La era de la adolescencia
Por Andrés Santiago Beltrán Castellanos*
santiagobeltran23@gmail.com
Septiembre, 2021
Occidente, esa mezcla de cultura grecorromana y religión judeocristiana que configuró Europa y que para mantener la hegemonía ocultó los aportes orientales, musulmanes y los dados a partir del encuentro con América: se propone como locus de enunciación y sostiene la preeminencia de una razón que, a pesar de haber sido golpeada por la emergencia de los discursos posmodernos que desnudan los peligros de esta, entre los que se encuentran las dos Guerras Mundiales, el fascismo y el estalinismo; continua vigente en la exaltación de las teleologías desarrollistas implementadas para imponerse sobre algunos países controlando su economía, pero ante todo, la subjetividad de sus gentes que en vez de cuestionar el sometimiento, anhelan convertirse en ciudadanos dela metrópoli. La mancha de la tierra sigue acusando las conciencias al igual que en el periodo colonial.
Esta perspectiva positivista que hasta el último tercio del siglo XX mostró al adulto como el estadio superior en la realización personal, presentó a la niñez y la adolescencia como etapas previas a la plenitud, y la senectud, como un declive, un volver a ser niño bajo la custodia de los hijos hechos adultos. Convertirse en adulto no siempre fue una meta, Séneca, un destacado estoico del primer siglo de nuestra era, les aconseja a sus discípulos que se apresuren a ser viejos, no solo cronológicamente, sino en el control de las pasiones para dar tranquilidad al alma. De este modo, la adultez se presentó como una etapa a superar para algunos pensadores de la Antigüedad.
El anciano es, por tanto, quien goza de sí mismo, y el punto al que llega la vejez, si ha sido bien preparada por una larga práctica de sí, es el punto en el que el yo, como dice Séneca, se alcanza por fin a sí mismo, donde uno se reúne consigo mismo y mantiene consigo una relación consumada y completa de dominio y satisfacción a la vez. (Foucault, 2006, p. 115)
En muchas comunidades ancestrales, la vejez se propone como meta, solo los años dan la sabiduría para brindar el buen consejo. En las culturas orientales, ante todo budistas, los ancianos son respetados por estar más cercanos a los muertos y pronto iniciar un proceso de reencarnación. En estos casos, la vida es una preparación para la vejez, etapa que no se observa con la lupa de la improductividad económica que hace obsoletos a los seres humanos, sino del aporte social que realizan al transmitir conocimientos y experiencias.
El adulto debe estar en capacidad de hacerse cargo de sí mismo y de una familia, por tanto, también es una apuesta patriarcal, debe cuidar y orientar a unos hijos y a una esposa que pasa de ser propiedad de su padre o hermanos a la suya, de ahí, el tan molesto, pero necesario “de” que se ubicó en la cédula de las mujeres luego de casadas y que muchas lucían orgullosas para evidenciar que tenían quien las respaldará en una sociedad en la cual una mujer soltera se encontraba desprotegida. La fiesta de los 15 años fue durante mucho tiempo el acontecimiento que marcaba ese intercambio de dominio: el rito del cambio de la zapatilla simbolizó el tránsito de niña a mujer y la apertura de la subasta en la sala de la casa de la futura ama de casa, lugar donde se escuchaban las mejores ofertas bajo la estricta observación de sus padres.
El modelo adultez cede frente a la postulación de la adolescencia como meta de la actual economía de mercado que ha configurado un arquetipo de individuo que privilegia lo pulsional e irreflexivo de esta etapa de cambio donde los seres humanos maduran sexualmente. Hoy, se privilegia el consumo de experiencias: un viaje tiene mayor valor simbólico que la compra de bienes materiales; aunque no se disfrute plenamente ante la preocupación de obtener la codiciada foto que dará likes en el estado de WhatsApp, Instagram o Facebook. Como buen mochilero, el adolescente no desea ataduras, por eso los hijos se evitan a toda costa, se cambia fácilmente de compañero de viaje y se recorre los cuerpos como un explorador al cual no le interesa asentarse, pero sí, dejar huella.
La configuración de los espacios se dispone para consolidar este modo de vida, falta con hacer una rápida revisión a la oferta de vivienda en el Centro de la capital, el apartaestudio se ha impuesto como modelo habitacional, un espacio cada vez más reducido, en muchos casos más parecido a la alcoba de un motel que a un hogar. Los subsidios de vivienda que fueron desplegados para impulsar la economía mediante la entrega a un núcleo familiar de un inmueble que será para una persona al finalizar la hipoteca, en la actualidad reconocen la familia unipersonal, condenando a pagar durante al menos 15 años (en muchas ocasiones hasta 30 años),un lugar para permanecer en solitario.
La vivienda de interés social ata a los sujetos a un espacio de por vida, de acuerdo con los ingresos sustentados, se otorga el subsidio de vivienda bajo la garantía de cumplir a cabalidad el saldo restante mediante un préstamo bancario. Para los menos afortunados, la habitación que han ocupado durante varias décadas será el epicentro de los furtivos encuentros, por ello, será dotada con Netflix para atraer a la conquista de turno y cortinas oscuras por si los padres llegan antes de tiempo.
Referencias bibliográficas
Foucault, M. (2006). La hermenéutica del sujeto. México: Fondo de Cultura Económica.
______________________
* Andrés Santiago Beltrán Castellano, es integrante del Colectivo pensamiento pedagógico contemporáneo