Álvaro Pérez Sastre

Diciembre, 2018

 

(Cali, 1979). Comunicador Social - Periodista egresado de la Universidad Externado de Colombia. Magíster en Filosofía de la Universidad del Valle, de donde se graduó con un trabajo titulado “George H. Mead: una reconstrucción de su pensamiento psicosocial”. Publicó su primer poemario, Conciencia de la espera, en mayo de 2018 en Lima, ciudad en la que reside. El libro reúne poemas escritos a lo largo de veinte años y consta de tres partes: “Bingo a las puertas del cielo”, “Conciencia de la espera” y “Haikus en la penumbra”. Actualmente trabaja en su segundo poemario y en un ensayo filosófico que lleva por título tentativo Lectura antropobiológica del mundo post-.

 

Selección de cuentos hecha por Tatik Carrión

 

LA INFESTACIÓN

No sé en qué momento aquel cosquilleo placentero dentro de mi cabeza se convirtió en una jaqueca. El caso es que el dolor se hizo inaguantable y ninguna medicina surtía efecto. Alguien se compadeció de mí y me abrió el cráneo de un hachazo. En el acto salieron miles de cucarachas de la herida. Así empezó la infestación. Lo demás se lo debería preguntar a los mercadólogos. Fueron ellos quienes convencieron a los ciudadanos de dejar de pisotear las cucarachas y de erigir, en honor de estas, magníficos templos y monumentos.

 

 

EL CRIMEN VERDADERAMENTE PERFECTO

Asesiné al sepulturero.

 

Lo hice con la misma pala

que él empleaba

para excavar las tumbas.

 

Todos saben que lo maté,

pero como tomé su lugar

nadie ha dicho nada.

 

 

ESCAPE (BIS)

Al cruzar la frontera volvíamos siempre al inicio. Entonces todo ocurría nuevamente: el dueño del anticuario al que dejé tendido de un relojazo cuando intentó propasarse conmigo y de quien tomamos los revólveres y el descapotable, la lección de tiro que me diste y el motel de carretera con las sábanas mugrientas y la noche de éxtasis y el sueño con gorriones que me contaste en la mañana y el robo del banco, los turnos al volante y la dura línea del horizonte con el reluciente punto de fuga y el enorme sol rojo del desierto y las patrullas en el espejo retrovisor y mis disparos y los disparos de ellos… En algún momento pensamos que podíamos desacelerar, pero luego protestaste porque me estaba adelantando. No quisimos quedar de un lado y del otro de la frontera ni por un segundo.

 

 

DESPUÉS DE LOS APLAUSOS

Despedimos al orador motivacional con una lluvia de aplausos y nos dispusimos a formar la pirámide humana. Resultó imposible. Cada quien tenía pegada a cada una de sus manos la mano de otra persona. Clamamos por ayuda hasta el cansancio pero nadie vino. Así que nos quedamos en silencio, respirando el desconcierto. Alguien comenzó a silbar una tonada alegre y algún otro vociferó que los silbidos estaban «fuera de lugar». Nos dividimos entonces entre los que apoyábamos al silbador y los que no. Hubo insultos y amenazas de parte y parte. Recuerdo haber pensado que era una suerte que estuviéramos pegados. La pantalla gigante se iluminó y la imagen congelada de la cara del orador trajo la calma.

 

 

EL DETECTIVE PHILIP MARLOWE, AÑOS DESPUÉS, AL DETECTIVE OVIDIO PEIRCE

«(...) No es que la ciudad fuera como una página llana y perfectamente legible, claro que no. Pero cuando yo hablaba (tranquila o intranquilamente) con un gánster en una opaca oficina, o cuando tomaba una copa con una lindura que me requería para algún trabajo, yo podía vislumbrar qué tanto habría que descender en la entraña de la sordidez. El caso consistía, invariablemente, en alcanzar alguna boca de alcantarilla en medio del vaho nocturno de la ciudad, en no perder la integridad a medida que se descendía paso a paso. La intuición y la razón cooperaban entre sí para iluminar buena parte del trayecto, y uno sabía que debía ser cada vez más cauteloso conforme iba bajando: siempre hay alguien merodeando en los callejones, siempre hay alguien observando desde la trastienda, no hay calles verdaderamente rectas... Pues bien, en aquel caso... un pozo profundo como una tumba se abrió a mis pies en varias oportunidades y fui cegado por el destello de un disparo. No crea lo que le dije hace años, Peirce. Nadie vuelve a ser casi elmismo después de algo así, nadie sale a duras penas de las fauces del pozo».

 

 

BUENAS NOCHES, SEÑORA DERROTA

Buenas noches, Señora Derrota, qué bien que ha venido, no, aunque le parezca extraño no me disgusta que esté aquí, ¿algo de comer?, ¿algo de beber?, ¿un cigarrillo tal vez?, con confianza, que ya nos conocemos desde hace mucho, ¿nada?, está bien, siéntese aquí conmigo en el sofá, verá que es muy cómodo, qué lozana se encuentra, Señora Derrota, a usted no le pasan los años, en cambio a uno, con tanto viento de hojas secas en la cara, con tanto barco zozobrado a cuestas, con tanta semilla echada a perder en los bolsillos, en fin, no, no sé a qué se deba mi costumbre de dejarle a usted la puerta abierta, Señora Derrota, claro, como usted dice debe ser algo inconsciente, usted sabe más de estas cosas que yo, de cualquier modo esta será la última vez que nos encontremos, Señora Derrota, porque Aquella que Siempre Gana a lo Último está hoy invitada, y se encuentra escondida debajo del sofá, donde he puesto los explosivos que ya van a estallar. Buenas no

 

 

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