De la Labor terrenal y espiritual

 

Los sembradores de planetas nos acompañaron desde que éramos solamente semillas aterrizando en Madre Tierra, en estos primeros tiempos nos enseñaron lo básico para hacer nuestra labor en este plano. Inicialmente en el paraíso no era necesario ocuparnos de la supervivencia, ni de la comida, ni de vestido, pues entonces el clima y el entorno eran benignos. Luego de la salida del paraíso vinieron a entregarnos las plantas de las cuales sacar los tejidos y las formas de tejer, para hacer los vestidos protectores del clima y el entorno, enseñaron como cultivar y preparar el alimento, se ocuparon de que quedaran aprendidas las técnicas de orfebrería, cestería, alfarería y demás.

 

En este punto se enseñó la importancia de la labor terrenal y de la labor espiritual, ninguna de las dos se puede abandonar o descuidar. Por esto los Mhuysqa tenían determinadas sus actividades en tres partes, cíclicamente se ocupaban de la vida familiar, de la labor productiva y de la labor espiritual.

Producto de la labor familiar era la armonía social y los jóvenes educados para una vida integral en comunidad; la labor productiva era distinta para cada clan en una especie de división del trabajo, cuyos productos se valoraban en un mercado de trueque; y la vida espiritual era muy importante para recordar que somos espíritus de paso por este plano terrenal y que lo fundamental era vivir la experiencia de manera consciente.

 

La labor del padre se reflejaba en sus hijos y nietos, la labor del tejedor en sus tejidos, la del orfebre en sus piezas de especial significado. En tiempos antiguos cada uno hacía su labor con el mayor esfuerzo para entregar a sus mayores y a los dioses una labor pulcra y excelsa. En esos tiempos el valor de los productos se reflejaba en el reconocimiento social y la perdurabilidad de su memoria al paso de las generaciones. En el mercado del trueque se recompensaba la dedicación y destreza del productor.

 

Cuando aparece el dinero en este mundo con el propósito de tener una moneda franca de fácil transporte, empiezan a ser los compradores los que admiren y paguen con orgullo las más valiosas piezas artesanales, y propaguen la fama de ciertos linajes o casa productoras. Así, algunos lugares se vuelven de obligatoria visita en los viajes de los comerciantes.

 

Aún en tiempos de la producción en masa, se conservó el aprecio de los productos de la laboriosidad, dedicación, destreza e inteligencia, más se impuso en general el pensamiento de producir para la venta, de una rentabilidad en detrimento de la calidad, de calcular la vida útil y fomentar lo desechable.

Por diferentes circunstancias el ser humano descuido su labor familiar, siendo educados los hijos por la televisión y ahora por las redes, entregando ciudadanos enfermos, desorientados y que no encuentran mayor sentido de la vida en sociedad o de la vida en general.

 

Se descuidó igualmente la labor interior, siendo ahora muchos presa de la dictadura de los egos, de parásitos energéticos y huéspedes no invitados, seres de vida en automático.

 

En cuanto a la labor productiva, son pocos los que siguen su vocación con independencia y pasión, y aún menos los que se entregan a su labor, sin caer en un hacer por hacer, muy neoliberal, son pocos los que recapacitan en cuanto a su verdadero lugar en el mundo, a lo que realmente quieren producir y que su OBRA sea una ofrenda a los suyos. Se nos enredó la pita de valorar nuestros productos, no por el dinero preciso para comprar cosas necesarias o innecesarias, sino para resaltar nuestra dedicación y paso por este plano terrenal.

 

Se nos invirtieron los valores y lo que era un medio de intercambio ahora algunos lo consideran “energía”, llegando al colmo de considerar un imperativo mundial la acumulación de papeles sin más valor que la confianza de cambio.

Unos “ponerle el corazón a nuestra labor para dejar una mejor sociedad”, “valorar la labor de quien se esfuerza por entregar un buen producto”, “valorar nuestros productos como representación de nuestro nivel espiritual”, “entregar en nuestros hijos ciudadanos integrales y ejemplares que lleven esta sociedad a un nivel superior”, sobreviven refundidos en el caos del consumo y la vida rápida.

 

Nos confundieron para no permitirnos laborar desde la alegría del alma y del espíritu, aquella misma que es el elixir de la vida.

 

Con Amor,

Edgar Ramiro

Bogotá, mayo de 2024

 

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