Los gatos de Elena Poniatowska

Por Carlos Manuel Villalobos

Mayo, 2021

 

Cuando uno llega a Chimalistac en Ciudad de México y se dirige hacia la casa de Elena Poniatowska, es obligatorio detenerse un momento en la antigua parroquia de San Sebastián. Unos pasos más allá, reside la connotada escritora mexicana que esta noche habrá de recibirnos.

 

No puedo creer que estemos tocando el timbre de su casa y que esté a punto, más allá de los libros, de conocerla. Conmigo van Pável Granados, un ilustrado investigador amigo de la autora, quien ha gestionado la cita, y el colega Jorge Muñoz, profesor de literatura de la Universidad Nacional Autónoma de México.

 

 

 

Tal y como había predicho Pável, quien abre la puerta es Martina: más que una encargada doméstica es la guardiana de Poniatowska. Saluda con seriedad y desde el umbral nos informa que lamentablemente Elena no podrá recibirnos: se siente cansada y acaba de subir a su habitación. Son las siete de la noche y ha tenido varias entrevistas ese día. 

 

 

 

 

Helène Elizabeth Louise Amelie Paula Dolores Poniatowska Amor (su nombre completo) nació en Francia en 1932 y su primera lengua es el francés, pero la vida la devolvió al México heredado de su madre en el contexto de la Segunda Guerra Mundial y aquí se convirtió en mexicana. Adoptó el español para pensar, soñar y crear una obra literaria monumental. No en vano en el 2013 le fue entregado el máximo galardón de la lengua castellana: el Premio Cervantes.  

 

Pável sugiere que regresemos al día siguiente. Tal vez Elena se sienta mejor y nos reciba. Promete que se encargará de llamarla y coordinar de nuevo. Le informo que no será posible pues tengo programado un viaje a Puebla y dadas las circunstancias prefiero no atenerme a los azares.

 

Acepto con frustración que no será posible conocer a la escritora y me dispongo a tomar el camino de regreso. Pero una voz femenina, que grita desde adentro, me detiene: “Martina, hágalos pasar. Bajo un momento a saludarlos”.  Todo ocurre como en un acto de santiamenes. Caminamos por el pasillo de un jardín y entramos a una sala rodeada de libros, orquídeas y cientos de detalles que hablan de la cultura plural de la habitante de la casa. Reconozco el sitio: aquí la televisión muchas veces ha grabado sus palabras.

 

Ella es, por herencia de su padre, de la clase noble de Polonia; tiene derecho sanguíneo a reclamar el título de Princesa; pero aquí en su México querido se ha quitado de los vestidos reales para gozar los trajes la libertad.

Entonces la veo. La escritora baja las gradas con paso firme. Viste un pijama celeste, un suéter rojo y tenis negras. Pávelle cuenta que he venido de Costa Rica a dictar un curso a la UNAM y luego le da las señas de mi amigo Jorge. Nos invita a tomar asiento y pregunta si queremos té, café o a lo mejor tequila. Un gato aparece en la sala y Elena nos cuenta que se llama Vais. Hay otro más, cuyo nombre es Monsi. Cuando están juntos forman Monsiváis. Es un homenaje a su gran amigo ya fallecido, el periodista y escritor Carlos Monsiváis (1938-2010), famoso también por su afición gatuna. “Así les puedo hacer a estos lo que nunca pude hacerle a Monsiváis”-nos dice con tono de picardía.

 

 

 

De muy joven, Poniatowska quería ser monja y estuvo a punto de seguirle los pasos a Sor Juana Inés de la Cruz, pero las condiciones de su siglo XX le dieron la oportunidad de un destino diferente. En 1953 inició el oficio de periodista al que se ha dedicado durante toda su vida. La mayoría de sus libros se inscriben en la cuerda floja de la ficción y el reportaje.

 

Martina trae café y reparte chocolates. El saludo que duraría un momento es ahora una amena conversación que va del chisme literario a lo político. Monsi aparece en escena y cuando se acerca lo acaricio y el confianzudo brinca a mis piernas como si fuéramos amigos. A Elena le divierte el atrevimiento del felino y comenta que no es normal tanta docilidad. Creo que la simpatía de los gatos hace eco en Elena, quien da la orden para que nos sirvan una ronda de tequilas. Dos horas después nos acordamos de que teníamos un acuerdo: entrar solamente a saludar.  Pero la escritora parece fascinada y celebra con carcajadas los giros de la charla.

 

Son casi las diez de noche y “La Poni” (como le dicen de cariño los mexicanos)me escribe un mensaje de amistad en la dedicatoria de dos de sus libros: Tinísima y Leonora. Si quisiera que me autografiara todas sus obras habría tenido que firmarme más de cuarenta libros que se dividen en crónicas, novelas, cuentos y biografías. 

 

 

Al despedirnos, Monsi y Vais, tirados en la sala, miran como si fueran un mismo ser con dos caras. En medio, con su pijama celeste y el abrigo rojo, Elena Poniatowska se burla de lo solemne.