"La guerra" Otto Dix
"La guerra" Otto Dix

 

Poemas de la guerra 

Por Norman Paba

Abril, 2021

 

El domingo 18 de abril nos reunimos vía streaming con la talentosa poeta colombiana Angye Gaona a leer poemas sobre la guerra, 19 poemas escritos por 19 poetas del siglo XX que viviendo ellos mismos en su propia carne el rigor y terror de las experiencias generadas por este monstruo tradujeron su vida y circunstancias en palabra poética legándonos un testimonio de humanidad que aún refulge. Poemas donde el terror, el odio, la zozobra y la muerte flamean, pero también la esperanza y el amor que vencen el negro destino de una época. 

 

Aquí puedes encontrar una lista completa de los poemas leídos:

1- Guerra de Charles Simic

2- Grodek de George Trakl

3- Vigilia de Giuseppe Ungaretti

4- Dedicatoria de Czeslaw Milosz

5- Fuga de la muerte de Paul Celan

6- Quién vació la arena de vuestros zapatos de Nelly Sachs

7- Tanto soñé contigo de Robert Desnos

8- El Salvado de Tadeusz Rozewicz

9- El de ciencias naturales de Zbigniew Herbert

10- Selección de poemas de Rene Char

11- Aguardando su ejecución de Yannis Ritsos

12- Gracias de Yusef Komunyakaa

13- Una calle para mi nombre de Izet Zarajlic

14- Después de cada guerra de Wislawa Szymborska

15- Masa de Cesar Vallejo

16- Llanuera de Tuluá de Fernando Chary Lara

17- La estatua de bronce de Juan Manuel Roca

18- Carta para las mujeres de este país de Fredy Yezzed

19- Poema V de Kenya Martínez

 

 

Tres poemas:

 

Gracias

 

Gracias por el árbol 

que se interpuso entre la bala del francotirador y yo.

No sé qué hizo a la hierba balancearse 

segundos antes de que el Viet Cong

elevara su rifle silencioso. 

Alguna voz siempre me siguió,

diciendo cuál pie 

poner primero. 

Gracias por desviar el rebote 

contra la anarquía del crepúsculo. 

Yo estaba de vuelta en San Francisco

envuelto en los colores salvajes de una mujer

provocando que la llamada del amor de algún pájaro oscuro

fuera rota por la luz del día

cuando mis manos 

se alzaron y apartaron 

una rama de mi cara. Gracias

por la florecilla blanca

que apuntó directo al metal resplandeciente 

capaz de romperse

como la niebla sobre la hierba 

mientras nosotros jugábamos un juego letal

para dioses ciegos. 

Lo que me hizo descubrir

a la mariposa retorciéndose sobre un único hilo 

atado al portón de una granja,

manteniendo el día unido

como una cuerda de guitarra jamás tocada,

está más allá de mí. Quizá las colinas 

se cansaron y se inclinaron un poco en el calor.

Gracias, otra vez, por la granada defectuosa

lanzada a mis pies

a las afueras de Chu Lai. Aún estoy 

cayendo a través de su silencio.

No sé por qué el intrépido 

sol tocó la bayoneta,

pero sé que algo

se paró entre esos árboles perdidos 

y se movía solo cuando yo me movía.

 

Yusef Komunyakaa

(Versión de Norman Paba)

 

 

 

220

 

Temo tanto el acaloramiento como la clorosis de los años que seguirán a la guerra. Presiento que la unanimidad confortable, la bulimia de justicia tendrán sólo una duración efímera, en cuanto se retire el vínculo que anudaba nuestro combate. Por aquí se preparan a reivindicar lo abstracto, más allá reprimen ciegamente todo cuanto es susceptible de atenuar la crueldad de la condición humana de este siglo y permitirle acceder al porvenir con paso confiado. El mal, por todas partes, ya está luchando contra su remedio. Los fantasmas multiplican los consejos, las visitas, esos fantasmas cuya alma empírica sólo es un montón de secreciones y neurosis. Esta lluvia que cala al hombre hasta los huesos es la esperanza de agresión, la escucha del desprecio. Nos precipitaremos en el olvido. Se renunciará a desechar, cercenar, curar. Se dará por supuesto que los muertos inhumados lleven nueces en los bolsillos y que el árbol acabará surgiendo algún día de manera fortuita.

Dales a los vivos si todavía hay tiempo, oh vida, un poco de tu sutil sensatez sin la vanidad que engaña, y por encima de todo, acaso, dales la certidumbre de que no eres tan accidental ni privada de remordimiento como se dice. Lo odioso no es la flecha, sino el gancho. 

 

René Char

(Versión de Jorge Riechmann)

 

 

 

La estatua de bronce

(A la manera de Ossip Brodski)

 

Primero haremos, si el Cabildo de la ciudad lo permite, el caballo.

Un alazán en bronce con sus patas delanteras levantadas

Como ejemplo para cruzar obstáculos y abismos.

Luego fundiremos el hombre,

Pues un caballo sin jinete no es digno de una plaza

Y ni siquiera puede llamarse monumento.

Que todo el burgo aporte llaves, aldabones, candelabros,

Monedas, candados, espuelas, medallas y cubiertos

Para fundir el hombre a su caballo.

Después discutiremos el lugar para la estatua y la forma de su pedestal.

¿Un recodo cercano a las montañas

Entre bosques de sauces y eucaliptos?

No estaría mal construir en el sitio elegido

Un pequeño parque que permita a las mucamas

Citarse con sus novios al pie de la escultura.

Debe amoblarse el espacio con bancas de madera:

Los oficinistas comerían emparedados a la hora del receso.

Bella será la sombra al mediodía

De Caballo y jinete sobre la grava y el asfalto.

Las hojas caídas de los árboles

Tejerán un tapiz crujiente al paso de los estudiantes.

Los viejos fotógrafos

Sacarán los domingos sus cámaras de cajón

Y harán que los enamorados prolonguen el tiempo de los besos.

Todo concertado con autoridades eclesiásticas, civiles y militares.

Luego vendrá la discusión.

¿Quién debe ser el hombre encima del corcel?

Sabios hay pocos. Guerreros y héroes son dudosos.

Un filósofo a caballo

No puede replegar su pensamiento.

Los poetas viven recostados en la hierba.

Los campesinos no montan caballos de viento.

Los directores de orquesta no pueden dirigir

Desde una montura de bronce y el lomo inclinado de un caballo.

Los jubilados prefieren cabalgar nubes

Y permanecer sentados en los bancos.

Los pintores trazan caballos pero aman más los caballetes.

Los arquitectos pierden la perspectiva.

Los almirantes prefieren las crines de las olas.

Las bailarinas no necesitan pedestal para su vocación de aire.

Los astrólogos son una franca minoría.

¿Quién podrá ser el jinete de bronce

Sobre el imponente y brioso caballo de bronce?

Deberá ser alguien que muchos ciudadanos admiren.

Un hombre que sea su propio mentor,

Que haya luchado a brazo partido por su gloria y su fortuna.

Yaestá. Levantémosle una estatua al asesino.

 

Juan Manuel Roca