Clases virtuales, clases de encierro

Por Diego del Castillo Criollo

Abril, 2021

 

 

Juan ya está listo para ir a clase. Incluso hasta se levantó antes que su mamá, se metió a la ducha solito y cuando salió se puso el uniforme que, según su abuelita, le queda lo más de bonito. Juan, Josep y otros diecisiete niños están en similares circunstancias de encierro, con el extraordinario atenuante de que las clases ya no son presenciales sino virtuales. A las siete de la mañana, quizás faltando algunos minutos, la maestra enciende la pantalla y abre la aplicación de “Zoom”. Un aula virtual que muchos usan para impartir sus clases, reuniones o simplemente encontrarse. Los primeros niños se asoman en las esquinas y un “buenos días, profe”, se escucha con voz infantil. “Good morning”, responde ella, tratando de cundir el ejemplo en todos. Pero pocos comprenden que el saludo de la maestra es un desesperado intento por comenzar la jornada enseñándoles algo de un inglés macarrónico que ni siquiera es bien pronunciado.

 

Los chicos se asoman nuevamente por las esquinas de la pantalla y como si jugaran en las ventanas del colegio, se atreven a hacer algunos gestos, provocando risas entre sus demás compañeros. La maestra también se ríe, aunque en su papel de ordenadora del caos, pronto llama al orden con actitud legislativa. 

 

─Pero hacen falta tantas cosas… se dice la maestra mientras ubica algunos links en la plataforma.

 

Obviamente, la interacción vívida, llena de sentidos desquiciados, ayudan a nutrir el contexto en que se puedan echar a andar las fantasías desproporcionadas propias de los niños, capaces de inventarse la realidad en que van aprehendiendo. Los especialistas en desarrollo cognitivo dicen que la interacción entre ellos, es de vital importancia para el desarrollo adecuado de muchas de sus capacidades. Entonces, en medio de todas estas contingencias ¿Qué estará pasando con el desarrollo adecuado de los niños? Todo indica que se están desarrollando habilidades informáticas para erigir robots y estrategias de aislamiento donde muchos van a incentivar el miedo que tienen a relacionarse con el otro, incluso con la naturaleza. El encierro priva del aire y de aquellas habilidades motoras que solo se desarrollan jugando entre espacios abiertos y en el fragor del conflicto que produce el encuentro.

 

La clase continua entre rondas bajadas de “YouTube” y actividades de guía descubiertas en “Pinterest”. Los estudiantes van siguiendo las indicaciones de la maestra, mientras juegan con las mascotas que también han venido a clase. El abuelo con la tía del niño vecino también está ahí, en una clase distinta, de otro colegio, con otros profesores; todos interrumpiéndose mutuamente como en una algarabía de la plaza de mercado. Además, en dos horas se tiene que ver todo el tema que un menor vería normalmente en 5 horas; desarrollar las actividades, ir al baño, hacer preguntas, saludar en inglés, en español, espantar al perro de la vecina y de la casa. Al finalizar, Juan, le pregunta a Josep Andrés, su compañero de salón virtual.

 

─¿Puedes venir a jugar conmigo esta tarde?

─¿Claro que sí? ─Responde inmediatamente Josep─¿Dónde vives?

─Yo vivo cerca del colegio y ¿tú?

─Yo también, pero desde que comenzó la pandemia nos vinimos con mis papitos para la finca del abuelo que está en Cachipay.

─¡Uf, me queda un poco lejos 

─¿Entonces no vienes?

─No, creo que no.

 

La maestra que había esperado a que los dos definieran su conversación, se despide de los niños y apaga la sesión del día de hoy.