Foto: Facebook Sierra Nevada de Santa Marta
Foto: Facebook Sierra Nevada de Santa Marta

 

Los nombres de la Madre

 Por Juan Sebastián Acosta Estrada

Alianza Global por los Derechos de la Naturaleza

Colombia - Latinoamérica

Junio, 2025 

 

Hubo un tiempo -y aún existe, en los rincones sagrados del planeta- en que el principio fundamental, en el origen era la Gran Madre. Antes del trueno, del fuego y del mandato, hubo un susurro profundo, un pensamiento tejido en la oscuridad primordial. Ese susurro era Ella. La que soñó el mundo.

 

En Gonawindwa, la Sierra Nevada de Santa Marta, los Kogui cuentan que fue la Madre quien pensó todo desde la oscuridad original. En el profundo silencio del Aluna, su pensamiento tejido con hilos de oro dio forma a los primeros seres, entre ellos el padre. No fue un acto de sumisión ni de servicio: fue creación consciente, amorosa, sabia. La Madre fue primero.

 

En las montañas de lo que hoy llamamos Colombia, el pueblo Mhuysqa recuerda a Bagüe, la Gran Madre Cósmica. De su vientre nació la posibilidad del tiempo, del ritmo de los días, origen de los elementos, del agua, del fuego, del aliento y de la palabra. Luego vino Bachué, que emergió de las aguas del lago Iguaque, con un niño en brazos, para poblar la tierra con su sabiduría fértil. Madre de la humanidad, portadora del orden natural, partera del pueblo. No es coincidencia que haya salido del agua: muchas culturas saben que la vida brota del vientre líquido de la Tierra.

 

Y no son las únicas. Estos no son nombres aislados, ni diosas sueltas en una colección de mitologías. Son distintas voces de un mismo principio originador, un soplo profundo que atraviesa geografías, idiomas y pieles. Son ecos de una misma memoria: la Tierra como Madre, como origen, como principio vivo. En los Andes la llaman Pachamama, en los valles del sur es Ñuke Mapu. En Centroamérica fue Tonantzin, “nuestra madre venerada”, cuyo templo fue cubierto —no borrado— por el de la Virgen de Guadalupe. En Norteamérica, los lakota honran a Unci Maka, la abuela Tierra. Los guaraníes invocan a Ñandesy, madre de los seres humanos y del mundo. En la selva amazónica, se habla de la Madre Yara, espíritu de los ríos. En la India antigua es Prithvi Mata; en Sumeria fue Ki, la tierra fecunda unida a An, el cielo. En Grecia, Gaia fue el vientre del cosmos. Y en Hawai‘i, Papahānaumoku parió a las islas con el cielo Wākea. Ellas no son musas ni símbolos decorativos: son la sustancia primera de la existencia. Cada una de estas culturas, separadas por mares y siglos, ha conservado un nombre para Ella. Son muchas, pero hablan de lo mismo: la Tierra no es cosa, es ser. No es recurso, es Madre. Ella no impone, acompaña. No domina, nutre. No se sitúa por encima, sino por dentro de todo.

 

Y sin embargo, el relato dominante nos enseñó otra historia. Aprendimos a rezar “Padre Nuestro que estás en los cielos”, sin sospechar que esa frase, en su lengua original, contenía otro mundo. En arameo antiguo, Jesús no dijo “Padre”, sino “Abwoon" Quienes han estudiado esta raíz la traducen como:

“Oh Tú, aliento viviente, madre-padre del cosmos, fuente vibrante de todo lo que respira…”

 

No un padre solitario. No un señor, ni un juez. Sino un aliento que es madre y padre a la vez. Un origen más cercano a la energía de lo femenino creador que a la figura patriarcal que heredamos siglos después. Un eco que nos recuerda que lo divino originario no fue exclusivamente masculino. Que incluso donde aprendimos a decir “Padre”, había Madre; en ese giro escondido, en esa palabra olvidada, también habita Ella.

 

Y esa es la clave: la Madre ha estado siempre. Ha sido raíz, casa, abrigo. La llamamos Tierra, pero también Agua, Maíz, Montaña, Luna. La hemos honrado con danzas, cantos, cerámicas, tejidos, calendarios lunares. La hemos sembrado, parido, llorado, celebrado. Pero en algún punto la olvidamos. Nos arrancaron sus nombres de la lengua. Nos enseñaron a verla como un “recurso natural” o una “materia prima”. Y al nombrarla así, rompimos el lazo. Por eso, recordar sus nombres no es nostalgia: es acto de resistencia. Es medicina. Es camino de regreso.

 

Volver a nombrarla no es un gesto romántico ni nostálgico. Es un acto de reconexión, de sanación, de justicia espiritual y ecológica. Porque mientras más la olvidamos, más nos perdemos como especie. Y mientras más la reconocemos, más sentido vuelve a tener la vida. Cuando volvemos a llamarla Bagüe, Pachamama, Tonantzin, Gaia, Prithvi, Ñuke Mapu, Abwoon… algo despierta. Algo que estaba dormido en el corazón, como semilla esperando la lluvia. Llamarla por sus muchos nombres —Waia, Gea, Jaba— es también un camino de regreso al corazón del mundo. Un corazón herido por siglos de explotación, pero aún palpitante, aún fértil, aún capaz de parir futuros.

 

Nombrarla es volver a mirarla como ser vivo. Es reconocernos hijos e hijas, no dueños. Es decirle al mundo moderno: ella no es una cosa, es nuestra primera relación. Este artículo es solo una entrada en el camino. Un gesto inicial entre muchos que, en esta edición, exploran desde el arte, la palabra, la siembra y la acción colectiva cómo volver a escucharla.

 

Que este viaje sea una invitación a reconocerla en todos sus nombres, en todos sus rostros, en todos los territorios. Y porque solo cuando recordemos sus muchos nombres, podremos volver a caminar

—en justicia, en arte, en poesía, en política, en cuidado— hacia el reencuentro con la Gran Madre Tierra.

 

 

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* Juan Sebastián Acosta Estrada

Gestor intercultural, defensor de los derechos de la Naturaleza, diseñador de permacultura, emprendedor en bioconstrucción, artista plástico de la Universidad Nacional de Colombia, Magister en Derechos de la Naturaleza y justicia intercultural de la Universidad Andina Simón Bolivar; facilitador, tejedor de redes, dinámico, creativo; cuenta con experiencia en elaboración y gestión de proyectos interculturales, liderazgo participativo y conocimiento práctico en diseño regenerativo. Ha sido líder de la Alianza Global por los Derechos de la Naturaleza en Latinoamérica y Colombia, creador del curso "Derechos de la Naturaleza: Un llamado a la transformación". Su labor integra arte, ciencia e interculturalidad.

Correo: derechosdelanaturalezacolombia@gmail.com 

IG: @JuanitoGeotopia @AlianzaDerechosNaturaleza

 

 

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