Bogotá, faro cultural y crisol de transformaciones sociales

Por Édgar Rodríguez Cruz

Agosto, 2025

 

 

Bogotá, más que un centro neurálgico de la vida política y económica de Colombia, encarna la responsabilidad de ser un faro cultural que recogiendo la enorme diversidad de la nacionalidad colombiana, proponga las transformaciones históricas que el país requiere para la construcción de una sociedad de oportunidades que, generacionalmente, se supere a si misma.

 

La historia trágica del país ha hecho de Bogotá un refugio para miles de familias que, huyendo de la crueldad de las guerras y el conflicto armado, han tenido como última opción guarecerse entre la multitud anónima. Este pasado funesto le ha significado una herencia de sufrimiento y dolor a la Capital. 

 

Por otra parte, Bogotá también le ha significado a muchos nacionales y extranjeros una oportunidad para hallar una fuente de ingreso, ubicarse laboralmente, e incluso la posibilidad de encontrar las condiciones y opciones para un exitoso desarrollo profesional. Condiciones que en otro lugar hubiese sido imposible.

 

Una característica importantísima de la ciudadanía de la capital, es que el sentido de pertenencia, identidad y conexión que sienten los habitantes por su ciudad, el cual corresponde a la bogotaneidad, no implica la condición sine qua non de ser natural de Bogotá, por lo que personas de diferentes territorios que han inmigrado se identifican plenamente con la ciudad.

 

Así, Bogotá se ha convertido en un crisol de culturas, identidades y expresiones que convergen cotidianamente en su fluir urbano. Esta multiculturalidad no es solo un rasgo identitario sino la oportunidad para encaminar su ciudadanía hacia la interculturalidad, reconceptualizando y resignificando visiones de mundo, saberes y relaciones fundamentales relativas al equilibrio con la naturaleza, el respeto por la vida y el pensamiento colectivo, relaciones que transformen la identidad, la estructura social, la institucionalidad y la calidad de vida en la ciudad

 

La necesidad de refundar cultural, económica y socialmente a Bogotá es urgente. Al recorrer la ciudad se observa que uno de los desafíos más apremiantes es la enorme brecha de la desigualdad social. Es inaceptable que miles de familias vivan en condiciones de pobreza absoluta, que ancianos y mayoras se encuentren en la indigencia, que para muchos jóvenes, sin la remota posibilidad de ubicación laboral, encuentren en el sistema de transporte público la única opción para buscar alguna fuente de ingreso. 

 

Ser joven hoy en Bogotá es muy difícil: el bombardeo de consumismo y la saturación mediática de la inmediatez sin esfuerzo, lo cual mezclado con el aculturado culto a la embriaguez y el fácil acceso a psicoactivos, están haciendo de las nuevas generaciones una sociedad de narcisistas con dificultades para la empatía y la mirada reflexiva sobre si mismos y sus realidades. Los recientes sucesos en el Movistar Arena muestra la tensión en que viven muchos jóvenes, insinuando que en un nuevo estallido social con consecuencias catastróficas está a la vuelta de la esquina. A manera de paréntesis, catalogar de "desadaptados" a las personas involucradas en los desmanes del 6 de agosto, es quitarle responsabilidad al sistema que ha reproducido modelos sociales y culturales de violencia.

 

En lo referente a la niñez, las condiciones de bienestar para la mayoría de niñas y niños es desalentadora a raíz de la pobreza, desnutrición, violencia intrafamiliar y abandono. Según el Observatorio de Infancia de la Universidad Nacional, "uno de cada tres niños en Bogotá vive en condiciones de vulnerabilidad multidimensional" (Universidad Nacional, 2022). De ahí que sea imperativo fortalecer estrategias integrales de protección y cuidado a través de una mayor inversión pública en educación de calidad, alimentación escolar, atención psicosocial y espacios seguros de recreación, complementada con redes de apoyo familiar y comunitario para el fortalecimiento educativo, experimentación artística, formación para la vida, apoyo emocional y protección al menor.

 

De forma paralela, el envejecimiento de la población bogotana impone la necesidad de planes y proyectos para el cuidado de las personas mayores pasando del asistencialismo a la garantía de derechos, pues muchas de ellas en soledad y precariedad económica están abandonadas en sus propias casas, sometidas a condiciones laborales de rebusque en los semáforos, a la mendicidad e incluso a la indigencia. Diseñar e implementar acciones orientadas al cuidado integral de mayores y mayoras, incluyendo salud mental, redes comunitarias de acompañamiento, acceso a servicios básicos y espacios culturales, es un deber ético y un desafío de equidad intergeneracional. 

 

La consciencia ambiental es otro de los llamados a la ciudad. La ciudad debe avanzar en una política clara y efectiva de protección del agua, especialmente en lo que respecta a los humedales urbanos, ecosistemas vitales y en constante amenaza por la expansión urbana, la contaminación y la desinformación. Proteger estos cuerpos de agua es proteger la vida en todas sus formas, pues, como lo afirma la investigadora, bióloga marina y ambientalista colombiana Sandra Vilardy, "el agua no es un recurso: es un bien común y un derecho fundamental" (Vilardy, 2018).

 

De igual manera, el tema de los residuos sólidos y su impacto en la contaminación exige una transformación profunda. Más allá del reciclaje, Bogotá debe apostar por una economía circular, en la que se reduzca la generación de desechos, se promueva el compostaje doméstico y se proteja institucionalmente la labor de los recicladores de oficio como actores clave en la cadena de sostenibilidad urbana.

 

Ante la complejidad de la situación y la inercia institucional, la ciudadanía no tiene otra opción que salvarse a si misma. El empoderamiento de la sociedad civil, a través de sus movimientos y organizaciones sociales, artísticas, culturales, comunitarias y ambientales, se vuelve clave, pues desde hace décadas vienen tejiendo formas alternativas de habitar la ciudad, de pensarla y transformarla desde abajo.

 

Iniciativas como fortalecer las redes de economías colaborativas, bancos de alimentos, mercados de trueque, intercambio solidario de servicios, voluntariados, e incluso, la circulación de monedas comunitarias, no solo permitirían mejorar el acceso a bienes y servicios, sino que reconectarían a las personas con el valor de la cooperación y la reciprocidad, desafiando el modelo neoliberal de acumulación individualista. Experiencias como los “Mercados Campesinos Agroecológicos” o las “Ferias de Economía Popular” son ejemplo de cómo estas redes pueden generar inclusión, dignidad, sostenibilidad y fortalecimiento del tejido social de manera autónoma.

 

Un buen ejemplo de estas redes colaborativas son las Huertas Urbanas, espacios construidos de manera espontánea y autónoma que permiten reconectar al ser humano con los ciclos naturales, reducir la huella ecológica y fortalecer el tejido social a través del trabajo colectivo, educación ambiental, intercambio de saberes, reencuentro con la tierra y el respeto por los ritmos de la vida. Bogotá podría perfectamente, integrar las huertas al sistema educativo, ambiental, de salud y cultural. Como lo indica la FAO (2020), "la agricultura urbana contribuye significativamente a la resiliencia de las ciudades frente al cambio climático y a la inseguridad alimentaria".

 

Por otra parte, la historia social de Bogotá demuestra que una gran riqueza de la ciudad reside en los colectivos culturales autogestionados, en las y los artistas que con mínimos recursos, sin apoyo institucional, trabajan de manera altruista, solidaria e irreverente en los barrios con y para sus comunidades, sembrando semillas de cohesión y tejido social. 

 

Todos estos esfuerzos deben orientarse hacia la construcción de una ciudad intercultural, entendida no solo como la coexistencia de culturas, sino como una interacción armónica y respetuosa entre ellas. Una Bogotá intercultural se compromete con aprendizajes mutuos, valores de cuidado, prácticas de vida digna y la cohesión social, entendida como el entramado de relaciones solidarias que hacen sostenible una ciudad.

 

Esta apuesta por la interculturalidad es, en últimas, una forma de resistir al individualismo, al extractivismo y a la exclusión. Es también una manera de reimaginar la ciudad como una escuela viva, como un espacio donde todas las culturas, edades y saberes tienen lugar y valor.

 

Bogotá está en un momento crucial. Tiene ante sí la posibilidad de convertirse no solo en una ciudad más habitable, sino en una referencia de transformación ética, cultural, social y ambiental para Colombia y América Latina. Esto solo será posible si se fortalece la participación ciudadana, se protege la vida en todas sus formas y se teje una comunidad que abrace la diferencia como riqueza. Una Bogotá intercultural, sostenible y justa no es una utopía: es una urgencia y una posibilidad concreta si se construye desde la acción colectiva autónoma de la comunidad.

 

Bogotá requiere de una ciudadanía consciente y activa que no espere cambios si no que los produzca, una ciudadanía que explore en su ancestralidad y origen para aportar con propuestas innovadoras e idóneas a la construcción colectiva de la realidad local. Aquí es importante resaltar que si bien las entidades públicas, especialmente la Alcaldía Distrital, tienen el compromiso y la competencia asignada por la democracia para resolver las problemáticas de la ciudad, la comunidad debe empoderarse y generar soluciones en su entorno inmediato, acciones que pueden ser recogidas por campañas y candidaturas trasladándose a las urnas para implementar las transformaciones históricas necesarias, aplacando las maquinarias perversas de poder que han usado la política y el presupuesto público para beneficio propio a costa del desarrollo y bienestar de la ciudadanía.

 

Para finalizar, Bogotá no solo por ser la capital y centro político, asume la responsabilidad de convertirse en un faro cultural y crisol de transformaciones sociales para el país. Con una ciudadanía multicultural y activa, epicentro de movilizaciones ciudadanas, espacios de diálogo y procesos comunitarios, la historia le otorgan una rol trascendental para irradiar e inspirar cambios sociales, donde la interculturalidad, el pensamiento comunitario y las redes colaborativas, acciones que se entrelacen para imaginar y construir un futuro respetuoso de la vida en armonía y conexión con la Madre Tierra.

 

 

Comentarios: 3
  • #3

    Angela Berdugo Penagos (martes, 12 agosto 2025 21:31)

    Un artículo lleno de momentos hermosos de lo cotidiano de una ciudad que se convierte en un habitat de muchas personas y culturas Realmente Bogotá es diferente y llena de emociones que pueden ser un sueño para todos los que la amamos.

  • #2

    Luisa Marina Gutiérrez Villamil (martes, 12 agosto 2025 17:22)

    Amo a Bogotá. Más en honor mi deseo de un cambio , ahora vivo en Tibasosa. Todo el artículo me encanto y me hace extrañar a mi cuidad, la que se valora aún más como portal cultural, cuando se está lejos

  • #1

    Freddy (martes, 12 agosto 2025 12:05)

    Buena profe!



 

 

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