Jojo Rabbit

Por Mayra Alejandra Ovalle

noviembre, 2020

Deja que todo te pase, la belleza y el terror,

solo sigue andando, ningún sentimiento es definitivo. 

Rilke.

Hace una tarde hermosa. En mi computador, unas manos blancas y delgadas hacen temblar las cuerdas de un guqin, la música que surge parece de seda y los cuerpos y objetos que inundan mi espacio desean flotar. Llueve, no ha parado desde anoche, la sala huele a café y el humo que se eleva desde la taza empaña levemente la ventana. Sobre mi escritorio hay algunos libros, hojas medio arrugadas en las que habita un ensayo que escribí hace unos días para la academia y la libreta con mis notas sobre una película. Me doy cuenta de que estos dos últimos, el ensayo y la película, hablan del mismo tema y con cierto aire alegre, con tono solemne (ese que asumimos cuando parece que descubrimos algo, cuando parece que de repente tenemos acceso a una revelación), entiendo que las cosas de las que hablamos, las historias que contamos, los libros que leemos y recomendamos, las canciones que escuchamos, las películas amadas, las pinturas pertenecientes a frecuentes recuerdos y las fotografías que amenazan con superponerse a los paisajes cotidianos son solo excusas, recursos a los que acudimos para pensar o hablar no de la obra sino de otra cosa, de algo muchas más íntimo que nos sucede. Es como si miráramos al sesgo a la obra y tomáramos la apenas la parte que nos recuerda lo que verdaderamente nos importa: las cicatrices a las que nos aferramos, el dolor al que le impedimos marcharse, las ideas que con olfato canino buscamos y perseguimos en lo otro. En este último tiempo persigo ideas sobre el mal, mi excusa ésta vez es la película Jojo Rabbit.

Jojo Rabbit es una película con tintes de sátira e intenciones cómicas, dirigida y escrita por Taika Waititi, estrenada a finales del 2019. Está basada en el libro Caging Skies de Christine Leunens. Su ubicación temporal se corresponde con la última etapa de la segunda guerra mundial y cuenta la historia de Johannes Betzler, "Jojo", un niño alemán que admira y se siente sumamente atraído por las ideologías del partido Nazi, al punto que su amigo imaginario es nada más y nada menos que Hitler, en este caso un personaje curioso que ridiculiza la figura del dirigente alemán. El chiquillo vive con su madre y con la sombra de un padre ausente quien supuestamente sirve en el frente italiano. También habita por allí una hermana desaparecida por razones desconocidas. 

A los diez años se une al grupo de juventudes hitlerianas en donde espera recibir entrenamiento y educación sobre la ideología nazi y técnicas de guerra. En su primer campamento, otros integrantes del grupo, mayores y al parecer a cargo de la lección del día, le piden a Jojo que le rompa el cuello a un conejo para que demuestre su valor y la capacidad para asesinar judíos. Jojo es incapaz de realizar tan cruel acción, así que, huye del grupo, en medio de burlas y gritos. Durante aquellos días, Jojo sufre un accidente que le deja importantes cicatrices en su cuerpo infantil.

En este punto, nos encontramos con el primer giro de la historia. Un día, Jojo regresó a su casa y no encontró a su madre, sin embargo, unos ruidos en el piso de arriba lo inquietan. Al seguirlos, descubrió a Elsa, una adolescente judía a quien la madre de Jojo había ocultado en el ático. Este, como es de esperarse, resultó ser un encuentro sumamente conflictivo para Jojo, teniendo en cuenta las ideas que perseguía con ímpetu. Mientras hablaba con Hitler, su amigo imaginario, intentaba hallar un plan para entregar a la muchacha a los nazis sin que su familia se viese afectada por la situación. Teniendo en mente aquel fin, Jojo se acercó a la chica, primero con la intención de que ella le contara todos los secretos sobre la raza judía, a quienes el muchacho veía como seres extraños, malignos y con poderes sobrenaturales. 

En la medida en la que la película avanza, descubrimos que la madre de Jojo es una aliada importante de los judíos y al parecer también lo es su padre. Por esta razón, ella es ahorcada en medio de la plaza y el niño la encuentra por casualidad. Esta es una de las escenas más conmovedoras de la película. Jojo se abraza al cuerpo de su madre y llora. Luego, a través de un gesto que solo puede simbolizar amor, en medio de lágrimas, le ata los zapatos a ella quien yace colgada junto a otros cuerpos. Regresa a casa con la intención de asesinar a Elsa, pero solo le causa una pequeña herida y sucumbe en el llanto y el dolor por la pérdida. La joven judía procura consolarlo. 

Tras la muerte de su madre, Jojo queda junto a Elsa e intenta velar por los dos. Luego, de esto, suceden varias cosas rápidamente. El niño se encuentra en la calle con su segundo mejor amigo, quien lleva armas para hacer frente a la llegada de los militares soviéticos y estadounidenses. Aquí Jojo, quien ya ha descubierto las ideas de su padre y ha aceptado que su compañera judía es tan humana como él, se da cuenta de que Hitler se suicidó. Queda claro que Alemania perdió la guerra, sin embargo, el chico le miente a Elsa para evitar que se marche. Le dice que fueron ellos los ganadores. Tras esta escena, Jojo la convence de que encontró la forma de ayudarla a escapar de allí, en la puerta le ata los zapatos a Elsa y al salir, ella se da cuenta de que fueron los aliados quienes ganaron. La película termina con una escena en la que ellos bailan y celebran la nueva libertad de Elsa.

Hay varias cosas que quiero resaltar de la película. Sobre la propuesta estética que es la gran carta narrativa del director, me parece que resulta ser una herramienta poderosa. El color de las escenas, varía entre tonos pasteles e intensifica otros colores como el rojo, el cual pasa a ser casi vino tinto. Un recurso similar al utilizado en algunas películas de Wes Anderson. La construcción de los espacios y los personajes principales, también son aspectos que resalto ya que dotaron a la obra de un estilo delicado y agradable. No obstante, me parece que la postura crítica que se logra evidenciar en los primeros minutos de la cinta decae, lo que posiblemente evita que esta no sea una película inolvidable, es una película entretenida.

Pero de esto último, por ahora no quiero ocuparme. Hasta aquí, me he limitado a repasar algunos de los hechos más importantes de la película y he hecho un breve énfasis en ciertos aspectos técnicos que me interesaron. Ahora, deseo que pensemos un poco en esa idea que al inicio les conté que era la verdadera razón por la que acudía a Jojo Rabbit. El mal en esta película se presenta de manera cómica, lo cual aligera el tratamiento del tópico pero me parece que no lo aborda con profundidad. Aun así, me interesa es que los personajes malos, en medio de la comedia son dotados de cierto aire ridículo o extraño. Esto conduce a que caigan en el lugar común de nominar a los malos bajo categorías que en alguna medida los separan de lo ordinario. Es como si se dijera que son esas las características de la maldad, no hay cabida a variaciones o a contradicciones. Los malos sí o sí cumplen con un arquetipo específico y marcado que contrasta con los buenos. Solo hay entonces dos posiciones; dos bandos. No obstante, sabemos que la división entre el buenos y malos pertenece a un discurso mandado a recoger. 

Desde hace ya varios siglos atrás se viene explorando el mal desde la postura en la que se reconoce que el ser humano es dominado por impulsos duales. Diderot pensó al hombre como alguien que siente y que puede ser malo o bueno. Un sujeto que se mueve entre dos fuerzas o categorías —gracias a los griegos y a Nietzsche las conocemos como lo apolíneo y lo dionisiaco— que por ser opuestas están siempre en tensión, en una constante lucha. En El origen de la tragedia (2013), Nietzsche compara el instinto apolíneo con el ensueño y lo dionisiaco con la embriaguez. El primero, que proviene de Apolo,  dios del sol y de la luz del espíritu, representa la belleza, la perfección, la armonía, las artes y el amor, en otras palabras, el bien. El segundo, proviene de Dioniso, dios del vino, el éxtasis y la locura, en otras palabras, el mal.  También Socrátes en el Fedón (1983),  — ¿o será mejor decir Platón? — acude al mito del carro alado para apenas acercarse a la concepción del alma. Allí también entra en juego el auriga, quien simboliza a la razón y los caballos que son dos fuerzas, una que representa la parte concupiscible (los placeres irracionales e inmediatos) y la que representa la parte irascible (los placeres racionales). 

Lo anterior, muestra un pequeño panorama de lo que venía diciendo y es el hecho de que el hombre es tanto bueno como malo. Esto irremediablemente me conduce a las ideas de Hannah Arendt quien hace tiempo estuvo pensando en el mal y lo categorizó como banal en su libro Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal (2009). Este libro, fue escrito por la escritora judía mientras era periodista del The New Yorker, justo después de la segunda guerra mundial, cuando se estaban llevando a cabo los juicios contra quienes estuvieron implicados en los crímenes de los Nazis. Entonces, Arendt pidió que la enviaran a cubrir el juicio que se llevó a cabo contra Adolf Eichmann, en Jerusalén, quien era responsable organizar el transporte de los judíos a los campos de concentración.

Allí Arendt, entendió principalmente dos cosas. La primera, que el mal no es cosa de seres excepcionales o de monstruos, aún peor, cualquiera de nosotros los humanos completamente ordinarios, si somos sometidos a situaciones excepcionales podemos convertirnos en los peores monstruos. En otras palabras, el mal es cuestión de todos. La segunda, Arendt propuso que el mal era la incapacidad para pensar y distinguir el bien del mal. Esto no se refiere de manera literal a que no haya en un cuerpo posibilidad de pensamiento, esto expresa una incapacidad para reflexionar sobre la vida, las acciones que se realizan y sus las consecuencias.

Es por esto que resulta un desacierto seguir abordando el tema del mal desde la postura clásica, sobre todo cuando ya tantos otros se han ocupado de hacer exploraciones profundas y muy inteligentes con la historia del nazismo y los judíos. 

Ahora, algo que Taika Waititi evidenció muy bien en su película es el hecho de que para hacer el mal necesitamos reducir al otro, quitarle sus características humanas y quizás dotarlo de apariencia bestial. El otro debe de ser distinto y sobre todo inferior. Esto, aunque de manera cómica y exagerada, se evidencia entre Jojo y Elsa. Las ideas que el chico tiene sobre los judíos los ubican en un plano completamente inhumano, tal es su asombro cuando poco a poco va descubriendo que la muchacha judía no tiene cachos ni poderes malignos como él suponía. De hecho, en alguna de las conversaciones que ellos tienen, ella le resalta que la madre de él la trata como si fuese un “ser humano”. Se esboza claramente que el mal tiene que ver con nuestra capacidad de ver al otro. Una analista de Arendt reflexionaba sobre esto y decía que “Pensar tiene que ver con la presencia del otro en uno mismo y en el mundo y, a la vez, por estar relacionados estrechamente, con evitar que la vida se vuelva superflua, desestimable, insignificante”.

Parece cierto entonces que miramos insistentemente al sesgo y buscamos en las cosas que leemos algo que coincida con nuestras inquietudes para que de alguna forma hagan eco. Mi excusa hoy fue Jojo Rabbit para pensar vagamente sobre el mal y, aunque resulte injusto con las obras, me resultan lindas esas búsquedas; tal vez porque son inútiles y absurdas en un mundo cuyas lógicas y dinámicas nos arrastran a distancias enormes de nosotros mismos. 

Al fin dejó de llover. La tarde se fue y del lado exterior de mis ventanas, la noche se abalanzó fría sobre la ciudad solitaria. La música hace tiempo se detuvo y yo apenas me doy por enterada. El café está frío, el humo ha pasado a pertenecer al misterioso mundo del recuerdo. La luz de la lámpara pinta de un amarillo sucio mi espacio y por alguna curiosa razón me quedo pensando en cuáles serán las ideas que ustedes, desconocidos e inexistentes lectores, persiguen, sin apenas darse cuenta. 


Mayra Alejandra Ovalle. Nació en Armenia, Quindío. Culmina estudios de Lingüística y literatura en la Universidad del Quindío. Escritora y reseñista de libros y películas. Es colaboradora de distintos medios. Cofundadora de Mantaraya: revista de estudios poéticos. Es colaboradora habitual de Quira medios, Portal Cultural.