Jardín, un destino de colores y sabores

Por Nora Carbonell Muñoz

Marzo, 2021

 

Motivada por relatos de amigos, y vídeos grabados por turistas y mochileros que lo señalaban como uno de los pueblos más bonitos del país, en agosto de 2019 visité el Jardín que hace parte de la Red de Pueblos Patrimonio de Colombia y está ubicado en el departamento de Antioquia, a 134 kilómetros de Medellín.

 

Salí de la capital antioqueña con Iveth y Lilia, mis compañeras de viaje, en un bus que abordamos en el Terminal del Sur y después de tres horas de travesía por bellos parajes, llegamos para alojarnos en el Hotel Plaza Valdivia, amplio y con balcones coloniales que miran hacia el parque El Libertador. Este parque con senderos peatonales y piso construido con piedras extraídas del río Tapartó, tiene unas sillas que atrajeron nuestra atención por las imágenes del municipio que artistas locales han pintado en los espaldares. Las jardineras del parque están repletas de rosales de varias especies y francesinos blancos y morados; hay ceibas, guayacanes y madroños de rojas bayas. 

 

 

Después de un breve descanso, salimos a conocer la Basílica menor de la Inmaculada Concepción, que nos había encantado desde que vimos sus torres como de castillo de cuento maravilloso y que junto con el Parque el Libertador son monumentos nacionales de Colombia. Nos impactó la belleza de la Basílica, de estilo neogótico y construida en su totalidad en piedra labrada a mano y extraída de una cantera en la vereda Serranías del municipio. Vale la pena mencionar que la construcción de esta iglesia se tomó 22 años de 1918 a 1940. 

 

Cuando se quiere explorar en las afueras de Jardín, se pueden realizar muchas actividades naturales; desde avistamiento de aves, hasta visitar cuevas e ir a volar en parapente. Nosotras resolvimos utilizar nuestros días conociendo bien el pueblo y haciendo una ruta gastronómica y visual, antes de seguir el viaje hacia Jericó y Los Andes, otros municipios mágicos de esta parte del país.

 

Recorrer las calles de Jardín con sus casas pintadas con diversos tonos del verde, rojo, fucsia, naranja y azul turquesa es un gozo estético. Aquellas casas con las ventanas abiertas, dejan ver a los ojos curiosos de los turistas, sus interiores que hablan de familia y tradición. Salas atiborradas de retratos, artesanías y colecciones de figuras religiosas; con patios cuyo colorido se prolonga hasta las salas repletas de orquídeas, anturios y geranios. El pueblo posee muchas construcciones con la arquitectura original intacta que dan una sensación de armonía absoluta con sus llamativas fachadas que lucen adornadas con macetas de flores al mejor estilo paisa.  

 

 

Visitamos la Casa Museo Clara Rojas Peláez, ejemplo de vivienda tradicional antioqueña. Allí funcionan la tienda artesanal, la oficina de turismo, el archivo histórico, el museo de antigüedades y una biblioteca, entre otros espacios. Luego fuimos a almorzar a la truchera-molienda La Argelia, donde el turista puede hacer su propia pesca para que le preparen el pez a su gusto, según recetas que los empleados le recomiendan. Yo me resolví por una Trucha Jardín rellena de verduras; Lilia e Iveth pidieron otros suculentos platos y los acompañamos con un fantástico vino frutal. Como una fina atención, un empleado nos mostró el proceso para elaborar la panela. 

 

Al día siguiente, conocimos el Café Macanas, famoso sitio que cuenta la historia de la zona a través del café que ofrece en diferentes presentaciones y las bebidas de frutas. Enseguida nos fuimos a buscar un buen postre en los Dulces del jardín, lugar recomendado por la recepcionista del hotel. Entre frascos de arequipe de maní, cidra y arracacha, brevas y aspirando el aroma apetitoso de las trufas de chocolate y mermeladas, disfrutamos la exquisitez de los bocadillos más ricos de la región. En la pared del negocio, leímos un pergamino con la bendición del Papa Benedicto XVI, quien probó los dulces que le llevaron unos sacerdotes que visitaron el lugar, según nos contó una de las dependientes.

 

Para contemplar las montañas azules y tener una panorámica del pueblo, tomamos un motocarro y ascendimos a la colina donde está el Café Jardín, otro lugar en el cual la visión de los cafetales, el silencio y la hermosura del paisaje se unen para marcar la memoria e invitarnos al regreso.  El cierre de nuestra visita fue la última noche en la bella plaza de Jardín, atendidas con amabilidad y diligencia por jardineños que con cada gesto y palabras testimonian la nobleza de una tierra inolvidable. Al día siguiente madrugamos para seguir nuestro itinerario hasta otros municipios de Antioquia, con la firme promesa de volver y explorar otras posibilidades de goce que Jardín ofrece a sus visitantes.