El arte de hacer arte y otras pandemias

Por Jorge Valbuena Montoya 

Junio, 2021

 

 

¨La llamada música de las tribus salvajes no es en realidad arte ni desde el punto de vista del entendimiento, ni desde el punto de vista del oído. Su estado más bajo es mera expresión de pasiones mediante aquellos sonidos que la pasión misma exige.¨

Samuel Taylor Coleridge

 

 

En medio de la incertidumbre alguien ha puesto una sinfonía en el centro de su encierro, le sube el volumen para que esa poesía que ruge en el fondo de la historia canalice su vocación de libertad; en otra latitud alguien lee un cuento en voz alta, re-significa su lugar en el universo, apaga los noticieros y suspira metáforas; un piso más abajo alguien pinta una hilera de caracoles cruzando un incendio, se detiene en los detalles del camino, indaga el color que tiene la lluvia atrás del fuego; en el otro barrio un vecino se ha dado a la tarea de fotografiar su jardín, hasta el polen de las madrugadas, y brota de sus días una colección de acontecimientos en la artesanía de su cosecha.

         Son infinitas las posibilidades en las que el arte se manifiesta en escenarios comunes, incluso de forma desapercibida cruza frente a nuestros ventanales en silencio, pero con una imperturbable condición de vida. Durante estos tiempos de pandemia y crisis colectiva, se ha revelado claramente la necesidad y el lugar del arte en su diversidad, suscitando opiniones alternas ante los argumentos neoliberales que insisten en ubicar este escenario de nuestras expresiones en una urgente ¨necesidad¨ de comercialización y ¨sello de aduana¨ que estratifica y divide la relación natural del ser con las expresiones del arte. 

         En esta lógica imperante el arte y la cultura se convierten en un simple objeto de consumo, un engranaje que se usa para incentivar la industria y el comercio local y global; se tergiversa su condición esencial de expresión humana por el de producción en masa; el de contemplación y reflexión por el de espectáculo; y el de crítica y creatividad por el de espectador, difusor; la de artista por la de emprendedor cultural. Arte y cultura puestos al servicio del modelo económico, una herramienta eficaz para atraer compras, ventas y divisas, una estrategia de marketing viable para sustentar la compra y venta, aunque sea solo pensado para el crecimiento industrial y no mejore las condiciones del arte, de la cultura, ni la de los artistas.

         Ante esta situación e intención actual, el arte manifiesta su condición natural, como algo innato a la vida; pienso en su similitud con un bosque que se tala de forma inmisericorde para generar un negocio productivo, pero las aves, los animales, la tierra, el hábitat natural de ese territorio sigue manifestando su esencia vital ante los daños irreparables, la vida sigue latiendo. De la misma forma he visto crecer estos bosques de expresiones infinitas durante estos meses de pandemia, siempre han estado ahí, pero el bullicio de la sociedad de consumo no deja escuchar ni atender esa magia diversa porque ¨eso no vende¨. El re-inventarse, concepto altamente trajinado en estas épocas, también ha obligado a revisar el lugar que ocupa el arte en una cultura, su función y necesidad de expresión, transformación y memoria, y no solo su utilidad servil. 

         La escritora e investigadora Irmgard Emmelhainz, reconoce que: ¨Bajo el neoliberalismo, el arte en particular, la cultura en general y la creatividad como herramienta, aparte de tener un papel predominante en la producción y consumo, son usados activamente como herramientas de compensación y mejora. Con el neoliberalismo, el subsidio corporativo a las artes ha aumentado en detrimento del patrocinio de Estado, privilegiando el “arte útil”, que es la antítesis del arte autónomo. Esto quiere decir que se le ha dado una función tanto económica como política a la producción de arte: por un lado, corporaciones y Estados invierten en cultura y lo que ellos consideran “útil” para avanzar sus agendas.¨

         No logro imaginar el arte en los momentos más importantes de la historia determinado por un ¨Arte útil¨ o una ¨Economía naranja¨… los grabados de Goya, las sinfonías de Beethoven,  el diario de Ana Frank, el destino de Alonso de Quijano, la poesía de Ajmátova, la danza de colores de Van Gogh, el teatro de Grotowski, la soledad de Bohumil Hrabal, el esplendor de Macondo, los retratos de Nazim Hikmet, las canciones de Bob Dylan, los telares de Violeta Parra, y las infinitas manifestaciones de la condición humana que nos han definido a lo largo del tiempo, arte universal que ha quedado vigente como reflejo de todos los que somos y los que hemos sido, los rostros y las cicatrices que han trazado nuestro paso por el mundo, templos vitales de memoria. ¿Qué hubiera sido de todo este arte bajo la condición utilitarista de una economía naranja? ¿Qué hubiera pasado con la humanidad si se cobraran impuestos y rentas por crear, por difundir una obra, por ser artista? ¿El arte es una necesidad o una utilidad?

         Diversión, consumo y entretenimiento, son categorías que enmarcan los imaginarios impuestos para reconocer el arte y la cultura en estos tiempos, como otra pandemia de la cultura depredadora; estas intenciones quieren desconocer las facultades críticas y autónomas que tiene el arte por naturaleza, porque el arte es transformador, transgresor, sugiere cambios, reflexiones, contrastes, tiene criterio, y así lo ha evidenciado la marcha de la historia. En sus tesis sobre estética Theodor Adorno había alertado sobre esa notable desigualdad frente al acceso y reconocimiento de las artes, esa aparente estratificación ante el acercamiento a las artes, usado con un carácter de presunción y distintivo de clases sociales, pero también puso en evidencia la forma en la que surgen de forma espontánea nuevas alternativas creativas ante las dinámicas sociales, como es el caso del surgimiento y desarrollo del Jazz, la juglaría, entre otros. 

         La relación con el arte no suponía una posesión, sino lo contrario: el sujeto no poseía a la obra de arte, sino que desaparecía en ella. Antes de la total manipulación de la mercancía artística, el sujeto debía olvidarse de sí mismo y perderse en ello. La identificación a la que tendía como ideal no consistía en igualar la obra de arte con él, sino en igualarse él a la obra de arte (ADORNO, 1983: 31), en estirarse, en un esfuerzo que le hiciera merecedor de la obra contemplada. Pero la industria de la cultura trabaja de otra manera, y exige o impone otra relación: la obra de arte será considerada un mero vehículo de la psicología de quien la contempla. Y todo aquello que la obra de arte cosificada ya no puede decir, lo sustituye el sujeto por el eco estereotipado de sí mismo que cree percibir en ellas. La industria de la cultura hace aparecer el arte como algo que es cercano al hombre, algo que le obedece. (DEL REY MORATO, JAVIER, Adorno y la crítica de la cultura de masas, 2004)

          La pandemia por la que atravesamos ha vuelto a abrir este debate, la forma difusa en que han insertado en el imaginario colectivo  el sentido de la cultura y el arte, ante cada expresión espontánea, ante cada forma en que la cultura popular se ha tomado las redes y los escenarios de la nueva tecnología, que evidencian un contraste entre la búsqueda de obligar al arte a servir a una lógica industrial bajo el lema del ¨emprendimiento¨, y la capacidad natural y espontánea que tiene el arte para ser crítico y transformador ante todas las circunstancias individuales y colectivas. 

         El propósito neoliberal de convertirnos en espectadores antes que en creadores y recreadores del arte se desintegra ante las sinceras manifestaciones creativas de la humanidad, que devuelven la esperanza, el abrazo, la motivación, la unidad cultural, logros que no venden, no se vinculan a las intenciones de acaparamiento de la industria, pero generan cambios y quitan la máscara a la tecnificación y dinámica maquinal en que quieren convertir las artes y la cultura en general, como quien quiere domesticar el amanecer, un árbol, patentar el arcoíris.

         Nuevos aires se acoplan al vaivén de estas circunstancias, ¨El arte¨ parece estar en un entorno de espontaneidad que subyace a la condición humana mientras, en contravía, se encuentran las ¨Bellas Artes¨, que, desde un marco actual de normatividad y legalidad académica y acartonada, pretenden agregar vías y funciones únicas, definir las rutas del arte, sus utilidades, el engranaje formal que tendrá en la nueva economía global, ignorando y desconociendo las expresiones diversas que surgen desde la transgresión estética, característica fundamental del arte, que por más empaques y marcos de mercado que se le impongan a estas manifestaciones, siguen teniendo esa digna libertad propia al devenir del tiempo y la humanidad, que desde una justicia silenciosa brota del ser en todas las épocas. Veremos con el tiempo en qué se transforma esta intención de uniformar el arte y hacerlo útil solamente a los intereses mercantiles. Amanecerá y contemplaremos.