La lectura en los tiempos del ruido

Por Luis Ignacio Muñoz

Marzo, 2021 

 

Nunca antes se vivió una época tan saturada de información, capaz de llevar a efectos contrarios y contradictorios que acaban por desinformar y crear confusión. Tampoco podemos negar que en ningún tiempo como este se ha puesto el conocimiento tan cerca que parece inverosímil, pero a la vez tan amplia posibilidad se ve contaminada con cantidad de distracción absurda e inútil, suficiente para alienar a la humanidad sin importar edad ni clase social. 

 

Todo esto lleva a pensar que el problema sea de lectores, que los colombianos no leemos, que los jóvenes no leen, que los índices de lectura del país son los más bajos del continente, que cada día hay menos tiempo para leer y así, no pararía de enunciar los problemas que nos aquejan en esta cultura de la incomunicación y el ruido diario. En gran medida es verdad, sin podernos sustraer a una situación grave y sin soluciones a la vista podrían sumarse otros factores que continúan influyendo como es que vengamos de una tradición no lectora y con cifras de analfabetismo enorme, adicionando, además, el costo de los libros. Venimos también de una educación dedicada a poner a los estudiantes a analizar y sacar resúmenes de “obras” que no motivaban el gusto por la lectura sino la pesadez y el tedio que pone al estudiante a bostezar.

 

 

 

Entra aquí a jugar parte el papel de las bibliotecas y sus programas de promoción de lectura y el interrogante todavía flota en la incertidumbre. ¿Cómo acercar a los niños al libro en un espacio que les resulte adecuado de manera amena y eficaz? La labor es titánica y dura en las ciudades, sin embargo, en estos lugares hay posibilidades diversas y por qué no decirlo, personal dedicado siempre. Resulta diferente a lo que ocurre en las poblaciones cercanas y distantes de las urbes en que los escasos recursos y por otro lado la mano negra de ciertos políticos hace que no lleguen a estos cargos personas con la preparación y perfil profesional adecuado ni el amor por los libros y por consiguiente los resultados quedan en el tintero.

 

En resumidas cuentas, el reto es muy grande y en extremo complejo, que vendría a ser el de cambiar la mentalidad de una nación acostumbrada a vivir sin el libro y mostrar su importancia en el desarrollo del individuo. La lectura como elemento formativo y placentero, de intimidad y comunión y, a la vez, de soledad y silencio, de escucharnos a nosotros mismos. De encontrarnos con la palabra y apreciar su valor. Vemos que leer no es sólo interpretar un conjunto de signos impresos en la hoja de papel o en la pantalla de un ordenador. Va mucho más allá, sin duda es algo tan trascendental que nos hace diferentes y mejores seres humanos. 

 

 

 

Por estas y otras razones es fundamental buscar los medios para fomentar y crear hábitos de lectura en estos tiempos de ruido, velocidad y analfabetismo funcional que impide escucharnos a nosotros mismos y asumir el acto de pensar y meditar. Leer debe convertirse en hecho cotidiano que nos permita desde cualquier medio, llámese papel o llámese electrónico, un espacio de crecimiento y sabernos vivos. No puede volverse una obligación impuesta por una nota o un certificado de participación, ni un lugar de castigo en que se pierde o se gana. Es algo que se adquiere, semejante a una conducta aprendida en casa. Está comprobado que en las familias que leen surgen hijos lectores. La fórmula no es tan compleja ni requiere una disciplina rigurosa. Cómo en la frase que una librería de Bogotá utilizaba en los separadores: leer es la clave, no hay otra solución ni otra respuesta. Lean sobre el tema que les agrade, sobre futbol, si es lo que les llama la atención, sobre política si les atrae, lean periódicos o comics, o microcuentos si les queda poco tiempo y buscan narrativa breve, entretenida. La clase de textos que quieran, pero lean cuanto les sea posible: menos dictadura de la tecnología, la televisión y las redes sociales y así la vida retomará una dimensión más humana y vivible en esta realidad que pretende ahogarnos sin compasión.