La Historia de Emma

Fotografía: Agnieszka Rzymek
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Icara Caicedo
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LA HISTORIA DE EMMA

Icara Caicedo

icara1994@gmail.com

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I. LA PÉRDIDA DE LA INOCENCIA

 

Ese lunes era como todos, levantarse a las 5 de la madrugada para después de un baño corto y un café bien caliente dirigirse a la universidad y tomar turno de práctica de piano. Ese día había examen y era oportuno que cuando el jurado llegara a las 8:30 yo estuviera preparada. Al abrir la puerta una bocanada de neblina entro a mis pulmones helándome el cuerpo, me devolví por una bufanda y una chaqueta más gruesa. Soltarme el cabello me permitió mayor abrigo, revisé que todo estuviera en orden por última vez, las partituras y libros en su lugar me dejaron tranquila, al volver a salir ya no me tomó por sorpresa el clima, baje las escaleras en caracol de la fachada de mi apartamento y tome por la calle de siempre. Los árboles estaban despertando ante unos tímidos rayos de sol que los hacía brillar por momentos. Avancé dos cuadras y al doblar la esquina, vi un carro al cual no le presté atención. Seguí mi camino, de pronto unos pasos fuertes a mi espalda, cuando quise voltear un brazo fuerte me tomo por el pecho y una mano tapó mi boca, sentí un aliento agitado en mi oído que me decía- no diga nada, camine con los ojitos cerrados-. Ese hombre que olía a jabón barato me llevo hasta subirme a un carro, ya dentro me cubrieron la cabeza con una especie de bolsa que no me dejaba ver nada. El carro arranco dando vueltas, instintivamente trate de orientarme por oído pero después de un largo recorrido perdí totalmente la orientación. Rápidamente amarraron mis manos atrás y mis pies también fueron inmovilizados, me sentí como un animal que es llevado al matadero, mi respiración era agitada y un nudo en la garganta me impedía pronunciar palabra.

 

Eran varios, lo sentí porque tirada en el suelo del vehículo colocaron sus pies sobre mí. Las suelas duras me maltrataban las costillas, cuando el carro daba una curva y me rodaba ellos me detenían como un balón para inmovilizarme de nuevo. La respiración se me entrecortaba, quise preguntar en un arranque de valor, pero fui detenida por un golpe en la cabeza- calladita, entre más juiciosa le va mejor-. Sentí una especie de bota de suela gruesa y texturada sobre la cara, el carro entró a algún lugar, se detuvo bruscamente, los hombres me arrastraron fuera del carro y caí de costado, al no poder caminar por tener mis pies amarrados me levantaron, clavando sus manos en mis axilas lo que me produjo un dolor espantoso, entre arrastrada y cargada me llevaron por un corredor, que acústicamente identifique como estrecho, se detuvieron y el crujir de una puerta metálica me dio a entender que entraríamos en algún recinto. Me desamarraron los pies, en los cuales volví a sentir el hormigueo en la sangre circulando, me empujaron y caí golpeándome de nuevo la cara, tras cerrar la puerta se alejaron. Un silencio penetrante me rodeó, el eco de una gotera lejana me hizo tratar de orientarme, parecía estar fuera del sitio.

Trate de sentarme, el piso era frio, como pude me arrastre hasta encontrar una pared, no podía quitarme esa bolsa de la cara. Hasta ese momento todo lo que sentía era una gran contracción muy dolorosa en el útero y un estado de alerta que nunca había sentido. Comenzaba una pesadilla que me tenía aturdida y sin saber nada. A mis 19 años sentí que perdía mi inocencia de universitaria, que soñaba con ideas de ser una gran artista, desde entonces nada pudo volver a ser igual.

 

II. LA CAVERNA DE LA NADA

Pasaba el tiempo, acurrucada en una esquina de un lugar perdido seguía allí amarrada y ciega. Entonces mis oídos trataron de ubicarme de nuevo, la gotera se me convirtió en la imagen de un segundero de reloj que ocupaba mi mente en contar. Caía sobre un recipiente al cual imaginé como un balde metálico gris con orejas y diadema, luego lo convertí en una lata porque el sonido no variaba, si fuera un balde la acústica delataría el tamaño y la cantidad de agua recogida. De pronto pensé en mi examen de piano, justo mi último nivel de piano, me vi en la universidad, recorrí el salón 1 destinado a estas pruebas, los rostros de los jurados que con partituras en mano, leían para comprobar la correcta ejecución de los examinados. De pronto esa gotera se me convirtió en un metrónomo y ante mis ojos la partitura, empecé a tararear la melodía mientras recordaba las escalas y acordes de la mano izquierda, aunque el dolor del útero apretado no pasaba, por un momento me transporte a caminar los pentagramas y pude respirar un poco.

 

Sentí pasos acercándose, se abrió una rejilla y una voz me grito,- está usted bien?- no respondí, entonces golpeo la puerta; - oiga, que si está bien- seguí sin responder, se abrió la puerta, unos pasos firmes entraron, de sorpresa una patada en el muslo me hizo gemir, - esta sorda o es que la perrita se durmió?, está bien?, secamente le dije; -cómo quiere que me encuentre-, el tipo me agarro del pelo y me hablo al oído;- mire es mejor que cuando le pregunte me responda porque si no lo hace, entro y la reviento, es fácil yo pregunto usted contesta y la dejo en paz- me soltó, el cuero cabelludo me quedo resentido, subió el tono, su voz repercutió lo que significaba que las paredes de ese lugar estaban recubiertas de baldosa; -Dije que cómo está-, cansada le dije,- dónde estoy?-, el hombre se me abalanzo,- -mire estúpida usted aquí no pregunta nada, responda-; entendí que quería una respuesta precisa, y le respondí- bien-. Esoooo, así me gusta si ve que si puede, se me acercó al cuello y lo lamió, me estremecí;-nosotros podemos ser amiguitos, todo depende de lo juiciocita que se porte-; me empujó y se fue. Mientras se alejaban sus pasos me di cuenta que esto iba a tardar. El paso del tiempo siguió, el esfuerzo por ubicarme era cada vez más difícil, entonces el cansancio me venció, allí tirada en una caverna desconocida, en una caverna de la nada, se volvió recurrente la llegada de este guardia que me preguntaba; -oiga cómo está- y yo decía lo mismo, -bien;- el hombre terminaba diciendo siempre lo mismo;- eso perrita ya se me está domesticando-. Cuando trataba de dormir, volvía y me preguntaba, descubrí que era una táctica, para no dejarme dormir. No sé cómo empecé a sacar mecanismos para poder descansar en los intermedios de esas visitas, a pesar del frio y el dolor, mi mente no se rendía. Mis oídos cada vez más agudos, notaron sonoridades cíclicas, después de unos largos momentos, escuché a los lejos gritos de hombres entrenando, me pegue a la pared y logre dibujar las paredes del recinto recorriéndolas con mi cuerpo, mis manos dolían mucho pero trataba de no pensar en ello. Ubique la puerta al lado izquierdo hacia abajo, al lado derecho se ubicaban las voces, atrás un olor animal, era penetrante, en frente la pared tras la cual seguía el sonido de la gotera. Trate de saber qué tan alto era, pero mis piernas no me dejaron saltar, conté 5 pasos de largo por 3 de ancho. No podía saber si era de día o noche, decidí calcular que era de madrugada, por la voces de los que se ejercitaban. Un poco después de descubrirlos llegó la sexta visita del guardia para preguntar, ya eran 78 veces, en lapsos de 900 golpes de goteras que si se tomaban como segundo daba aproximadamente 15 minutos entre pregunta y pregunta. En sus lapsos dormía y lograba despertarme un poco antes de cada llegada del guardia.

 

III. LA PRIMERA TORTURA

El guardia de pronto dejo de aparecer y un silencio estremecedor me rodeo. Atenta a cualquier cosa que sucediera el estado de alerta me produjo más cansancio. Volví a escuchar a los hombres gritando a lo lejos, por lo que deduje que había pasado una jornada más. Sus gritos en responso me dieron la imagen de un comando militar entrenado por su líder el cual gritaba arengas que repetían sus soldados. En medio de todo, surgió un sonido muy reconocible, la respiración de un caballo y el topeteo de sus cascos a mi espalda, esto me hizo entender que de pronto me encontraba en una pesebrera o algo así. Su olor se me convirtió en algo cálido, imagine al caballo mascando y moviendo la cabeza con ese parpadeo lento que tienen y esa dulzura con la que comen zanahorias.

 

Mis manos estaban hinchadas, el frio ya formaba parte de mis huesos, entumida me levanté con dificultad para hacer un poco de ejercicio, como pude estire las piernas, hice flexiones y respire desperezándome, las ganas de orinar se me convirtieron en una urgencia. Me dirigí a la puerta y grite con voz ronca,- oigan, pueden llevarme a un baño?- nadie respondió-, trate de controlarme, la necesidad se agudizó hasta ser insoportable. Rodeando los muros escogí la esquina opuesta a la puerta y restregándome contra la pared trate de bajar mi ropa interior, sentada en medio de la caverna en un rincón, apenada y urgida no aguante más, lo único que pude fue tratar lo mejor posible de evitar mojarme. Sentí descanso, pero el olor me invadió, me alejé humillada. Escuche pasos que se acercaban, la puerta se abrió y entraron varios hombres. Cuando quise preguntar me sorprendió un golpe gigantesco de agua fría que me arranco la voz de tajo, pude respirar un poco, antes de recibir otro golpe de agua helada. Tiritando ciega y aturdida no podía entender nada, mi mente siempre atenta, pudo distinguir tres hombres. Uno de ellos me apretó el brazo mientras decía- Dónde está Hermencio? conteste, -no tengo idea-; un golpe en la cara me estremeció hasta mandarme al piso. Otras manos me levantaron, mientras el interrogador daba vueltas a mi alrededor. De nuevo preguntó- Dónde está Hermencio?;- contesté, No sé quién es el-; ahora dos golpes uno en el estomago y otro en la cabeza se encargaron de derribarme,. Sentí las entrañas sacudidas. Una y otra vez preguntó y una y otra vez respondí para que una y otra vez me golpearan hasta que mi cuerpo no tuviera rincón alguno que no fuera dañado. Sentí que todo me daba vueltas, a lo lejos escuche sus voces,- -ésta ya no aguanta dijo uno-, téngamela que yo la despierto-, decía el otro, el tercero me trataba de levantar. Yo me convertí en una madeja sin huesos que levantaban y se caía sin ningún esfuerzo, sentí que me iba por un hueco infinito y las voces se alejaban.

 

El zumbido de una mosca me despertó, sentí que la capucha ya no la tenía en la cabeza. Abrí los ojos con la esperanza de ver el sitio y para mi sorpresa, había una oscuridad penetrante. Mis manos estaban sueltas, pero tenía las muñecas casi cortadas por las cuerdas, el dolor era uno solo, no podía sentir sino un solo, un gran dolor por lo magullado de todo mi cuerpo, me senté en un rincón metiendo mi cabeza entre las piernas. Sentí el caballo y colocando la oreja en el muro le silbé, él me respondió con un relincho, no me sentí sola, volví al silbar, el caballo volvió a relinchar esta vez moviendo sus patas un poco nervioso, le di las gracias con una voz débil. Mi estomago crujió por la ausencia de alimento, mi voz estaba ahogada por la resequedad de mi garganta, me quede inmóvil y callada.

 

IV. EL CAMBIO DE CAVERNA - SEGUNDA TORTURA

Logre cerrar los ojos y creo que dormí o me desmayé, la verdad no había diferencia. Al despertar me sentí más sola, más sola que nunca porque el caballo no estaba, en su lugar un vacío, a sabiendas le silbe, pero no respondió me sentí abandonada. Escuche pasos, entonces me agazapé en mi rincón de siempre, se escuchó un ruido como de llaves, en el piso hacia la puerta pude ver como una línea de luz se dibujo, y unas manos metieron por un orifico unos objetos, tras el cual la línea desapareció. Me arrastre por las paredes para averiguar qué era. Con cuidado busqué los objetos nuevos y logre tomar uno de ello, era un jarro de metal, lo lleve a mi nariz, un olor de panela me hizo llevarlos a mi boca para tomar un sorbo, estaba un poco tibio, pero me supo delicioso. Me dispuse a buscar el otro bulto, mi mano tanteando lo encontró hasta tomarlo, era un pan duro o una galleta, de nuevo lo olí, era pan, viejo pero aún se podía morder, la mandíbula me saco una queja, entonces fui tomando trocitos con las manos porque morder me era casi imposible, mi cuerpo sintió alimento después de un largo rato por lo cual empezó a temblar. Demore con cada pedazo la existencia de ese manjar hasta que desapareció.

 

Sentí los cascos del caballo que era traído a su corral, esperé que se fuera el cuidador y lo silbé, él me respondió como siempre, me sentí acompañada de nuevo. Sentada empecé a inventar una canción.... " al morir yo quiero ver la noche estrellada, una luna dibujada que no me deje sentir nada".- la repetí puliendo la melodía, me dije, oye este es un buen tema, cuando estaba concentrada en mi creación, llegaron pasos de nuevo, el útero se me contrajo hasta el dolor y me quede quieta agazapada mientas me daba valor repitiendo la primera frase de esa incipiente canción. La puerta se abrió, dos o tres hombres entraron tapando la puerta que se cerró rápidamente, me quede quieta, uno de ellos con una linterna me alumbro, la luz acuchilló mis ojos que cerré por un reflejo instantáneo, sentí que mi recorría con esa luz. - Levántenla- dijo el hombre con voz de mando, - llévenla a donde el fulano, dirigiéndose a mí- ese sí que le va a sacar verdades, perra, me recorrió con la linterna, y sonriendo dijo- bueno será perrita- estos hijueputas cada vez las meten más chiquitas. Los hombres que venían con él me pusieron una bolsa en la cabeza, me amarraron las manos de nuevo y me llevaron medio arrastrada por el mismo corredor estrecho, lo que no supe fue si era de regreso y más adentro, entre los pasos y estrujones, no pude ubicar al caballo. Después de un recorrido más o menos largo, sentí la brisa de aire fresco, mis pulmones se hincharon para llenarse completamente. Dulce a hierba recién cortada, ese olor me dio un poco de alivio, el frio era menor, cuando me empezaba a acostumbrar, se abrió una puerta y de nuevo un corredor, después de un recorrido sentí que entrabamos a un salón. Me subieron la manos colgándome de algo, sin ningún pudor me levantaron hasta quedar suspendida, un dolor terrible se tomo mis hombros, mi caja toxica se comprimió entorpeciendo mi respiración. - Se acercó un hombre, con mal olor y un acento costeño fácil de reconocer. - Mira quien anda aquí-; se acercó jalándome hacia abajo, el dolor se acentuó, me habló cerca a mi oreja por lo que deduje que su estatura era importante o tal vez se había subido a un banco. Con voz socarrona y aliento amargo me dijo- mire, esto puede ser facilito o complicao, yo pregunto usted me dice lo que sabe y ya- Dónde está Hermencio?- no sé de quién habla-, respondí. Mi espalda recibió un golpe atroz como con una vara, que me arranco un grito.- Por cada pregunta y cada respuesta un golpe con esa vara infernal. - Esta sí que es rebelde- le habló a alguien que silenciosamente estaba allí y que respiraba expulsando suspiros fuertes mientras observaba más lejos. Vamos a tomar un alguito te parece, mientras ésta se hablanda. Se alejaron cerrando la puerta, allí colgada quedé inmóvil sintiendo como mis brazos de desgarraban y mi tórax luchaba por respirar, quise desmayarme o tal vez morir.

 

V. POR ENCIMA DEL DOLOR

Había perdido la noción del tiempo, ya no tenía brazos, y en lo que pensaba era en que no podía volver a bailar, en que no podía volver a tocar piano, que no podía hacerles entender que no sabía quién era el tal Hermencio. Llegaron de nuevo, mi mente se preparó para cualquier cosa, cuando menos lo esperaba recibí un golpe de agua helada;- pero la voz era distinta, firme, con acento antioqueño, preguntó;- a qué comando pertenece;- soy estudiante-, le respondí. Sentí que arrastraban un objeto grande, habían varios en el recinto deduje. De pronto me jalaron bruscamente y sentí que me arrancaban los brazos, grite desesperadamente, me dejaron caer al piso como un bulto de carne inerte y me levantaron, ahora me colgaban de los pies mi cabeza se congestionó, pero sentí alivio en el tórax,- Dígame a qué comando pertenece- pregunto con tono gritado - que soy estudiante de Universidad - grite también, y antes de cualquier cosa, sentí que me descolgaron, quedé hundida hasta la cintura en agua. Mi mente, le repetía a mi cuerpo;- aguanta, no desesperes, cuando te saquen respira profundo, aguanta eres libre, tu inteligencia te hace libre-. Mi cuerpo se fue calmando, entonces me subieron de nuevo, instintivamente mi cuerpo tomo una desesperada bocanada de aire, tosí escupiendo agua. - Dónde está Hermencio,- de nuevo preguntó. - No sé quién es ese señor, conteste; sentí en mi pierna un dolor horrible que me recorrió todo en cuerpo tensándolo como nunca, una electricidad me hizo sacar la lengua mientras gritaba desgarradoramente.- Alias de combate; -no tengo- Comando al que pertenece- soy estudiante- dónde está Hermencio- no lo conozco-. Una y otra vez, me zambulleron hasta que sentí que todo acababa, y en el último momento, me sacaron, otro choque en la entrañas, me hizo vomitar y sentí que me salía por la vagina un líquido, por el dolor del útero supe que era sangre.

 

Me dejaron colgada un buen rato, cerré los ojos e imagine cuando de pequeña me descolgaba de los árboles para tratar de volar, el olor de los cafetales me calmo y me distrajo de las quemaduras. Me quedé inmóvil había llegado el momento de suspenderme en mis sueños, me vi tocando de nuevo con mi grupo, vi el rostro de muchos a los que había amado, me despedí de mi madre, disculpándome por irme tan rápido y primero que ella. Recordé mi canción y la cante, una bofetada me convirtió el canto en gemido. Con los ojos cerrados me aparté de ese sitio, ya no sentía miedo, estaba volando para volver a mi caja de sueños así como lo hacía de pequeña.

 

Me bajaron como un bulto, me arrastraron como un pedazo de cosa molida, de nuevo el olor de hierba recién cortada y yo aferrada a volar, mientras mi cuerpo se deshacía entre los raspones de un pavimento, el piso liso de un corredor y los empujones y manos clavadas en mi cuerpo, me votaron dentro de la caverna. El silencio de nuevo fue un remanso, como pude trate de silbar, pero los labios están tan hinchados que no pude, gemí un poco, y al otro lado relincho el caballo pateando, logre sonreír, aunque el dolor solo dejo escapar de mis labios un ayy tímido pero esperanzador, el caballo me respondió, tal vez me extraño, había un ser vivo que respondía a mi llamado. Todo quedo quieto, frio, no pude moverme en un buen rato.

 

VI. LA RUPTURA DE MI SER FEMENINO

Reaccione a ese letargo en que se me habían convertido los lapsos de sobrevivencia. Sin saber qué tiempo había pasado, llevaba un tiempo largo sola, comiendo las migajas que me botaban, con la ropa hecha harapos y una pestilencia en mi cuerpo que me avergonzaba. Seguí componiendo mi canción, ....Al morir yo quiero, una espada levantada, una mano aferrada a un adiós digno y sonriente.... trabajaba en la segunda frase cuando se abrió la puerta, entre sombras, vi unos cuerpos más pequeños, eran mujeres con olor a remedio de farmacia. - Levántese- dijo una voz femenina;- me levanté, con linternas me alumbraron, cerré los ojos. Con un tono un poco amable, la que parecía dirigir, le dijo a las otras, llévenla a las ducha de atrás. Esas palabras fueron maravillosas, poder bañarme era como un sueño.

 

Con los ojos vendados me llevaron dando tumbos, llegamos a las duchas, lo supe porque el ruido del agua era inconfundible. Me desnudaron sin quitarme la venda. Una de las mujeres no pudo evitar una exclamación de asombro ante lo que vio. Mi cuerpo de bailarina y actriz ahora era un amasijo de músculos débiles y huesos adoloridos. Con una manguera me botaron agua, luego me alcanzaron un bloque de jabón que por su olor supe que era de ropa. - Tome, quítese toda esa porquería. Temblando pase el jabón por mi cuerpo que se convirtió en un escozor completo. Póngale Mertiolate en la espalda- una mujer me volteó y bruscamente me echó el líquido que me hizo gritar. Abriendo la manguera me quitaron el jabón, sentí el cabello enredado, ese mismo que siempre había tenido como buena gitana largo hasta la cintura ahora era una maraña. La mujer prendió una máquina mientras decía, -tráiganla para acá, y siéntela en esa banca. Desnuda y tiritando me sentaron en una banca fría, por cada trazo en mi cabeza sentí que mi cabello caía. Las lágrimas se me escurrieron en silencio, ya no podría trenzarlo como antes y jugar con él mientras caminaba. La moña atrás grácil de bailarina ya no tendría sentido. Mi mente surgió de nuevo para decirme,- bah, es solo cabello ese vuelve a crecer y con esta rapada va a ser más grueso- las mujeres me vistieron con un pantalón grueso una camiseta que olía a jabón barato, recordé el olor de aquel que me había secuestrado. Me llevaron de vuelta a la celda, que ahora apestaba a desinfectante de piso, mareada me senté en el mismo lugar de siempre, Las mujeres se fueron quede de nuevo sola, pero ahora con un poquito de dignidad, por lo menos está limpia de heridas resecas, orín y sangre de menstruación de varios días o meses no lo sé.

 

Mi cuerpo tomo un poco de calor, seguí inventando la canción... al morir yo quiero un puñado de agua fresca, una rama entre los dedos para sentir que estoy muriendo... entraron de repente varios hombres que a hurtadillas hablaban en susurro. - téngala rápido- uno me sujeto por la espalda poniendo su antebrazo sobre mi cuello y con la otra tapándome la boca, otro se me acercó al oído, diciendo- llegó la hora perrita- el útero se me contrajo de nuevo, con fuerza y sin escrúpulo metió su mano en mis genitales penetrándome dolorosamente, me araño por dentro mientras asesaba como un perro en celo, me revolqué como pude para tratar de sacarlo de allí, pero otro hombre me detuvo de los pies. Me zafaron la ropa, entre tirones y patadas que lograba ponerles me abrieron las piernas, gemí con una rabia insostenible, el maldito me penetro mientras decía,- téngala duro que esta arrebatada y a mí me gusta dominar las yeguas bravas-, sentí que moría, que mi cuerpo no servía, que mi mente era inútil. Me voltearon de espalda y mientras los otros se divertían conmigo, entre risas y vulgaridades, una rabia me llenó las entrañas y sin más me revolqué como una fiera, alcanzado a patear a varios de ellos, a uno creo que le rompí la cara, porque grito furioso: esta puta de mierda me rompió la jeta. Me golpearon hasta dejarme como una masa de carne manoseada. El más ardido por mis golpes se acercó diciendo- Vamos a venir cuando queramos y no la vamos a comer como queramos, porque usted nos es nada más que una puta guerrillera, una vaca con culo, tetas y hueco para que nos divirtamos,- me lamio la cara y después me escupió. Un ruido sonó a lo lejos, - rápido, debe ser mi teniente- quedé fría, teniente?- Otro entre cortado le dijo;- cállese guevón-, todos salieron estrepitosamente, quede allí inmóvil tratando de recomponer mi cuerpo ultrajado, golpeado. Ahora ya no valía la pena nada, ni siquiera las lágrimas se asomaron, me vestí tratando de quitar de mi piel ese olor nauseabundo. El caballo al otro lado pateo como llamándome, solo le respondí con suspiro que aguijoneo mis entrañas, convertida en guiñapo, asqueada me senté a esperar la muerte. Mi mente se resistió,. No te rindas , no es culpa tuya, no has dejado de ser linda, eres creativa, esos malditos no pudieron quitarte nada, despierta.... no quise seguir, pujaba para tratar de decir algo, de gritar, de llorar de algo pero desde entonces quede así pasmada, sola, convencida de que no valía nada, que no merecía nada... por qué a mí? ayy cómo duele cómo duele vivir......

 

VII. LA TORTURA DE LA MONTAÑA

Un silencio interno convirtió mi dolor en un cayo cada vez más impenetrable, decidí que no volvería sentir nada, que si me torturaban, o me violaban o lo que fuera no volvería a sentir nada, no volvería a llorar ni a quejarme. Me dedique a ubicarme y memorizar todo lo que pasaba, fría, racional y totalmente contenida, si el mundo por ser lo que era me trataba así, yo no tenía por qué afectarme, y aunque por dentro me destrozara no volvería a demostrar nada, tejí una gran mascara de guerrera invencible. Llegaron de nuevo, otra vez la capucha me dejo ciega, me llevaron a otro lado. Esta vez vendada y amarrada de nuevo me introdujeron a un carro, después de muchas vueltas me sacaron, era de noche, estábamos en la montaña, mis ojos acostumbrados a la oscuridad recorrieron el sitio, era el cerro del cable si no estoy mal. Me colgaron de nuevo de un árbol o palo. Entonces empecé a balancearme para tratar de volar de verdad y acabar con todo, varios hombres saltaron para detenerme. Abrieron mis piernas amarrándolas separadas, casi descuartizada, quede suspendida, al frente las luces de una enorme ciudad a lo lejos y yo muda, impotente, sintiendo una brisa enorme. Un hombre alto de bigotes finamente cortados se acercó y me miró por largo rato- mira linda, si que eres guapa, tu cuerpo está entrenado, se nota.- A una señal un hombre le acerco una carpeta y le alumbro con linterna, leyendo dijo- a ver, Ivonne Caicedo Ramos, cedula 41.777... blabla... a con razón es artista, doña Julia debe estar orgullosa--; al oír ese nombre me espante. El nombre de mi madre en esa boca no era algo bueno...- mire jovencita es una lástima que esas lindas piernas se dañen, sea juiciosa y conteste, dónde está Hermencio, - no lo conozco- hizo un gesto, un hombre se acercó con una especie de pistola..... a nueva señal me la colocó en la vagina y disparó, sentí que la electricidad me quemaba todo por dentro, a pesar de lo prometido a mi misma grite pero con los labios mordidos.- Veo que es valiente, esta no debería ser guerrillera, hembras así las necesitamos nosotros-; dijo mirando a los otros que rieron como gran cosa. Volvió a leer. Nació en Zipaquirá, que bueno la tierra de los guerrilleros, con razón, esta putica es como los otros,- Dónde está Hermencio dígame- No lo sé´, no lo conozco;- El hombre de nuevo me inyecto en el útero es pistola pero esta vez estaba caliente, apreté los dientes para no darles gusto, un chorro de sangre y orina me salió, el soldado maldijo mientras se sacudía el brazo; esta perra me untó de mierda;- vamos a ver, cambiemos de posición. Varios hombres me bajaron soltándome, ahora me pusieron los brazos hacia atrás, pero me levantaron de nuevo. La torcedura de los hombros esta vez me hizo gritar- dígame, cómo escaparon de Medellín, porque venían de allá verdad?- no sé de qué habla- le dije, me levantaron más y el dolor era insoportable, me mordí los labios, mis brazos hacia atrás suspendidos no tenían fuerza,- muchachos quieren una cerveza, todos exclamaron con algarabío, trajeron las cervezas y mientras tomaban, hacían bromas, yo cerré los ojos y pensé en volar de nuevo. A una señal uno de los hombres me bajo a piso aunque seguí amarrada, se bajó la bragueta y me orino, todos rieron y empezaron una competencia, a quien me podía orinarme desde más lejos. Empapada de sus orines yo seguía con las ganas de volar, y mi canción retumbaba, empecé a cantar todo lo que me sabía a gritos, los hombres se miraban tratando de hacer mofa, nunca había escuchado tan fuerte mi voz. Me rodearon y mientras lo hacía uno por uno me apagaban los cigarrillos en mi cuerpo, cada quemada era un ayyy de canto. La rabia se asomó en el rostro del torturador mayor... a una orden uno de los hombres me golpeo la cara, sentí la sangre brotar de mis labios y mi nariz se hinchó. Los demás me rodearon, tomando piedritas pequeñas empezaron a correr en círculo mientras me golpeaban con ellas con toda fuerza., empezaron a gritar;- que cante, que cante, la perra que se espante, que cante que cante, guerrillera de Castro es la amante. Miré hacia arriba y un lucero estaba allí mirándome, le rogué que me matara, le rogué que me dejara volar, le pedí al cosmos que todo acabara, los hombres se detuvieron a la orden de su comandante. Este se acercó y me dijo, sabe si usted no fuera guerrillera hasta yo me acostaba con usted, porque buena sí está, lo mire y lo escupí. Me golpeo de nuevo, lo mire fría, se bajó los pantalones y me penetro furioso, lo mire mientras lo hacía inerte, mi cuerpo no sentía ya nada. A una orden otro corrientazo me estremeció dejándome como un trapo, sentí que mis brazos se desprendieron de mi torso, el hombre se levantó los pantalones, -llévense a esa hujueputa de aquí, dígale al jefe que no dijo nada, que no me vuelvan a mandar con locas maricas de estas que uno no puede matar cuando quiere-. Me taparon los ojos y de vuelta me llevaron al calabozo. El caballo relincho al sentirme y yo lo silbe como pude, a manera de buenas noches para ti.

 

VIII LA ÚLTIMA TORTURA

Los interrogatorios fueron variados, empezaron con preguntas secas. Cuál es su nombre, número de cédula, dónde trabaja, dónde estudia, qué edad tiene, dónde está Hermencio, dónde está, cuando lo conoció, cómo planearon el secuestro. Yo respondía que no sabía nada, que mi nombre era Ivonne Caicedo, que era artista, que no conocía al tal Hermencio, que no sabía de qué me estaban hablando, que no sabía por qué estaba allí, que por favor me creyeran. Cada torturador nuevo, nuevas estrategias de maltrato. Terminé colgada de los brazos, empapada en agua fría y penetrante, con los labios rotos, los hombros casi dislocados, la cabeza llena de huellas y cicatrices. Entonces hice uso de mi inteligencia, descubrí que cuando contestaba de una forma distinta a las preguntas, la golpiza era mayor; desde ese momento, a cada pregunta una respuesta dicha exactamente igual, sin expresión emocional, pero con mucha relajación. Empecé a sentir que mis pulmones enfermaban por los ahogamientos a los que me sometían. Mi cuerpo apestaba a sangre, sudor, barro y heno pútrido. Mis oídos, hechos para la música, hicieron uso de su memoria, reconociendo cada sonido, su ubicación y su distancia. Percibí y reconocí fácilmente la cercanía de caballos. Supe entonces que me hallaba en un batallón de caballería. Cada hora se repetían las rutinas de los reclutas.

 

Los entrenamientos matutinos me avisaron que era de madrugada. Sentí pasos acercarse a mi celda. Un hombre de uniforme, seguido de otros, entró con linternas.

 

–Levanten a la prisionera. Cabo Ramírez, en diez minutos la espero preparada.

 

El hombre, aturdido por el frio de la guardia, asintió firmemente, con el saludo característico para un superior. El coronel, haciendo una seña, ordenó a dos soldados que le ayudaran, ya que se me dificultaba levantarme sola. Los soldados trataron de hacerlo, pero mi orgullo pudo más, no quería que me tocaran. El oficial, antes de salir, se dirigió hacia mi:

 

-¿Sí ve lo que usted se gana por terca?, además, usted sabe, una mujer joven entre tanto macho provoca cosas; es mejor que colabore, y pronto.

 

Me revisó con una linterna de pies a cabeza, descubriendo el lamentable estado en que me encontraba.

 

–Cabo Mendoza, dígales a las enfermeras que pueden entrar- El soldado acató las órdenes y pronto entraron dos enfermeras a la celda.

 

–Llévenla al ala norte sin que se note, que se bañe y denle ropa limpia.

 

Me sacaron vendada. Mis oídos atentos reconocieron, a lo lejos, el relinchar de varios caballos. Entramos a un edificio o algo así, que tenía un corredor con eco grande que acentuaba las pisadas firmes de los soldados. Hacía frío. En mi oído derecho sentí el rebote sonoro de nuestros movimientos: era claro que había un muro, posiblemente de ladrillo. En mi oído izquierdo sentí la levedad de los sonidos de un campo abierto y, más allá, el trote y cantos de milicia: los soldados se entrenaban en campo abierto; por la dirección de estos sonidos deduje que había una ventana alta. El piso era de baldosa pulida, lo sentí en mis pies descalzos mientras recorríamos el corredor. Nos detuvimos. Después de entrar a otro cuarto, me quitaron la venda, no pude abrir los ojos, porque la luz de neón aguijoneó mis pupilas arrancando de mi garganta un quejido agudo y ahogado. La voz, por de más amable y femenina, de una enfermera, me dijo:

 

-Entre al baño y quítese la ropa- Traté de cerrar la puerta, pero fui detenida.

 

-No puede estar cerrada por órdenes de mi coronel.

 

Me desnudé y con los ojos entreabiertos busqué la ducha. El agua cayó sobre mi cuerpo helada, recibí una esponja llena de jabón granulado que, por su olor, deduje que era para lavar ropa. Aunque bañarse de madrugada con agua helada no es placentero, en ese momento fue lo más maravilloso que me pudo pasar. Limpié mi cuerpo lo mejor que pude, pues las heridas y magulladuras habían convertido mi cuerpo en un solo dolor permanente. La enfermera me alcanzó una sudadera que olía a limpio, me la coloqué. Al salir del baño, sentí mis ojos hinchados y ardientes. La enfermera empezó una revisión completa, desinfectó raspones y heridas curando las más profundas. Cosió mi cabeza en varias partes. Estaba amoratada por los golpes y el frío, casi no podía hablar por la hinchazón de mis labios. En ese momento, entraron un hombre de civil y otro uniformado que, por la reacción de la enfermera, debía ser de alto rango.

 

–Mi coronel, la… pri…-, se detuvo, al ver la reacción de su superior, para luego continuar: -… ya está lista.

 

El coronel se acercó a mí diciendo:

 

–Vamos a charlar un rato en otro lugar. Entraron dos soldados que me esposaron llevándome nuevamente a ciegas a otro sitio.

 

El interrogatorio, en esta ocasión, empezó de una manera insólita. El hombre de civil se sentó frente a mí, separado por una mesita. Abrió un libro y leyó una cita que reconocí, el libro era el I Chin y la cita había sido escrita por Borges. Respiré para prepararme por lo que se venía; este cambio de estrategia era demasiado sospechoso. El hombre, en tono muy cordial, prosiguió diciéndome:

 

-¿No le parece que este libro es una maravilla?-, esperó mi respuesta la cual nunca le di.

 

–Bien, tal vez le guste más éste-, dijo, sacando un texto bastante conocido por mí, era la Poética del agua, de Gastón Bachelard. Me mantuve en silencio sin expresar absolutamente nada. El hombre leyó un título de los últimos capítulos del libro:

 

Las aguas profundas en la poética de Edgar Alan Poe”.

 

-Qué cosas se inventan los artistas, ¿no le parece que es muy original este título?

 

Seguí impávida, esperando a que siguiera mostrando sus cartas. Me miró a los ojos tratando de descubrir mi juego: seguí en un estado totalmente inerte.

 

–Veo que usted es muy inteligente, y, a mí, la verdad, me encantan los inteligentes, especialmente las mujeres; vea, las cosas son sencillas, si usted nos dice todo, la premiamos y se va a su casita tranquilita, es más, le aseguro que en la universidad usted pasa su semestre porque lo pasa, yo se lo garantizo, así queeee…, ¿qué me dice, colabora?

 

Ante mi silencio decidió empezar el interrogatorio de costumbre con algunas variaciones como:

 

¿Usted pertenece al partido comunista?

 

-No, jamás.

 

-¿Conoce a Olga Ramírez?

 

-La vi una tarde de sábado en la sede de ensayo de mi grupo.

 

-¿A qué fue?

 

-No lo sé, habló con su hermano en la segunda planta.

 

-¿Iba sola?

 

-No, la acompañaba un hombre.

 

-¿Cómo se llamaba?

 

-Se presentó con el nombre de Pablo.

 

-¿Usted lo conocía?

 

-No, nunca lo había visto.

 

¿Cuánto lleva usted en el grupo musical?

 

-Desde el 78- contesté.

 

¿Y qué hace una joven como usted en ese grupo de comunistas?

 

-Investigar y tocar música indígena.

 

-La verdad que sí son buenos, para qué, debo confesar que es el mejor grupo que he escuchado, cómo será lo que me gusta que tengo todos sus discos y los oigo a menudo-. No me inmuté.

 

–¿Sabe?, yo como que le creo. Cuando recuerde algo nuevo, yo vuelvo, ¿ah?, además, porque quiero que me regale un autógrafo.

 

Diciendo esto, se retiró con una calma enfermiza y cínica. Me quedé sola por un rato, el frío me hacía doler los huesos. Más tarde, entró una enfermera con un tinto:

 

-Tome para el frío.

 

Mientras tomaba el café, la enfermera me interrogó:

 

-Dígame si algún guardia la ha manoseado.

 

-No, contesté secamente.

 

-Mire, sea inteligente, dígales lo que quieren saber y no pasa nada.

 

–No sé nada más de lo que he dicho.

 

Se levantó dejándome con los últimos sorbos del café. Pasó algún tiempo y llegaron hasta mí los soldados guardianes quienes tapándome los ojos me devolvieron a la celda. Nuevamente, en la oscuridad, me dediqué a inventar historias y canciones que memorizaba, con la esperanza de poder realizarlas algún día. No tenía idea de que, a la madrugada siguiente, me sacarían esposada y vendada para subirme a un carro, el cual después de dar muchas vueltas se detuvo. El oficial dijo:

 

-Bájenla.

 

Sentí un manojo de manos y dedos que me arrastraban fuera del carro. Una voz rígida y autoritaria me dijo al oído:

 

-Mire, la vamos a dejar aquí. Esta vez tuvo suerte, pero le aseguro que si cuenta algo, su mamá será la primera víctima, seguida de todos los que más quiere, incluyendo a su noviecito, ¿oyó? Cuando le quitemos la venda se va a quedar con los ojos cerrados hasta que sienta que el carro se alejó bien, de lo contrario un soldado le va a disparar justo en la frente.

 

Me arrodillaron y me quitaron la venda. Cerré los ojos frenéticamente, mientras sentía que el carro se alejaba. Un silencio matutino me rodeó, y, poco a poco, muerta de miedo, empecé a abrir los ojos. Estaba sola, y sobre todo libre. Vestida con ropa de hombre, estaba parada en la mitad de la nada. A lo lejos, venía un hombre con su mochila de trabajo, más de cerca pude ver que era un obrero. Me acerqué a él:

 

-Señor, es tan amable…, ¿me podría llevar a una dirección?, le aseguro que allá le pagan el taxi.

 

El hombre me observó, tal vez mi aspecto era muy lamentable y el dolor me marcaba en el rostro una verdad que gritaba. Yo creo que era un arcángel, porque sin reparar, me contestó:

 

-Apóyese en mi hombro, señorita, no se preocupe que yo la llevo. Gentilmente me ayudó a caminar, los ojos me dolían intensamente, y, mientras buscábamos un taxi, se atrevió a preguntar:

 

-Qué le pasó, su merced, es que la atracaron?

 

-Sí, sí, señor- contesté con voz entrecortada.

 

–Ay, que Dios los perdone, porque no hay derecho que a un angelito como usted le hagan esto-, dijo, impresionado.

 

Hizo parar un taxi que nos llevó a mi casa.

 

Tres meses después salía exiliada, con todo el grupo de música, en una gira artística, que fue publicitada para justificar la ausencia de todos nosotros, por 6 meses, ante las protestas de la gente que supo que fuimos apresados por ser unos artistas que defendimos la causa indígena y que por ser tan visibles pudimos salvarnos. El avión partió a las 6:30 rumbo a Europa, sin saber si podríamos volver a ver a nuestro país, un territorio invadido por la infamia y la corrupción.......