Andrés Gómez Morales

Agosto, 2018

 

Andrés Gómez Morales (Bogotá, 1974).  Escritor y periodista cultural. Colabora en revistas y periódicos como Music Machine Magazine y El espectador, en temas relacionados con la música, el cine y la literatura. Estudió filosofía y una maestría en Escrituras Creativas. Se ha desempeñado como promotor de lectura en bibliotecas públicas y librerías.

 

Actualmente prepara una compilación de sus textos de ficción y asesora profesionales de diversas áreas en procesos de escritura.

 

LO ESPECÍFICO DEL CUENTO Y LOS GÉNEROS

La escritura no sólo constituye el doble de la realidad, sino la posibilidad de que existan distintas realidades. La cultura es, de este modo, un tejido escrito que refleja la actividad humana a través del tiempo. La escritura como proyección del lenguaje en la historia es, como diría Heidegger, el modo en que el ser hace de la tierra su morada. Así, la esencia humana es primordialmente lingüística como lo es aquello que se denomina realidad o cultura. Es cierto también que tanto el lenguaje como la escritura no son en absoluto inamovibles: la palabra es cimiento de la realidad, pero su materia está sujeta a la transformación constante. La escritura por su parte, siempre que refleja o produce una realidad  se enfrenta a un afuera que se resiste a ser fijado en la letra escrita. Por eso mismo se dice, que no hay una realidad única y toda cultura sólida puede desvanecerse en el aíre.

 

Frente a la realidad dogmática y a la crisis de los relatos que la sustentan (dos caras de la misma moneda), la escritura de ficción aparece como una vía para darle lugar dentro del lenguaje, tanto a aquello que es discriminado por lo real (los sueños, la locura, el erotismo…) como aquello cuya realidad excede el lenguaje mismo y hace de lo real algo relativo (lo bello, lo sublime, lo siniestro…).; la literatura, cuyo nombre abarca la escritura de ficción,  se vale de la fuerza de la imaginación para darle forma a aquello que subyace y amenaza a todo modo de lo real, de lo cotidiano y pone en crisis lo que el consenso cultural denomina como verdadero.

 

La literatura es una forma de actividad humana, es difícil sin embargo, ubicar su lugar dentro de las grandes categorías culturales: la  ciencia, la filosofía o el arte. La literatura es mathesis, afirmaba Barthes, abarca todas las categorías sin hacer del todo parte de ellas. Dentro de la gran novela caben  la especulación científica, la reflexión filosófica y la creación artística. En esta medida la literatura es espejo de la realidad, sus estructuras permiten captar una realidad social de manera fiel, pero también de manera crítica. La literatura hace posible que existan realidades sociales no visibles, modos de ser y de sentir que exceden la percepción humana, aunque puedan ser imaginados. En una palabra la literatura le da una forma concreta a la imaginación dentro de la realidad. Los libros son concretos y a la vez abren una ventana a lo que no tiene forma.

 

La creación literaria es el medio con el que la vida, que le da fondo y contenido a la cultura, se expresa más allá de ella sin violentar las concepciones de lo real que tienen otros. Es más un medio que garantiza la convivencia de múltiples realidades que una manera dogmática de la realidad. Por ello, conocer y utilizar las estructuras específicamente literarias frente al dogmatismo, que no permite al  deseo proyectarse en la cultura, se hace necesario para aquellos que vislumbran mundos posibles y alternos al que el consenso social propone. 

 

En su crítica a la noción de género literario, Benedetto Croce alega que a pesar de ellos, aunque se sigan con rigor en la creación escrita, nunca existirán dos obras idénticas. Afirmó así que toda obra es única, es decir, imposible de ser clasificada. Por lo tanto es absurda toda tentativa de hacer distinciones.  Siguiendo a Croce se puede afirmar que un verdadero escritor es quien traspasa y modifica las normas con el propósito de crear. 

 

Sin embargo, no se puede negar (de hecho Croce no lo hace) la utilidad práctica del estudio y conocimiento de los géneros dentro de la historia de la literatura. Tampoco tiene duda el hecho de que para traspasar o modificar las normas es necesario conocerlas, ni que las obras excepcionales para encontrar su esencia deben tomar como punto de partida la convención que las hace posible.  Para sortear el problema de los géneros vale más hablar de estructuras que de categorías absolutas. Puntos de referencia que sirven para darle a una historia la adecuación, coherencia y cohesión necesarias para llegar a quienes leen sea para transmitir un mensaje, comunicar una sensación o producir algún efecto de desconcierto.

 

Sobre el lector hay tantas teorías como lectores, Rodrigo Fresán en sus Apuntes para una teoría del lector nos dice: “Están aquéllos que al final de un cuento suspiran ¿Por qué no se me habrá ocurrido a mí? y están los que optan por sonreír ¡Qué suerte que se les ocurrió a alguien!” A grandes rasgos se pueden sintetizar de ese modo, aunque hoy se pueda hablar de lectores que nunca se han sumergido en un libro, hijos de la cultura de la imagen o aquellos que leen de arriba abajo, bajo el régimen de las pantallas en lugar de izquierda a derecha como manda Gutemberg.  En suma: cada escritor configurará a sus lectores.

 

La cuestión de la estructura literaria corresponde a un tipo de expresión escrita, en este caso correspondiente a la ficción que se vale de técnicas descriptivas y narrativas. El modelo épico: Exposición, desencadenante, punto de giro, punto culminante (clímax), desenlace; sigue siendo un referente para encadenar una historia.  Como diría Godard respecto a contar historias en el cine: toda historia tiene un principio, medio y fin. Depende de cada cual el orden que escoja.  

 

Cuento y novela suelen ser los dos formatos con que contamos para contar historias, si bien Croce está en lo cierto, respecto a que la originalidad de una obra renueva y excede la noción misma de género, las convenciones siempre nos sirven como punto de partida, sin importar cual va a ser el punto de llegada. Los géneros no son camisas de fuerza sino herramientas para organizar una historia según su extensión o según la  naturaleza de los personajes y de la acción. Por eso Fresán nos dice en sus Apuntes para una teoría del cuento: 

“El cuento es el género del hombre nómade mientras que la novela es el género del hombre sedentario. Las novelas son formas rigurosas de razonamiento puro y constante mientras que los cuentos, al menos en mi caso, surgían de la nada ignorando todo decálogo y manual, brotaban de la oscuridad, parecían llegar a mi caminando desde muy lejos y saludaban y pedían permiso para sentarse junto a mi fuego y me ofrecían, como forma de pago contarme un cuento. El cuento nació junto al fuego porque, de improviso, se necesita contar algo alrededor del fuego. El cuento es materia inflamable, arde rápido, da calor y ahuyenta a las bestias y a los malos espíritus, y las buenas madres y los buenos padres cuentan cuentos a sus hijos a la hora de cruzar la barrera que los separa del mundo de los sueños y de mil y una noches donde esperan otros cuentos.”

 

No se trata de ser tajante en las clasificaciones sino de saber cuál es el carácter del dictado. Philip K. Dick aseguraba que “la novela trata sobre el asesinato mientras el cuento trata sobre el asesino”.  Y así pueden proliferar las diferencias.

 

 

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