlagunó? ¿Perdió la memoria? No se acuerda que el viernes con la cerveza usted empezó a llorar a moco tendido… Si yo le digo esto es porque conozco la información de buena fuente. ¿Se acuerda que me suplicó y me imploró para que le ayudara con un trabajo? Usted mismo me contó las razones de su desasosiego… A usted como que le dan duro en la casa…

 

Vicente.– No diga eso.

 

Jefe– ¿Entonces?

 

Vicente.– Yo firmé un contrato y pienso cumplir con el año que firmé. Y Adela no se va

para ninguna parte porque… yo tengo trabajo.

 

Jefe.– Ah bueno, ese es el carácter que se necesita en esta empresa.

 

Vicente.– Lo que necesito de usted es…

 

Jefe– Dispare de una vez

 

Vicente.– que me preste el baño, es que llevo como una hora aguantando…

 

Jefe.– Huyy, no. Eso si no se va a poder…

 

Vicente.– Yo le prestaba el baño a ya sabe quién cuando él tenía ganas

 

Jefe.– Precisamente

 

Vicente.– ¿Precisamente?

 

Jefe.– Precisamente por eso es que le digo que no, ese tipo no salía de aquí. Y no queremos que la historia se repita ¿verdad? Yo sé que usted me entiende… Con esa cara de inteligente que se está cargando ahora… seguro que me entiende.

 

Vicente.– Pero don Jaime…

 

Jefe.– Vaya a la plazoleta… Total solo hay que cruzar la calle.

 

Vicente.– No me aguanto más…

 

Jefe.– Vaya a la fuente, uno se orina ahí, hace de todo y nadie se da cuenta…

 

Vicente.– Don Jaime, por favor…

 

Jefe.– A propósito…

 

Vicente.– Le suplico que me pres… (Se orina).

 

Jefe.– ¿Ha visto la estatua? ¿Le vio el par de…?

 

Vicente.– Disculpe, perdóneme, le dije que no me aguantaba más (Sale corriendo humillado y por donde pisa va dejando rastro de orines).

 

Jefe.– ¡Atarantado(52)! Este si es mucho lo babascaidas…(53) Doris, Doris hágame un favor,

traiga un trapero…

 

 

18. Re-encuentro

 

23 de febrero de 1995, ocaso. El viento resopla y por el aire vuelan las páginas sueltas de un periódico. La Rebeca toma alguna de las hojas y lee una de las noticias.

 

La Rebeca.– “Seguridad para Bogotá. Trasladar a la Policía Metropolitana 3 mil agentes de los 25 mil que actualmente protegen la infraestructura vial y energética del país es una de las propuestas para incrementar en 5.500 policías el pie de fuerza de la capital para este año.” Bla, bla, bla. “La propuesta, que fue formulada por el ministro de Defensa, Fernando Botero Zea, ayer en el Concejo de Bogotá, hace parte del plan de seguridad que fue expuesto ante los concejales por el ministro y el director de la Policía Metropolitana”. Bla, bla, bla, bla. “Dentro de las propuestas del plan de seguridad también se incluye: Evitar los atracos a sucursales bancarias mediante el fortalecimiento de los sistemas de seguridad de los bancos, mantener una comunicación permanente entre celadores y taxistas con la Policía, para trabajar en la prevención del delito (…) Ofrecer a los indigentes posibilidades de empleo. Ampliar el programa de rastreo satelital para controlar el robo de vehículos”

 

La Rebeca quiere guardar la página del periódico en su jarro, pero cuando lo destapa los objetos que almacena, incluido el tenedor, caen al suelo y entonces dice…

 

A ustedes los recuerdo. Aunque hay imágenes que me gustaría borrar. (Por la caja de sombras). Aquí están los colorcitos intactos, no los he abierto, se quedaron esperando una ocasión especial… La primera vez que vi la muerte, “mona”, quedé en shock durante varios días, pero me recuperé pensando que había sido testigo de un acontecimiento extraordinario, por lo que no se volvería a repetir… no fue verdad, tuve que verla muchas veces tomando la vida de personas desconocidas, pero también de la gente que no me tuvo miedo y se acercó a mi. (Pausa). Desde entonces quedé con secuelas que han empeorado con el pasar del tiempo, tengo visiones… Veo gente que me mira, y ellos me angustian, me perturban porque no me dicen nada solo me miran como si yo estuviera lejos y fuera de otro mundo. (Pausa). Vivo aquí, en el centro de la ciudad, desde hace más de medio siglo y estás coordenadas geográficas, pero también culturales, demostraron que me equivoqué porque la muerte es cotidiana, no solo la muerte sino la violencia. Estar anclada a esta fuente, a este parque, me ha mostrado la bajeza y el odio que experimentan los mortales, se matan por hambre, por miedo, por resentimiento, por zapatos, por negocios… todo es un motivo para despojar del cuerpo la vida del otro.

 

(Mirando la botella de metal) “Patojo” también lo recuerdo señor, no solo porque su ausencia generó mi enfermedad sino porque sus palabras martillan mi conciencia: “Usted va a vivir aquí para siempre, usted va a vivir aquí para siempre” ¿Para siempre? ¿Siempre? Yo espero que no sea cierto porque, aunque soy de mármol estoy cansada de ser testigo de tantas injusticias. “Siempre” es una palabra que resuena dentro de mí porque parece una sentencia y espero que no se cumpla.

 

(A la muñeca) en este lugar son pocos los que viven sin desconfianza y esperar lo peor es lo único que se puede esperar. Pero cuando has visto el horror tantas veces algo dentro de ti se pierde. Porque eso creo yo, que algo en mi se instaló y no permite que… Ahora el rojo no me sorprende, ni me escandaliza, antes me dolía, ahora es más de lo mismo. Sin embargo, quiero saber hasta dónde son capaces de llegar, pues por ahora los limites de los hombres parecen ilimitados.

 

La Rebeca introduce en su jarro la botella metálica, el tenedor, la página del periódico con la noticia, el estuche de sombras y cuando va a guardar la muñeca, Agripina que trae la chaqueta negra y una bolsa con medicamentos en la mano dice…

 

Agripina.– Yo me acuerdo de Florentina.

 

Rebeca.– ¿Disculpe?

 

Agripina.– La muñeca se llama Florentina.

 

Rebeca.– La muñeca no tiene nombre.

 

Agripina.– Y también me acuerdo de ti Rebeca.

 

Rebeca.– ¿Rebeca?

 

Agripina.– Sí.

 

Rebeca.– Nadie me había llamado por mi nombre…

 

Agripina.– ¿Me recuerdas?

 

Rebeca.– No debo conocerla, tengo buena memoria y su cara no me resulta familiar.

 

Agripina.– Vengo de la droguería, a mi edad para tener buena memoria hay que ayudarse con lecitina. Te conozco de antes… Cuando eras joven y blanca y no vivías en este chiquero(54), mi ratoncito de piedra caliza. Estabas recién llegada al Centenario. Soy María Agripina, Gómez, Pérez, Jiménez, Rodríguez, González, Rincón…

 

Rebeca.– ¿María Agripina?

 

Agripina.– Sí

 

Rebeca.– ¿Gómez Pérez?

 

Agripina.– Sí

 

Rebeca.– ¿Jiménez Rodríguez González Rincón?

 

Agripina.– Exactamente. Era una niña.

 

Rebeca.– AGRIPINA!!! Tunom breresu enaden trodemí.

 

Agripina.– Sí, soy yo.

 

Rebeca.– ¿Pero que te pasó? ¿Estás viva?

 

Agripina.– Rebeca, muñequita de porcelana, por favor no me mates antes de tiempo… Pero claro que estoy viva.

 

Rebeca.– Es que estás tan cambiada.

 

Agripina.– Con cada segundo más cerca de la muerte, pero todavía sigo aquí.

 

Rebeca.– Disculpa…

 

 

Agripina.– El tiempo, el tiempo pasó. Supe cuidarme. Tú también has cambiado, te veo amarilla y creo que tienes hongos en la piel… Vivo cerca de aquí, mi familia está en la quiebra, pero al menos ahora te puedo venir a visitar y si quieres podría limpiarte con agua limpia y jabón.

 

 

19. Revelación

 

Vicente desde un teléfono público llama a su mujer. Sigue usando el disfraz de libro de registros, los pantalones están mojados y, además, los ojos llorosos e hinchados deforman sutilmente su rostro. Al otro lado de la línea Adela -que no es una mujer exquisita, ni viste como aristocrática, ni está maquillada con sofisticación o peinada con glamour-, atiende el teléfono mientras arrulla a un bebé de brazos.

 

Vicente.– (Con voz aguada). Adela, Adela…

 

Adela.– ¿Juan Vicente?

 

Vicente.– Adela…

 

Adela.– ¿Qué le pasa? ¿Esta bien?

 

Vicente.– Adelaaaa

 

Adela.– Ay no ¿qué pasó?

 

Vicente.– Yoo…

 

Adela.– Hable!

 

Vicente.– Yooo…

 

Adela.– Diga algo…

 

Vicente.– Yoooooo no quería que esto pasara, perdóneme

 

Adela.– Que pasará ¿qué?

 

Vicente.– Yo lo intenté, se lo juro… Yo hice todo lo que estuvo en mis manos, pero no se pudo… yo…

 

Adela.– Juan Vicente no me preocupe más, mijo… dígame qué le pasa

 

Vicente.– Pero prométame que no me va a dejar

 

Adela.– ¿Quiere dejarme?

 

Vicente.– Noooo, no. Yo a usted la amo. No me vaya a dejar… se lo ruego…

 

Adela.– Juan Vicente, yo no me voy a ir para ningún lado, usted es mi familia.

 

Vicente.– Me bolearon(55) del trabajo

 

Adela.– ¿Qué? ¿Por qué? ¿Cómo así?

 

Vicente.– Yo sé que usted se merece a alguien mejor que yo, yo nunca estuve a su altura, pero yo la amo…

 

 

Adela.– Juan Vicente, tranquilo. Por favor cálmese. ¿Lo despidieron?

 

Vicente.– Perdí el trabajo en la Contraloría la semana pasada… hubo un recorte de personal, no fue mi culpa se lo aseguro… fue la crisis… no hay trabajo para tanta gente… Jaime se quedó con mi puesto, a él lo reacomoooodaron…

 

Adela.– ¿La semana pasada? Y usted por qué no me dijo… ¿Por qué no me dijo nada? ¿Sabe qué? Vengase ya para la casa y me cuenta todo… Y tranquilo Vicente, tranquilo que de esta nos vamos a reponer…

 

Vicente.– ¿Sí?

 

Adela.– Sí.

 

Vicente.– ¿Está segura?

 

Adela.– Sí.

 

Vicente.– ¿Me lo promete?

 

Adela.– Sí, vamos a hacer lo que nos toque para salir adelante

 

Vicente.– Y… ¿Cómo qué vamos a hacer?

 

Adela.– Ay Juan Vicente, vengase ya y aquí hablamos

 

Vicente.– Bueno… ya voy para allá… Adela… otra cosa…

 

Adela.– Dígame

 

Vicente.– (Con voz aguada). Me orine…

 

 

20. Sino trágico

 

Siglo XXI. La Rebeca cae en el escenario como si alguien la hubiera tirado al suelo de un brutal golpe. La mujer está rota de dolor, está aterrorizada, casi a punto del shock. La Rebeca pide piedad, pide clemencia pero las presencias de colores -aquellas alegorías que aparecieron previamente-, garabatean cosas sobre su blanco cuerpo. ¿Qué escriben? La Rebeca no hace nada, no es capaz de defenderse. Las figuras casi humanas disfrutan, ríen, bromean. Arbitrariamente uno de ellos le da un golpe en la cara. La Rebeca toma su nariz, está fracturada pero no sangra, la nariz de mármol cae al suelo. Cuando ve su nariz grita de impresión.

 

 

21. Autoexilio del siglo XXI

 

Antonia.– Hola. Ya vine. ¿Abue? ¿Abue estás en casa?

 

Agripina.– Hola ratoncito callejero ¿cómo estás?

 

Antonia.– Bien abue, bien. ¿Mi mamá?

 

Agripina.– No está.

 

Antonia.– ¡Perfecto!

 

Agripina.– ¿Por qué?

 

Antonia.– Abue porque me voy. (Empieza a empacar).

 

Agripina.– No, que ¿por qué la necesita?

 

Antonia.– No, no la necesito, la evito.

 

Agripina.– ¿Quién es evito?

 

Antonia.– No, no, lo que trato de decir es que no quiero verla.

 

Agripina.– ¿Y eso? ¿Ya se va?

 

Antonia.– Sí, vine a recoger mis cosas…

 

Agripina.– Y para ¿dónde se va? ¿De viaje?

 

Antonia.– Sí, abue, lo siento pero no la aguanto más.

 

Agripina.– Pero si yo no le he hecho nada.

 

Antonia.– No a ti abue, a mi mamá. Estoy cansada de sentir que estoy haciendo algo malo por querer a la gente sin prejuicios. No puedo más con su cobardía y con su incapacidad para aceptar que no tenemos plata. No aguanto un minuto más su estúpida preocupación por el que dirán. Es que acaso ¿qué quiere? ¿Qué vaya por la vida creyendo que valgo más que los demás? ¿Qué soy mejor? ¿Escogerme un marido a su gusto y semejanza para que la mantenga? ¿Acaso quiere mi felicidad? Lo dudo. A Josefina le quedó imposible contribuir a mi felicidad porque lo único que ha hecho es rechazar lo que soy, lo que elijo y lo que quiero. Ya no la quiero cerca de mí. Y por eso me marcho, me iré lo más lejos que pueda, no quiero que ella sea parte de mi vida. Así que me voy, no voy a vivir más con ustedes, no voy a volver nunca.

 

Agripina.– ¡¡Ay mi pulguita!! ¿Cómo así?

 

Antonia.– Abu estoy enamorada, conocí a alguien… Se llama Helena… Tranquila abuela, no se preocupe que no me marcho sola. Te voy a seguir llamando y cuando venga a la ciudad podemos hacer planes… puedo venir a verte como ahora, cuando ella no esté.

 

Agripina.– ¿Y para dónde se va? ¿Y con quién? ¿Por cuánto tiempo?

 

Antonia.– Me voy para tierra caliente, a la media noche sale el avión, me voy para siempre… Me voy con Helena…

 

Agripina.– Ay, ¡En avión! ¡Ay dios mío! Ahora sí me dolió todo. Bueno, al menos se va con una amiga…

 

Antonia.– Yo después hablo con mi mamá… no sé… la llamo, le mando una carta, un email, no sé, cualquier cosa que no sea verla. O mejor no… mejor simplemente desaparezco… Sí, creo que eso es lo mejor… voy a desaparecer de su vida…

 

Agripina.– ¿En avión? Ay no… ¿Por qué no se va en carro? ¿Qué tal que ese pájaro se caiga y pase algo? No, no se vaya en avión. POR FAVOR!! Ahora no voy a poder dormir…

 

 

22. Mundos viejos en el siglo XXI

 

El viento resopla y por el aire vuelan las páginas sueltas de un periódico. La Rebeca toma una de las hojas.

 

La Rebeca.– (Leyendo). “En coma inducido permanece Daniela García, la joven de 22 años que fue atacada el martes pasado cuando salía de la estación de TransMilenio 21 Ángeles, en Suba. La estudiante de la Universidad de los Andes, víctima de un impacto de bala en el cráneo, fue intervenida quirúrgicamente ayer en la mañana, por el grupo de neurocirujanos de la clínica Shaio. (…) La hipótesis que maneja su familia es que la estudiante posiblemente iba a ser víctima de un robo, ella forcejeó con los atracadores, y por eso la atacaron”.

 

Agripina.– (Llegando). Yo ni veo ni leo noticias…

 

La Rebeca.– Ochenta y un años de observaciones, preguntas y divagaciones y ni siquiera el tiempo funciona para descifrar cuál es el sentido de todo esto. A veces quisiera no saber tanto…

 

Agripina.– Yo hace tiempo que no sé nada.

 

La Rebeca.– En ochenta y un años de existencia los habitantes de Bogotá han querido expulsarme, desterrarme, romperme, borrarme, anularme y mutilarme. Son pocos los que se acercan a mí con humanidad, por eso no hablo con todos.

 

Agripina.– Mi nieta se fue de la casa. Mi hija parece de otro planeta, y la parca nada que viene por mí. ¿Ochenta y un años? Entonces sí era verdad que yo soy mayor…

 

Agripina y La Rebeca se sientan en una banca de la plazoleta.

 

Agripina.– El otro día mis maricas, los del programa que me gusta, contaron el caso de una señora que tuvo que salir corriendo de urgencias al hospital porque le dolía mucho la cabeza. Resulta que en sueños sintió algo caminando detrás de sus ojos y después un ardor insoportable. Entonces la señora se fue para el hospital y como ocho o diez horas después los médicos detectaron que había un insecto dentro de su cabeza. Lo peor de todo es que estaba vivo, lo pudieron ver a través de una de esas máquinas que… ¿Cómo se llama? Ay, la computadora con la que… ¿Una radiografía? No… ¡Un escáner! Y el bicho asqueroso se paseaba de un lado a otro por dentro de la cabeza de la señora, Dios nos ampare y nos favorezca. (Pausa). Menos mal que los doctores estaban preparados, allá en esos países raros hay gente que sabe… Los que la atendieron eran expertos en extraer y extirpar todo tipo de cosas… sobre todo a los niños porque, claro, como ellos se meten todo por la nariz y por la boca… Y eso se reunió un montón de especialistas para ver como la podían ayudar, pobre señora. Todos estaban de acuerdo en una cosa: la india, ay le digo así porque vive en la India, tuvo suerte de que esa inmundicia estuviera viva, porque donde no, esa porquería le habría podido causar una infección muy seria en el cerebro. Los doctores casi no se ponen de acuerdo en cómo sacar al parásito… que si le abrían la cabeza, que si lo succionaban… Al final, usaron unas tenazas que le introdujeron por una de las fosas nasales… Y le sacaron una CUCARACHA. La gran inmunda se le había metido por la nariz mientras estaba durmiendo por la noche. Desde que me enteré de esa noticia duermo con tampones en las orejas y me enrollo en el cuello una bufanda que me tape la boca y la nariz ¡Qué horror! ¡Qué miedo! ¿Lo puedes imaginar? Rebeca.– Haces bien, es importante protegerse. Que no te pase lo que a mi. Yo sí tengo

cucarachas en la cabeza. Agripina, ahora los veo siempre, esos seres del otro mundo me están mirando en este momento. Me ven desde el otro lado como si yo no los percibiera. Están sentados casi sin moverse, esperando algo de mí.

 

Agripina.– ¿Podrán verme?

 

Rebeca.– Es probable. ¿Puedes verlos?

 

Agripina.– No veo nada. Pero siento el caos que nos rodea. ¿Les temes?

 

Rebeca.– Al fin me estoy acostumbrando…

 

Agripina.– No les prestes atención, si vinieran por ti hace mucho que te habrían hecho algo…

 

Rebeca.– Los ignoro casi todo el tiempo. Lo mejor es tratarlos con indiferencia.

(Oscuro).

 

 

FIN

 

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Píes de página:

 

(1) Bonito, placentero, agradable.

(2) Esmerado en el vestir. Muy elegante y vistoso.

(3) Bonito, gracioso, agradable.

(4) Niña, muchachita en sentido cariñoso.

(5) Pronombre afectuoso empleado en el voseo o en el tuteo.

(6) Bogotana.

(7) Desarreglada, descuidada, desajustada.

(8) Una pequeñísima cantidad.

(9) Excelente oportunidad.

(10) Hombre vulgar, patán, rufián.

(11) Hablar, charlar mucho.

(12) Replicar con altivez.

(13) Pretendiente meritorio.

(14) Jetudo, forma despectiva de decir que alguien tiene la boca grande.

(15) Niños vagabundos de pelo revuelto que habitan las calles.

(16) Trabajando.

(17) Asunto engorroso, fastidioso o de escasa importancia.

(18) Señora, Doña.

(19) Zapatos viejos.

(20) Miedo.

(21) Muchacha dotada de gracia y vivacidad.

(22) Reprimen.

(23) Prostituta; mujerzuela que de noche recorre las calles en busca de aventuras.

(24) Persona elegante; cosa llamativa, alegre, vistosa.

(25) Cerebro, cabeza.

(26) Demonio.

(27) Importuna, fastidiosa.

(28) Sitio donde se vive.

(29) Individuos insignificantes.

(30) Bellaco, canalla.

(31) Expresión que denota el deseo de alcanzar o tener algo muy difícil.

(32) Miedo.

(33) Trajín, embrollo.

(34) Echar paja: Decir tonterías; ser jactancioso o mentiroso, exagerar.

(35) Expresión que se equivale, en este caso, con: plantada.

(36) Prostituta. 

(37) “Mamasita con ese”: Término amoroso que, entre el vulgo, suele emplear el hombre para abordar a una mujer.

(38) Después de mediados de siglo XX la estatura promedio del hombre colombiano es 1,70.

(39) Expresión que vendría s significar: sentir pavor, sufrir miedo o impresión tremendos.

(40) Fastidio.

(41) Trajín.

(42) Fiesta, celebración, rumba.

(43) Expresión que denota descontento, desencanto, sorpresa desagradable.

(44) Heroicidad; acción admirable.

(45) Dícese de la persona que tiene el cabello rubio o castaño muy claro.

(46) Echar la culpa.

(47) Niña, cría, párvula.

(48) Medir el aceite: Asestar una puñalada en el vientre.

(49) Hombre vulgar, patán, rufián.

(50) Niños, muchachos, chicuelos.

(51) Atolondrado.

(52) Atolondrado, majadero, bobo.

(53) Bobalicón.

(54) Basurero.

(55) Despidieron.

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Contacto con la dramaturga Manuela Vera Guerrero

manuelaveraguerrero@gmail.com

 

 

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