La Habana, Poesía en movimiento

Por Nora Carbonell M.

Mayo, 2021

 

Un aire de irrealidad

 

A partir de su historia, las narraciones de sus visitantes y lecturas como Crónica de la ciudad de La Habana, de Eduardo Galeano, concebía esa capital como una maravillosa congestión de aromas y sonidos caribeños, mojitos y espléndidos cuerpos siempre a punto de un pase de son; una ciudad que reflejaba la resistencia y la esperanza de un pueblo excepcional. Así pues, hace tiempo tenía el nombre “LA HABANA” escrito en mi cuaderno de itinerarios. Y si mi visita a esa ciudad se efectuaba dentro del marco de un festival de poesía, yo sería una favorita del destino…y llegó la ocasión, después de muchos aplazamientos. 

 

La UNEAC –Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba- me escribió para invitarme al XX Festival Internacional de Poesía en la Habana. En la carta me informaron que se realizaría entre el 22 y 29 de mayo en la sede de la UNEAC ubicada en el barrio Vedado; sin dilatar más la decisión, preparé mi equipaje y emprendí el viaje hacia la isla. 

 

 

 

 

Al bajar del avión, en el aeropuerto de sillas y paredes rojas, me enfrenté a una conocida sensación de inconformidad: el mismo calor que hacía en Barranquilla por esos días –a finales de mayo pasado- y tediosas filas hasta para comprar un helado… Además, me desesperó la dificultad para la comunicación telefónica. A los tres días, al fin pude conseguir una llamada internacional con una señal más o menos clara, y entonces, advertí a mi familia que volvería a saber de mí, una vez regresara a Colombia. Después de hacer esa precisión para los demás y para mi conciencia habituada a la ininterrumpida conexión actual, me concentré en el Festival y en la poesía de las calles habaneras. 

 

Encontré tal/dicha poesía en la majestuosidad de su construcciones coloniales y neocoloniales, algunas pintadas con los colores del trópico; otras, mustias por la pátina del tiempo y el abandono; en el Centro Histórico de La Habana Vieja, declarado monumento nacional por el Gobierno Cubano en 1976 y Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1982, los turistas son una romería del asombro, con sus pieles y cabellos de todas las tonalidades: los jóvenes con sus morrales en la espalda y los otros, mayores o con más recursos, alojados en lujosos hoteles. Nimbados todos por un aire de irrealidad.

 

La poesía descontextualizada de los almendrones o autos construidos entre 1920 y 1950, rueda en sus motores poderosos y carrocerías de níquel y plomo, destartaladas algunas y otras relucientes, como símbolo de la resistencia del pueblo cubano. 

 

 

 

En las callecitas del centro, bares, restaurantes, en la Plaza Vieja, la de Las Armas o la de San Francisco; en todas partes, grupos de músicos con sus voces y melodías cadenciosas nos hacen olvidar el calor agobiante y la escasa variedad de platos ofrecidos en los restaurantes populares. Porque si se quiere conocer la verdadera Habana hay que hospedarse en una casa de familia -autorizada por el Estado para este servicio- y fraternizar con su gente en las calles. La señora en cuya residencia me quedé, me contaba durante los desayunos preparados con afectiva diligencia, que había sido la primera directora de la Casa-museo Lezama Lima y me narraba interesantes anécdotas sobre esa experiencia. Una aseadora de la mansión donde funciona la sede de la UNEAC en La Habana, me relató que aquella casa era de un marqués que enloqueció hasta suicidarse cuando se la expropiaron. Un anciano, sentado a mi lado en una banca de la Fragua Martiana-sitio que fue una cantera en la que José Martí estuvo prisionero- me dijo con ojos emocionados, que había conocido al Che Guevara y que recibió de sus manos un vaso de leche, en un encuentro revolucionario. Las leyendas, fantasías y realidades que nos cuenta la gente nos ofrece una versión distinta, más emocionante que la que leemos en textos bibliográficos o digitales. 

 

Y la poesía se desliza por el malecón: de día, con el mar increíblemente azul, y de noche, con los jóvenes que hacen de esta zona, su lugar de expansión; allí bailan, cantan, toman sorbos de ron habanero y encuentran la amistad y el amor. En aquel lugar socializan sus sueños o se despiden de ellos. También, la poesía zigzaguea por la zona de Cayo Hueso que inicialmente fue un barrio de tabacaleros y hoy es un referente cultural de Centro Habana. La religión, la santería, la pintura, la percusión, el baile…Todo se concentra en callejuelas que son el epicentro de la cultura afrocubana de la ciudad.

 

La poesía de las calles habaneras es abundante y eterna como para pretender agotarla en las líneas de este texto.