John Jader Bedoya 

Ni Ángel Ni Bestia

Por Josué Carantón Sánchez

Ilvar.caranton@gmail.com

Diciembre, 2021

 

 

Con sorpresa se reciben, de vez en cuando, algunas buenas imágenes que permiten reflexionar en torno al quehacer plástico; si bien es un ejercicio que en los últimos años o lustros es poco conocido, de tanto en tanto algún atrevido y osado cultor se atreve a hacerlo y alimenta de forma estimulante este oficio. Impresionarse es la primera sensación al ver las obras que John Jader Bedoya nos presenta: allí el color, las texturas y las formas nos introducen en un juego que nos remonta a nuestra infancia y donde la memoria comienza a construir los referentes de lectura personal e íntima de la obra.

 

Sin ninguna pretensión conceptual o teórica, los cuadros nos llevan a un paseo por la experiencia estética y manual que nos recuerda que el arte es técnica, uso y manejo de materiales. Que las alusiones se pueden dejar de lado y que como experiencia plástica la pintura aún tiene muchos campos inexplorados y donde el instinto abierto conduce al placer.

 

Cuando el color que se enseña en las llamadas facultades de arte se torna monocromático y elemental, Bedoya se obstina en recordarnos que las posibilidades del color parecieran inagotables, que el poco investigado mundo de los grises es una paleta rica y con las mejores opciones plásticas y compositivas; válida esta apuesta por integrar esos colores en un mundo cargado de publicidades e imágenes que a diestra y siniestra tan solo confunden y alteran la retina.

 

Pero surge una pregunta, ¿de dónde se puede asir en esta obra una persona que no tiene experiencias con el color ni con la materia ni con los mínimos de la pintura? La respuesta en primer lugar podría darla el título de este escrito. Si bien las palabras que las componen tienen una carga significativa fuerte, podrían ofrecer elementos que llevarían a hacer una lectura desde los significados que estas le ofrecen a cada espectador, o por el contrario lo llevarían a deambular y divagar en elucubraciones especulativas propias de la historia del arte y caer en el juego de lo fantástico o de la ficción, donde divinidades y apocalípticos sin integrados deambulan.

 

Más allá de las fallidas y monótonas muestras que a diario se aglomeran en salas y salones y que pretenden ser célebres, las obras que nos ocupan, traen consigo elementos que nos confirman el papel del pintor y los de la teoría del arte y la filosofía, roles que últimamente se funden y se camuflan dejando tan solo ver las flaquezas de estas disciplinas y de sus exponentes. En una exposición de sus inicios, titulada: “Ni ángel Ni bestia”, Bedoya nos hace un oportuno recuerdo de la importancia y el compromiso que tiene el pintor con su oficio y con su disciplina, la cual después de tantas actas de defunciones que se le han aplicado se reinterpreta y renace en cada pintor, que aun le apuesta a su compromiso con una profesión tan poco respetada por sus propios hijos.

 

Las obras de John Jader Bedoya “En exilio” y “Trasegar” son el producto de procesos e investigaciones pictóricas que ofrecen innovadores resultados en el manejo y dominio técnico del acrílico. Estas experimentaciones lo han llevado a conocer las posibilidades de las resinas y a jugar con ellas en la multiplicación. Las herramientas tradicionales para la manipulación pictórica son dejadas de lado para apostarle como si fuese un albañil a construir, literalmente, sus cuadros.

 

Son obras que ponen “contra la pared” al espectador y lo enfrentan a lo conocido sin proponer otra mirada que no sea la de reconocer un misterio allí donde solo por un instante, apreciamos extrañamente problemas que hay que resolver: es un muro y nuestra intimidad.

 

Sus obras re-crean el espectáculo de las vivencias cotidianas en las que por siempre somos, cuando llamamos mundo a ese acontecer de huellas y remisiones que promueven y emocionan, que van y pasan, que delimitan y exilian o nos mueven a esa querencia de huir de nuestro constitutivo espacio y ausente trasegar sin fronteras.

 

La idea de Bedoya por evidenciar el recuerdo de una cosa ignorada y colocarla para la reflexión no da tregua ni espera, ni mucho menos permite que especulemos su aparente sobriedad; contrario a lo que podría pensarse, acentúa la carga simbólica que lleva implícita el vacío, y da cuenta de lo que queda como imagen, sin redundar en los lugares comunes de la pintura y nuestra identidad estética.

 

Sus obras hacen que la memoria histórica no siga deambulando por oficinas y archivos, de donde suelen desaparecer para favorecer a los implicados, sino que hacen referencia directa y testimonial a la memoria y no olvido de los falsos positivos, de los asesinatos de líderes sociales y campesinos, delas violaciones de niños y niñas y de otras violencias invisibilizadas como la ejercida contra los ecosistemas en el país.

 

La obra de John Jader Bedoya es oxígeno y alimento en un desierto estético y visual tan seudo comprendido y tan caótico, que tan solo busca confundir para mantener el reinado y donde el rey, continúa desnudo.