El palacio todavía arde

Por Ricardo Peñuela Quintero

Mayo, 2021

 

 

Hace poco en un pequeño foro después de una obra de teatro histórico, un niño levanto la mano para preguntar: ¿El teatro es para entretener o para reflexionar? Discusión que se ha instado también en las academias, donde muchos hablan del “arte por el arte”, es decir, el arte más allá de cualquier ideología, sin intereses educativos o de transmisión de algún mensaje, permitiendo abrir para el público la mera experiencia estética, y que suceda en quien lo experimente lo que haya lugar a suceder. Esta posición es cierta, valida y abre paso también al teatro como mero entretenimiento sin que requiera de un hondo pensamiento para que sea una buena pieza teatral.

 

Sin embargo, mi respuesta fue la siguiente: “Claro que el teatro puede ser puramente entretenimiento, pero para un país como en el que vivimos- Colombia- es necesario que las expresiones artísticas se comprometan cada vez más a visibilizar las graves problemáticas que nos acaecen, que llamen al pensamiento crítico y nos permitan pensarnos como humanidad y la realidad que validamos”.

 

Por ello, traigo a colación en esta breve columna la obra “El palacio arde” del grupo “Teatro Entre Tensiones”, dirigida por Leonardo Rodríguez y fruto del interés de dos estudiantes de la Academia Superior de Artes de Bogotá ASAB: Giovanna Ramírez y Angie Torres. Lo que me parece importante resaltar, pues es vital que el estudiantado tome interés desde las diferentes profesiones, sobre el entramado de horror y silencio que es necesario transformar en este país.

 

 

“El palacio arde” es una obra que resucita en las tablas un hito histórico que devela el trastornado poder político y militar que ha gobernado este país, tal es la toma y retoma del Palacio de Justicia en el año 1985. Para un gran parte de colombianos y colombianas éste solo duró dos días. Para las familias de quienes allí desaparecieron ha durado 35 años, en los cuales han librado una crucial batalla por la verdad.

 

“El palacio arde” tiene dentro de su elenco dos víctimas directas de dicho acontecimiento: Inés Castiblanco y Pilar Navarrete. Inés, es hermana de Ana Rosa Castiblanco, auxiliar de cocina del palacio de justicia, que para el 6 de noviembre de 1985, día de la toma, tenía poco más de 8 meses de embarazo. Inés, que para ese entonces –como ahora- se ganaba la vida en una lavandería, sumó a su labor, la de buscadora infatigable de la verdad y la justicia.

 

Pilar recuerda cómo, ese mismo 6 de noviembre, le entregó una foto de sus hijas a su esposo Jaime Beltrán Fuentes quien laboraba en la cafetería del Palacio y al que no volvió a ver más; este hecho transformaría a Pilar de una esposa enamorada a una líder social briosa perteneciente al Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes del Estado y del Fondo de Solidaridad con los Jueces Colombianos, desde donde tomaría como suya la tarea de encontrar la verdad, no solo sobre su amado Jaime, si no de tantas víctimas que ha dejado a su paso este Estado vetusto, dirigido por diferentes gobiernos que parecen erguidos sobre los mismos principios de impunidad, corrupción y violencia contra el pueblo.

 

 

La obra juega a contar un anecdotario de hechos que fueron y que pudieron ser. Fantasea un encuentro entre Pilar y Jaime en un hoy que Jaime no comprende y en el que Pilar le narra lo que ha sido su vida desde su desaparición, cerrando este encuentro con un romántico baile que en la realidad no pudo ser, otro amor quebrado por los intereses de los poderosos de este país. También Inés le indica a Giovanna, actriz del elenco, como podría actuar para interpretar a su hermana Ana Rosa, y así tener una vez más una conversación filial y cómplice. Una de las escenas absurdamente dolorosa y graciosa, ingeniosa por lo demás, es cuando Laura Ortega interpreta a esa hija que llevaba en su vientre Ana Rosa y de la cual no se encontró ni rastro cuando hallaron sus restos, para hablar de sus sueños y proyectos con su tía Inés.

 

Esta obra elaborada bajo la forma de “Creación Colectiva” encuentra cómo exponer lo que han vivido en su intimidad las víctimas, hilando muy fino el pasado, el presente, el horror y la fantasía, permitiendo distinguir la verdad de las víctimas y el “teatro”: las actrices y el actor mantienen siempre su distancia y entran a jugar a ser quienes no son solo cuando Pilar e Inés se los permiten.

 

Resulta ser esta una obra inconclusa, pues su tema e historia se encuentran abiertas aún, como una herida sin sanar que todavía supura lágrimas, desconciertos, impunidad y mentiras. Inés y Pilar siguen buscando respuestas, como muchos familiares que aún no han encontrado siquiera los restos de las y los desaparecidos, por ello la obra no está anquilosada en el pasado, es tremendamente actual y viva, tanto como el sistema de este Estado nauseabundo que se sigue rodeando de fosas comunes, que sigue operando con un esquema de muerte. Por eso, el palacio todavía arde.