Jaime Jaramillo Escobar

1932-2021

Por Harold Alvarado Tenorio

Cuando X-504 publicó Los poemas de la ofensa, que había ganado el año anterior el Premio Casius Clay, sólo unos pocos espíritus atentos se dieron cuenta de lo que había sucedido, con sus versos, a la lírica llamada colombiana. Uno de ellos, Guillermo García Niño, prestigioso bardo hoy olvidado, celebró su aparición en una nota de las Lecturas Dominicales de El Tiempo, que dirigía Eduardo Mendoza Varela, otro de los admiradores del poeta, retando precisamente a Gonzaloarango, a valorar los quilates de poesía que contenía el libro. Desde entonces, Jaime Jaramillo Escobar, que ocultaba su nombre bajo una chapa de placa de carro, es uno de los más notables poetas de la lengua, un digno camarada de los peninsulares Gil de Biedma, Caballero Bonald o Ángel González. 

 

“Es el más raro de todos los nadaístas, dijo Gonzalo Arango en 1966- pues trabaja ocho horas al día, cobra quincena, paga impuestos religiosamente; tiene cédula, libreta militar y un certificado falso de buena conducta. Nunca lo han metido en la cárcel porque es muy metódico y ordenado; por fuera no tiene cara de sospechoso, ni de apache, ni siquiera de nadaísta, pues se hace motilar todos los sábados, lee la revista Cromos en la peluquería como cualquier parroquiano que se respete; paga el arriendo (también religiosamente) el último día de mes, y hasta comete la decencia de girar cheques con fondos. El mismo se embola todas las mañanas antes de salir para el trabajo, y a las 8 en punto marca su tarjeta y le da los buenos días al patrón. Almuerza en lóbregos restaurantes para clase media donde no corra peligro de encontrarse con intelectuales, ni con poetas que tengan el desayuno envolatado. No habla mientas come, pero tampoco es glotón. No fuma, no bebe, no asiste a fiestas de intelectuales ni de sociedad. Su vida es, en todo, la de un anacoreta, salvo pequeñas aventurillas eróticas que cumple, no digamos arrojado en los hornos de la pasión, sino para estar a paz y salvo con la naturaleza. Pues hasta en esto del sexo él paga sus "deudas" religiosamente.” 

 

Jaramillo Escobar vivía en Barranquilla cuando ganó el premio y nunca cobró los cinco mil pesos que ofrecían. Tenía treinta y seis años, muchos de los cuales llevaba ya trajinados por buena parte de Colombia y varios de los pueblos de su Antioquia natal. 

 

Nacido en Pueblorico [1932] bajo el signo de Géminis, fue el mayor de seis de los hijos de Amalia y Enrique, un maestro de escuela y una señora ama de casa de Urrao, donde antes de iniciar el bachillerato ya había leído, en la biblioteca de la escuela de su padre y entre los libros de su madre, toda la buena poesía de entonces.  Hizo la primaria en una aldea llamada Altamira y luego el bachillerato en Andes, en el Liceo Juan de Dios Uribe, alejado de su familia que había regresado a Urrao, donde se llegaba tomando primero caballos hasta el río Cauca, luego un tren hasta Bolombolo y a continuación un bus de escalera. En Andes conoció a Gonzalo Arango  y leyó en todos los libros que había en el colegio porque como no podía ir a su pueblo durante las vacaciones, el rector del liceo le dejaba la llave del plantel y en compañía de un celador cuidaban del lugar. Con tan mala suerte, que antes de terminar el bachillerato le cancelaron la matrícula, teniendo que aceptar el cargo de secretario de la inspección de policía de Altamira, que la guerrilla liberal  quiso quemar pero un aguacero repentino impidió el asalto y el poeta en ciernes hubo de irse a Medellín, junto a su familia, como otros mas de los desplazados de la violencia colombiana. Para 1953 el poeta estaba trabajando como técnico de las viejas computadoras IBM en la alcaldía de Bogotá y aburrido del frío capitalino se mudó a Cali, donde Gonzalo Arango fue a dar con sus huesos huyendo de los enemigos de Rojas Pinilla. Arango, que viajaba en ese entonces con un joven y bello Amílcar Osorio, le propuso crear el Nadaísmo, movimiento en el cual militó más como figura enigmática que como “compañero de viaje”. En Cali Jaramillo Escobar escribió tres de sus principales libros. “Me fui para Cali por curiosidad, porque a mí siempre me ha atraído Cali –dijo a Luis Fernando Macías-. El destino preferido de los antioqueños era el Valle del Cauca. Todo el mundo se iba para Cali, porque allá dizque estaba el diablo”. Luego viviría por tres años en Barranquilla, trabajando al lado de Plinio Apuleyo Mendoza. Los setentas los pasó en Bogotá de nuevo en una agencia de publicidad de la cual fue socio con Gabriel Urrea Gómez: O.P.Institucional Ltda, [1970-1982]. Quebrada la empresa el poeta se fue a vivir con su pobreza a Cali hasta que un gerente del Banco de la República le invitó, en 1985, a hacer un taller de poesía en la Biblioteca Piloto de Medellín, donde todavía vive y trabaja. 

 

Autor del libro de poemas más notable de la segunda mitad del siglo XX, los otros son Ritos [1914], Libro de crónicas [1924], Tergiversaciones de Leo Legrís, Matías Aldecoa y Gaspar [1925], Si mañana despierto [1961] y Morada al sur [1963], Jaramillo Escobar concibió y redactó los cuarenta y cuatro desencantados textos de Los poemas de la ofensa [1968] a la manera de los versículos bíblicos, con un tono exuberante, rico y sentencioso, tiznado de ironía y quizás como exorcismo a los cotidianos apocalipsis que vivíamos entre el fango de clericalismos y leguleyadas restauradas por el Frente Nacional, cuando cada mañana cientos de hombres y mujeres campesinas eran acuchillados y mutilados, entregados a sus dolientes con sus sexos en las bocas y los vientres abiertos. 

 

Sorprende, entonces, cómo en una sociedad y unas escuelas literarias como las colombianas de mediados del siglo pasado, que entendían,  de muchas maneras, el propósito último de los vanguardismos como un elogio del progreso y los llamados avances de las tecnologías, Jaime Jaramillo Escobar decidiera ignorar los lenguajes del presente y navegar por las aguas arriba de las edades eternas, haciendo de los ritos y sus movimientos, la forma de su poesía. Los poemas de la ofensa es un libro en el cual predominan los temas eternos a la búsqueda de un presunto destino a la existencia, con un desencanto y sarcasmo encarnados en parábolas y simbolismos que dan cuerpo y dejan entrever una visión maldita del hombre, esa criatura deplorable, peligrosa víctima de sus propios engendros del mal, los crímenes y las guerras. La muerte, en últimas, como lo más banal y cotidiano de nuestra existencia, porque de lo que se trata verdaderamente en la vida es de la carne y del espíritu, es decir, del cuerpo, donde se suman y se restan todas las posibilidades del poema, allí donde yace su origen y su fin. Un largo recorrido por las apariencias de la muerte y los males del hombre culminan en los poemas de Jaramillo Escobar, los de ayer y los de hoy, en la celebración de la carne y sus lenguajes. 

 

Desde los Poemas de la ofensa, hasta sus libros más recientes, así su decir se haya ido extendiendo hasta llegar casi que a una narrativa de juglar, los argumentos que han interesado a Jaramillo Escobar bordean zonas como el regusto por lo mórbido, la vida errante y marginal, los climas tropicales, la exaltación de los comportamientos y formas de la belleza de la raza negra  y la burla y el sarcasmo de las pasiones eróticas. Los decorados de estos asuntos serán unas veces lugares de miseria y ruina, abandonadas estaciones de ferrocarril, viejas y empolvadas y mugrientas oficinas estatales, prisiones, remotas playas paradisíacas y calurosos lugares de la selva y el mar Pacífico, que en comparación con aquellos lugares citadinos, ofrecen al poeta una comunicación directa con el corazón y la medula de la poesía.

 

“Este hombre ordenado y tímido, ha escrito J.G. Cobo Borda, surgido en medio del apocalipsis nadaísta, se ha convertido así, paradoja última, en el autor de una obra que sin renegar del nadaísmo lo prosigue a un más alto nivel y a la vez más profundo: el de la auténtica poesía”.