DUELO Y REPETICIÓN

2 confesiones 2 de Dubián Gallego

Por Juan Francisco Florido

Octubre, 2021

 

En medio de uno de los últimos trabajos de Polymnia Teatro, Dubián Gallego, director de la corporación, profesor de artes escénicas en la Facultad de Artes ASAB y también actor del unipersonal “2 confesiones 2”, presentado en el ya tradicional festival de monólogos del Centro García Márquez “El original”, charla con el público acerca de la preocupación de uno de sus estudiantes por el miedo que tiene a repetirse. Todo esto lo asume con un brindis en nombre de su alumno y con una mezcla entre orgullo, aceptación y a lo mejor, con algo de triste resignación. Se podría entender como un acto de rebeldía invertido: el maestro que se revela a lo que el estudiante ha aprendido que debe ser su oficio, acaso tal vez como mera resignación. Pero este gesto también implica que Dubián no le teme a lo que significa repetirse. Es más: la repetición es parte fundamental de su obra “2 confesiones 2” y en algunos momentos, parece más una declaración de principios que un recurso que lleve al agotamiento.

 

Y es que en esta obra no existe una historia por contar. Desde el inicio se sabe que la historia ya concluyó y que lo que queda por ver son los restos de una ruptura. El duelo. Los deseos de detenerse, pero la imposibilidad de hacerlo. La única repetición inexistente y al mismo tiempo necesaria como el aire dentro de este duelo es la de la historia concluida. De ahí el dolor. Eso es lo que nunca volverá.

 

Sin embargo, existe un juego de las repeticiones, en el cual cada paso hacia un adelante incierto, o, en lo que respecta al doliente, hacia la nada. Los días se repiten idénticos entre sí y no hay nada que se pueda hacer para evitarlo, hasta el agotamiento, o la muerte que, al menos en esta obra, no parece una opción.  La idea de repetición y de un avance hacia la nada está conectada al modo en que la dramaturgia de la obra está concebida: es decir, desde el performance y el teatro posdramático. El unipersonal está compuesto por varias acciones fragmentadas dentro de un ritmo bajo y triste, y así como no existe una historia en el montaje, tampoco existe un personaje. Existe un doliente de nombre Dubián Gallego que habla de sí mismo a partir de poner su cuerpo en escena, describir las funciones fisiológicas de sus órganos, exponerlos a los golpes del público, (golpes literalmente hablando) y de proyectar en mapping citas de poetas y sus propios apuntes sobre el duelo. (Y obviamente, a través del whiskey, amigo entrañable que tenemos en común).

 

La vida del doliente es como una eternidad de vueltas en círculo, al menos en lo que a él respecta. A eso alude una de las primeras acciones de la obra, en la cual Dubián gira sin detenerse. El mareo no importa. Tampoco el resentimiento del cuerpo, que es el verdadero receptor del sufrimiento del doliente. El cuerpo funciona como una máquina que repite los mismos procesos físicos con regularidad. El corazón, el órgano amoroso (en palabras de Dubián), late hasta su agotamiento a pesar de no tener un por qué distinto a bombear sangre. Todos los procesos orgánicos pueden variar en su ritmo e intensidad, pero no detenerse. Pero, ¿de qué sirve ser una maquinaria en movimiento constante, cuando el dolor no deja vivir?

 

Hay una gran valentía al reconocerse a sí mismo a partir de un duelo, de un whiskey o de esa repetición a la que muchos artistas le temen. Dubián recibe todo esto con un abrazo. Pero hay mucha más valentía en recrear una y otra vez la historia de un duelo personal con cada puesta en escena de esta obra y “padecer los síntomas” que implica. Ojalá Dubián siga encontrando grietas, posturas y novedades en sus repeticiones, que siga haciendo teatro a su propia manera y que siga viviendo día a día su independencia dentro de sus propias reglas, pagando el precio que tenga que pagar, por el tiempo que él mismo disponga.

 

¡Salud, Dubián! ¡Salud, Farfán!